Algún día los hombres y mujeres que hacemos lo que se llama crítica de toros, todos seremos libres y haremos un periodismo veraz, auténtico y cabal que, a su vez, refleje la verdad de lo que ha ocurrido en un espectáculo taurino. Claro que, esa libertad a la que yo ansío y deseo debería de venir por la carencia de emolumentos crematísticos; digamos que todo periodismo se debería de hacer como lo hacemos nosotros, “gratis et amore” porque si a las letras u opiniones les añadimos el vil metal, la parodia la tenemos servida.

Entiendo, ¿cómo no entenderlo? Que los periodistas cobren de los medios en los que escriben pero, como lo hacía Joaquín Vidal o Alfonso Navalón, que sus medios correspondientes nada tuvieran que ver con el taurinismo, razón por la que por ética, entre otras muchas cosas, decía Vidal que siempre se alojaba en hoteles donde no hubiera toreros; evita la ocasión y evitarás el peligro, pensaba don Joaquín con muy acertado criterio.

Sin embargo, desde la otra orilla, me preocupa mucho que los mismos medios de comunicación corrompan al periodista que, a priori se le presupone honrado pero, muchos, por querer trabajar en lo que aman, -que quizás no lo amen tanto-, se dejan llevar por las corrientes mortecinas de un puñado de dólares y lo que era su libertad se ha tornado esclavitud. No hace falta ser muy listo para adivinar lo que digo; las pruebas son elocuentes. Es más, lo que digo se puede comprobar muy fácilmente. Acudes a una corrida de toros o la presencias por televisión y, más tarde, a la hora del comentario o de la crónica, rara vez coincide la opinión del “crítico” con la del aficionado. ¿Curioso, verdad? ¿Qué no habré visto la misma corrida? Se preguntan muchos aficionados tras leer la crónica escrita.

De la corrupción de los críticos tienen mucha culpa los medios puesto que, raro es el medio que paga religiosamente al crítico cabal y ecuánime; el dinero llega por otros lados; que no se trata de que ningún crítico se haga rico, pero las limosnas para no ejercer la mendicidad llegan por otros derroteros. Si lo analizamos, todo está clarísimo. Cuando torean las figuras, casi todos los informadores –yo diría desinformadores- dicen lo mismo que, en realidad, no es otra cosa que una defensa ultranza hacia los que mandan en el toreo. ¿Qué ocurre entonces? Está clarísimo. Las mismas figuras tras leer o escuchar a sus acólitos acaban creyéndose que el toro de Juan Pedro es el calco de un Murteira y de que todos los aficionados de Madrid son imbéciles.

De este modo es difícil que arreglemos nada; bien es verdad que el que pretenda hacer amigos entre la torería andante lo tiene crudo; y digo crudo si piensa como nosotros, por eso tenemos muy pocos imitadores, porque somos libres como el viento y, vale más una lisonja de un auténtico aficionado que un fajo de billetes por parte del taurinismo en el que englobo a todo el poder fáctico del toreo.

Lo dicho, algún día los críticos taurinos serán como Joaquín Vidal y todos viviremos en el paraíso. Mientras tanto, trataremos de convivir en este infierno de la corrupción de la que, para nuestra fortuna estamos muy lejos; es decir, la que nunca nos alcanzará.

Pla Ventura