Ya han pasado unas fechas y dejando de lado los entusiasmos y decepciones postelectorales, igual podemos pararnos un segundo a reflexionar. Parece utópico el pensar que un partido político se decida a defender los toros con honestidad, sin pretender beneficios ocultos, sin que esto sea simplemente un brindis al sol y sin que ni remotamente quieran utilizar la fiesta en provecho propio. Pero claro, esto no es solo cosa de los partidos políticos, de sus dirigentes, que la cuestión también afecta a los afines a depende qué siglas. Que si uno es aficionado y leal a podemos, le bastará y aplaudirá con entusiasmo el ver cómo su líder sale en un programa de televisión y afirma que nunca prohibiría los toros; que cualquier dirigente socialista diga que le gustan los toros y que su padre fue torero; que representantes populares se fotografíen en los callejones de todas las plazas a las que les inviten; o que, según amanezca el dirigente ciudadano, asome a una plaza o reniegue de esta “barbarie tauricida”. Pero ahora, así, en frío, díganme una medida real en pro de los toros, de cualquiera de estos partidos. Que se me viene a la cabeza aquello que decían mis mayores cuando para evitar un castigo o un coscorrón, yo juraba y rejuraba que no lo iba a hacer más: obras son amores y…

 

Pues bien, ahora hay un partido que no voy a calificar, se califican solos, que dice que va a defender los toros por encima de siglas, partidos o tormentas tropicales que puedan amenazar los toros. Muy bien; y además ha servido para que muchos se agarren a eso para justificar sus simpatías con tal agrupación, como si alguien se lo demandara. Allá cada uno. Estas son sus buenas razones, que siempre suenan bien, a música celestial. Pues bien, ahora pasemos a las obras, que son amores. Que la cosa se tuerce, y de qué manera, cuando vemos que quien encabeza tal movimiento, quien se erige en adalid de la fiesta no es otro, ni más, ni menos, que don José Antonio Morante Camacho, popularmente Morante de la Puebla, matador de toros príncipe unigénito del arte torero, poseedor de todos los duendes del arte de Cúchares, que parece que se cree en propietario único de la verdad del rito que, hasta que él llegó, deambulaba por las sombras del arte desmembrado.

 

Y ahora habría que saber cuál es la idea que este señor tiene de la tauromaquia; su ideal, ese ideal que parece que persigue desde hace años. Hay que reconocerle una extrema preocupación por el entorno y su batalla contra chepas, colores de las rayas y barreras bien pintadas. Que una chepa que no fue inconveniente para que triunfaran en Madrid los más grandes del toreo desde hace más de ocho décadas, pero que fue suficiente impedimento para no pisar la arena de las Ventas por los siglos de los siglos. Según sus palabras, así era imposible… para él, sin pararse a pensar en lo que ocurre en mayo cuando el cielo decide descargar agua. Que también puede ser que le broten los celos de querer ser el único que riegue los ruedos, que también puede ser.

 

Un caballero que mima escrupulosamente los condicionantes para que en el momento en que suenen los clarines empezar a sentir ese bullir del arte en su interior y traducirlo en belleza sublime. Que si para ello hay que elegir con minuciosidad los hierros a lidiar, despreciando el resto sin pudor, pues se elige y aún por la mañana, antes del apartado, no tiene inconveniente en montar la mundial, rechazando cualquier animal que se salga de los parámetros del “tierno animalito o animalejo”. ¡Oiga! Y que si no se cede a sus mandas, dice que no torea y no torea, con un par. Pero ya saben, todo esto no es por otra cosa que por el bien de la fiesta, del arte.

 

Quizá también sea en pro de la fiesta el consentir que salten al ruedo animalejos que no llegan ni al medio toro, animalejos incapaces de pasar ni con un insuficiente el primer tercio de la lidia, animalejos que al aficionado le dan lástima y a los antitaurinos le sirve de argumento fundamental en su ataque a la fiesta. Que uno empieza a no saber si todo esto es beneficio de la fiesta, en pro del arte o sencillamente en beneficio propio. Que cuesta pensar que nadie pueda sacar provecho de ver cómo se estoquea un toro con otra espada en el lomo, cómo se le descabella atrincherado detrás del burladero, como tras írsele un toro vivo, aún le queda desparpajo para salir a recoger las palmas de los más afines o incluso en mitad de un mitin taurino ante un borrego, se atreve a ofrecerle unas gafas a quién le paga todas sus cosas, incluido el disfraz de taurolince. Y este señor es el elegido por un partido para defender la tauromaquia, no sin la celebración de los más leales, tanto al torero, como a tal partido. Que da que  pensar y no se sabe si unos no saben de las andanzas e idea de la fiesta de Morante, si se le quiere utilizar políticamente o vaya usted a saber qué. Ahora pensemos si aún quedan algunos que puedan llevar con honor el título de ser los defensores de la tauromaquia.

 

 

Enrique Martín

Toros Grada Seis