Si ponemos la oreja a lo que dicen los antitaurinos, los detractores de los toros, no tendremos que esperar mucho para que en la conversación salga eso de que hemos evolucionado como seres humanos, que hemos mejorado, que somos más sensibles, humanos, solidarios, generosos y no sé cuántas más virtudes que nos arrobamos para nosotros mismos, pero que quizá, viendo como está el patio, deberíamos cerrar la frase con un “con los animales”, excluyendo en muchos casos a nuestros semejantes, aunque en esto también hemos dado un paso más, ahora los animales también son nuestros semejantes. Que no digo yo que no haya que cuidarlos y garantizarles su bienestar como animales, según la especie así serán las condiciones mínimas que habrá que brindarles. Pero claro, esto en lo referente a los animales domésticos, que si hablamos a los que viven en la naturaleza, está bien que se proteja hasta el límite que sea preciso a aquellos en riesgo de extinción, habrá que proteger su medio ambiente, mantener el equilibrio en el ecosistema en que se desenvuelven y que puedan vivir tal y cómo lo demandan sus características e instintos vitales. Más o menos, lo que se hace con el toro de lidia, ¿no?

 

Pero claro, hablábamos de lo buenos, de lo magnánimos que habíamos llegado a ser los seres humanos al llegar a este primer cuarto del vigésimo primer milenio, según los occidentales. Pero, ¿realmente hemos alcanzado ese grado de grandeza espiritual? Que no voy a recomendar, faltaría más, que a eso de las tres de la tarde o las nueve de la noche nos pongamos la tele y nos sentemos a ver las noticias, no: creo que no es necesario. Que podremos calmar nuestras conciencias adoptando patos, perros, gatos, mulas, burros, hurones, iguanas, serpientes pitón, pirañas, comadrejas, hámsters, cerdos vietnamitas, cerdos ibéricos, vacas charolesas, canarios, periquitos, loros verdes de esos que han invadido nuestras ciudades, lo que queramos, que está muy bien, pero no nos creamos que somos tanta Rita de Casia o San Francisco de Asís. Que habremos conquistado y superado mil retos, pero que nosotros somos mejores, más evolucionados y toda esa serie de atributos que nos hacen sentir a gusto con nosotros mismos, perdonen, pero no. Más bien hemos alcanzado unas elevadas cotas en el desquicie social, que aparte de guerras y conflictos que parecen irresolubles a causa de intereses que se nos escapan, ¿nos hemos parado a ver cómo tratamos a los que tenemos a un paso en nuestro pueblo, nuestro barrio, nuestro país? Que me da a mí que no. Que a esos semejantes, no a los de cuatro patas, pico, plumas o escamas, les tratamos cada vez de una manera, dependiendo de su color, procedencia, condición social, condición sexual e incluso si les creemos menos listos que nosotros o menos guapos, bellos y esbeltos que la imagen que nos encontramos todas las mañanas frente al espejo. Y eso dicen que es ser evolucionado y sensible.

Si tendrán algunos la imagen distorsionada, que hasta se creen que gozamos y disfrutamos con la imagen de la sangre brotando del morrillo de un toro y corriendo paletilla abajo en busca de las pezuñas. ¿Qué creen que somos? Que hasta nos niegan la sensibilidad de acariciar un animal, de sentir cariño por él, de disfrutar besando y achuchando a nuestros seres queridos. Si algunos hasta sienten a sus mascotas como parte de la familia, pero eso sí, entre un ser humano y Toby, se estremecen más con el sufrimiento de esa persona, que con los gritos de Toby, que le pueden doler en el alma, pero no es lo mismo.

Y no me dirán ustedes que viendo el telediario lo primero que piensan es que qué buenos somos los seres humanos, cuánto hemos evolucionado en ese camino hacia la bondad infinita y que malos, malísimos, somos los que vivimos la pasión por los toros. Que cada uno podrá tener su opinión, pero siempre parece más atinada si esta se formula sobre datos fehacientes y no sobre suposiciones, tópicos o cuentos que un día alguien inventó y que hicieron fortuna entre ciertos colectivos, no porque respondieran a una realidad sino más bien porque cuadraban con conceptos prejuzgados. Que también les digo que los aficionados a los toros no somos todos buenos, sensibles, espíritus puros, que también hay cada hijo de su madre como para no perderlo de vista. Que en esto de los toros hay de todo, que se lo digo yo. Y quizá la realidad sea esa, que tanto los taurinos, como los antis, nos vemos más evolucionados, sensibles, humanos, solidarios, generosos que nuestros abuelos, y sin ruborizarnos, nos sobreestimamos como seres humanos

 

Enrique Martín

Toros Grada Seis