Ahora que está tan de moda aquello del “día de” puesto que prácticamente todos los días del calendario están destinados a la celebración de un día determinado, algo que implantó El Corte Inglés y le ha seguido todo el mundo, siempre bajo el prisma comercial al respecto. Puesto que todo el mundo tiene su llamado “día de”, desde las instituciones taurinas debería de establecerse de una santa vez EL DÍA DEL ORGULLO DEL AFICIONADO A LOS TOROS.

En los toros, no podemos morir por inhalación, es decir, por quedarnos parados mientras todo el mundo nos detesta y nos critica con saña y sin piedad, especialmente los colectivos animalistas y sus huestes políticas que, claro, todos tienen perro, pero les importa una puta mierda un ser humano. Dichos colectivos seguro que comen zanahorias todos los días puesto que, no se puede entender de otro modo.

Si lo analizamos, los aficionados somos pobres de verdad; pero pobres de solemnidad porque no tenemos a qué aferrarnos, no tenemos quién nos escuche y, para colmo, los que deberíamos de movernos parecemos todos del PP por aquello de vivir acomplejados ante los demás. O sea que, somos incapaces de reivindicarnos a nosotros mismos y, menos mal que no nos mezclamos en el citado orgullo gay puesto que, de hacerlo, nos enseñarían lo que vale un peine. Dentro de todos los males, hasta ahí nos llega la prudencia.

Y, cuidado, que nadie se engañe; no cabemos todos en un autobús como sentenció un día un tipo nefasto llamado Jesulín de Ubrique. Recordemos que ha terminado la feria de Madrid hace unas fechas a la que han asistido más de setecientas mil personas en directo, amén de varios millones por la televisión. Ahora, en la celebración de distintas ferias por España y Francia, vemos llenos diarios que colman los tendidos de las plazas de toros, algo que nos congratula por completo.

O sea que, dicho en cristiano, al final de cada temporada hemos asistido a los toros una ingente minoría, pero de millones de aficionados los que merecemos un mínimo de respeto. No podemos quedarnos impávidos cuando un político barriobajero denigra la fiesta de los toros, hasta el extremo de abolirla si en sus manos estuviere. Eso, aunque sea solo una declaración de intenciones, -pese a que en muchos sitios ha sido una realidad- es un hecho criminal ante el que debemos de rebelarnos. Ante todo, decirle al político de turno los millones que llegan a las arcas del Estado gracias a los toros. Dinero que, entre otras cosas, sirve para que esos indeseables puedan ir a los hospitales para que les atiendan como a usted y como a mí.

Lamentablemente los aficionados a los toros somos blanditos, como si fuésemos de mazapán, razón por la cual el primer hijo de puta que pasa por la calle nos come de inmediato, aduciendo alegatos macabros contra nosotros, los aficionados que, además de pagar nuestros respectivos impuestos como ciudadanos, no contentos con eso, acudimos a la plazas de toros para seguir pagando impuestos para que vivan carroñeros criminales que les hemos dado cobijo en la política.

Como vemos, nos sobran argumentos para que de una santa vez institucionalicemos el día del ORGULLO DEL AFICIONADO para que se nos escuche desde cualquier rincón del mundo. Desde aquí pedimos a la Fundación del Toro de Lidia, a los medios de comunicación que tienen el gran poder de convocatoria para que lo dicho sea una realidad. Es algo que nos debería de incumbir a todos; desde el último aficionado como pueda ser yo, hasta el primer empresario que se precie que, al lado de los profesionales y junto a los grandes medios de comunicación podrían hacer mucho al respecto.

Nos tragamos el día de Orgullo Gay mientras los manifestantes de dicho acto se tragan lo que pueden, pero somos incapaces de defendernos en olor de multitud para que sepan los cuatro apestosos de rigor, los que han entrado en política porque son unos gandules y no quieren trabajar pero sí joder al prójimo, ante toda esa gentuza deberíamos de manifestarnos para que supieran que estamos vivos, que lo estaremos mientras quede un solo diestro capaz de derramar su sangre en una plaza de toros. Mientras los toreros derraman su sangre, los que denigran la fiesta por aquello de la defensa de los animales, todos ellos derraman odio y rencor. Esta es la diferencia.