Pudimos ver por TV las imágenes en torno al indulto del toro de Garcigrande en Jerez de la Frontera por parte de El Juli y, cualquiera tiene derecho a llorar ante lo sucedido. Justo Hernández, el ganadero, se mostraba satisfecho y feliz ante el indulto, no era para menos, según él, claro. Ahora, como se ha demostrado, para indultar un toro no hace falte que muestre su bravura en el caballo, que sea picado, que tenga todos los condicionantes que debe tener un toro para ser indultado. Lo que pasó en Jerez no fue otra cosa que premiar a una hermanita de la caridad que había en el ruedo para disfrute de su lidiador.

La gente se conforma con muy poco, con apenas nada. Y, para colmo, el citado toro, lo toreó El Juli que, en honor a la verdad, estuvo a placer con el animalito. Lo mismo que hizo en Jerez podía haberlo hecho ante el toro mecánico de Alberto Gómez, allá por tierras aragonesas y el resultado hubiera sido el mismo. Confieso que, las emociones hubieran sido las mismas porque el toro de Alberto le permite hacer esas monerías porque sabe que jamás le va a coger; es decir, como entrenamiento, fantástico, pero que lo anuncien como una corrida de toros me parece un dislate sin explicación.

Y aquí entra a formar parte lo que siempre hemos dicho del gentío enfervorizado puesto que, todo aquel que crea que en Jerez existen aficionados vive equivocado, la prueba no es otra que la del citado indulto puesto que, el animalito, por su bondad, es cierto, merecía ser indultado, no por las razones lógicas y obvias por las que debe de indultarse un toro, pero sí antes que morir en las manos de un técnico de la tauromaquia moderna.

Los que somos mayorcitos y hemos visto algunas corridas de toros y sabemos en realidad cómo es un toro bravo, indultos como el referido nos producen una extraña sensación puesto que, la realidad nos dice lo baratos que se han tornado los indultos que, como dije, los protagonistas no cabían en el traje de la emoción que estaban sintiendo. Repito lo que dije, si por bondad se refería, el animalito en cuestión una vez indultado debería de habérselo llevado El Juli en su furgoneta para acariciarlo todos los días en su finca, no era para menos.

Ciertamente, esas corridas que lidian las figuras no deberían de anunciarse como corridas de toros; deberían de anunciarse como festivales de toreo para uso y disfrute de los matadores de toros. Podrían hacerlo como digo y no engañarían a nadie y, lo que es mejor, sería hasta lícito. Eso sí, que lo vendan como una auténtica corrida de toros, eso suena como el peor de los sacrilegios. Claro que, todo eso ocurre porque apenas quedan aficionados capaces de discernir entre un toro bravo y un animalito santificado.

Desdichadamente, esta es la fiesta que tenemos en manos de las figuras donde el medio toro, el burro adormilado, el novillito cebado para la ocasión, todo ello da como resultado los indultos referidos y, lo que es peor, los éxitos falsos con los que se apoyan los que mandan en la fiesta. Recordemos que un toro debe de embestir, todos deseamos que es suceda, pero que dicho toro tenga ese fondo de casta para que se palpe el peligro. Un ejemplo podrían ser los toros de Ricardo Gallardo que, como hemos visto en varias ocasiones esta temporada, han embestido de lujo, pero a sabiendas de que lo que se dejaban atrás; es decir, con esa bravura y esa casta que definen de verdad lo que es un toro bravo.

Al final, nos quejamos o lamentamos de que las figuras del toreo no llenan ninguna plaza y, la explicación es muy sencilla; si se enfrentaran a toros encastados y con bravura, la gente iría a las plazas de toros para sentir la emoción del toreo. Menos mal que, dentro de todos los males, todavía queda mucha gente con memoria, razón por la que han desistido ser comparsas de la parodia, de ahí que se queden en casa antes que asistir a un espectáculo adulterado en sus raíces.

Es muy triste todo porque, fijémonos que nos pasamos la vida quejándonos de los enemigos externos que tenemos en la fiesta de los toros y, la realidad no dice que los peores enemigos los tenemos dentro de casa que, como el mundo sabe, no son otros que todos aquellos que adulteran una corrida de toros que, en su fondo y forma, es un espectáculo grandioso pero que, en las manos de las figuras se torna una parodia insoportable. Como diría el maestro Facundo Cabral,  el matrimonio es la única guerra donde uno se acuesta con el enemigo y, eso somos nosotros, que nos acostamos al comprar una entrada para los toros con nuestro peor enemigo.