Hartos de soportar las tremendas injusticias que se dan en el mundo de los toros, al final, nos queda la opción de soñar y para ello nos trasladamos a tierras peruanas de las que, tras haber conversado con muchos diestros españoles que por allí han ido, puede uno hacerse la composición de lugar para tales sueños.

En Perú, antes que los intereses de cada cual, priva el romanticismo entre toda la familia taurina puesto que, como se sabe, el dinero, conforme lo entendemos nosotros, allí no existe. Es por ello que de tal modo encontramos un modo auténtico para los sueños. Es más, allí nadie tiene privilegios porque el toro, bueno o malo, sale igual para todos, razón por la que sigue viviendo el romanticismo en aquellas admirables gentes.

En tantísimos pueblos del Perú, a lo sumo, el que más aspira es a un sueldo que, en ocasiones, hasta cuesta mucho de lograr; los ganaderos, otro tanto de lo mismo puesto que, los toros se pagan al precio que se pueda; es decir, rebañando un poco de lo que se ha recaudado en taquilla que, como de costumbre, suele haber muy poco.

Nadie duda de que la fiesta de los toros sea el espectáculo más bello del mundo en cualquier lugar del globo terráqueo donde nos encontremos. El problema es la injusticia que dicha fiesta genera cuando se maneja mucho dinero, caso de España por citar el país más emblemático al respecto. Un dinero, por cierto, muy mal repartido porque mientras unos pocos se llevan todo, el resto viven de las migajas que, en honor a la verdad, están muy cerca del hambre. Un hambre que todos disimulan, que nadie se atreve a denunciar porque para alimentar los sueños de los diestros, todos confían que llegará el milagro, caso de Emilio de Justo por citar uno de los referentes de los últimos años.

Lo de Perú, como explico, es todo muy distinto. Entre otros factores fundamentales tenemos a los toreros que, como se sabe, se conforman con un buen sueldo a cambio de jugarse la vida pero, es lo que hay; tampoco puede ser de otro modo dada le precariedad con la que viven las gentes peruanas. Recordemos que, si una entrada a los toros vale un dólar, con ello está todo dicho. Con semejantes parámetros crematísticos, pocos castillos se pueden construir.

No sé quién tendrá la razón, ellos o nosotros. Pero algo si queda claro, allí son mucho más felices que nosotros, pero no lo digo yo, lo dicen nuestros compatriotas todos los que allí han actuado y lo siguen haciendo cuando, como se sabe, aquí carecen de contratos. Ellos, los toreros humildes todos se hacen la siguiente pregunta: ¿Qué es mejor, quedarte parado o torear por un sueldo en Perú? Sin vacilar, todos se apuntan a torear, sencillamente porque es lo que aman.

Sin duda alguna, en la actividad que fuere, si no priva el vil metal, el éxito está más que asegurado. Y ese es el triunfo de los peruanos que, posiblemente, abocados a dicho sistema porque no tienen otra alternativa, al final son felices que en verdad es lo que importa. Y digo yo, pregunta para todos los diestros peruanos, incluso a los españoles que por allí se dan cita. ¿Merece la pena jugarte la vida a cambio de nada? A lo que un diestro me respondió con otra pregunta: ¿Y qué pasa con los toreros que resultan heridos en cualquier tentadero o fiesta campera, que los ha habido por supuesto?  Cuestión de afición, no queda otra forma de entender la pasión peruana por la fiesta de los toros.

Es admirable todo lo que allí sucede, máxime cuando no se engaña a nadie; el que acude a torear a los pueblos de Perú sabe a dónde llega. Dinero no lo hay porque nadie lo tiene mientras que el riesgo queda implícito en el momento en que uno decide acudir a dicho país. Todo resulta muy distinto en España cuando, como es sabido, en muchas ocasiones se promete lo que no se debe, para no cobrar nada de lo que se ha prometido; o recibir, como pago, pagarés a muy largo plazo cuando la vida te la jugaste hace meses. ¿Qué es mejor la sinceridad peruana o la falsedad hispana?

Para colmo, los chavales que a Perú acuden saben que se van a jugar la vida en la plaza, pero lo que nadie de ellos sospecha hasta que han llegado allí es que su vida corre un serio peligro al margen de los toros por los trayectos que hay que hacer de un pueblo a otro. Se trata de riesgo más que, todos los asumen con resignación, sencillamente porque les puede la pasión por aquello de enfrentarse a un toro más o menos bravo. Lo dicho, escuchar a cualquier diestro que haya realizado un periplo peruano, sin duda alguna que te asalta una emoción indescifrable y, sin duda, un convencimiento auténtico de que ellos si quieren ser toreros.

En la foto, un ejemplo de afición, la plaza de toros de Cora Cora, Perú.