El toreo necesita de acontecimientos significativos y de peso. Según el Diccionario Avanzado de primaria en lengua española “el acontecimiento es un hecho o suceso, especialmente si son importantes”. Y según León Dufour en su libro Vocabulario  “el acontecimiento es el signo y  el milagro”. Ciertamente quizás esto sea lo que se necesita en la tauromaquia actual un todo compuesto por prodigios simbólicos;  maravillas;  trascendencia de una acción para significar algo; eficacia;  carácter extraordinario de los tercios, de las faenas y de las funciones; sin embargo, los signos visibles e inmateriales no son los únicos aspectos que se requieren porque el gran signo será el respeto y apreciación de los verdaderos protagonistas: toro y  torero, dándonos la prueba suprema de la grandeza de este binomio.

La tauromaquia alimenta este cuerpo taurino con el recuerdo de los signos pasados y el don de los signos presentes, y  suscita su esperanza con el anuncio de los signos futuros. Un signo es lo que representa  y evoca la tauromaquia, el significante y significado que conlleva.   Todo esto respaldado por la inflamada  afición.

Otro elemento muy necesario es el Milagro que lo saque de la normalidad y rompa la rutina e introduzca la novedad, o sea, que aporte dimensiones distintas a las que estamos acostumbrados; que aporte conceptos en continuidad con lo anterior pero con el relámpago de lo completamente novedoso; que haya un entendimiento entre toro y torero que produzca una conexión con el público; que el torero deje visible ante todos y ante sí mismo su forma de interpretar el toreo con apreciación y distinción exquisita y selecta,  y reconocimiento; que las actuaciones dejen eco, resonancia, repercusión y notoriedad,  que digan algo; dar tanto el toro como el torero una buena imagen y puntuar; se podrían seguir diciendo más cosas.

No se esperan tardes de relumbrón pero si de cosas bien hechas y nacidas del sentimiento y del hondón del alma. Quizá tenga mayor repercusión una cogida, por ejemplo, ver sangre en el torero (aunque sea del toro)  que una faena limpia pero que después de esta cogida, en la que las emociones se han puesto a flor de piel, el torero sea capaz de incorporarse, coger los trastos y acabar cabalmente su tarea con una buena estocada.  O posiblemente tenga mayor resultado, por ejemplo,  una vuelta al ruedo con ovación y requerimiento  de oreja que un trofeo de una oreja en sí misma. No sé, mil artimañas hay seguramente para  romper con la rutina y salir de la normalidad.

Todos sabemos que la rutina y la normalidad es la superficie, es no jugarse de verdad la existencia,  es no retozarse todo entre la vida y la muerte, es no hacer una faena histórica, es no  crear algo de eso que no ha habido nunca antes. Es falta de confianza y fe en los talentos, habilidades, temperamentos y caracteres que uno ha recibido de Dios para marcar ante cada toro un antes y un después, una diferencia, un hito. No estoy diciendo que los toreros no tengan claro que hay que ir a lo profundo del ser pero quizás el acostumbramiento y la monotonía de aparecer casi siempre en los mismos carteles y en las mismas Ferias haga una costra “desconcertada” difícil de reconocer, cosa que si hubiera más variedad de nombres y de ganaderías en los carteles y Ferias importantes,  y no tuvieran la posibilidad de escoger su propio encaste,  “otro gallo cantaría”,  abriendo mas el abanico a los toreros que están esperando a  que los incluyan y admitan.

Los aficionados tienen derecho de mirar con atención a cada torero sin perder detalle y para esto los toreros tienen que darlo todo, entregarlo todo en el ruedo y no ser toreros estándares sino únicos. Una pena seria que el aficionado en ultima conclusión  dijera: “va, todos los toreros son iguales”, “ves un cartel y ves ya todos”.  No se puede vivir en el “mundo del toro”  de sucesos sin trascendencia, de eslóganes y de modelos consentidos y asentidos. Hay que crear eventos que se salgan de lo rutinario, que cojan a todos de improviso porque no se tenía calculado, programado, ni se tenía por seguro que ocurriera. Eventos únicos, extraordinarios, excelentes, fuera de lo común, singulares, sin otro de su especie. Y por supuesto eventos irrepetibles. En fin eventos que produzcan casi el milagro, que rocen el Milagro de la tauromaquia. El milagro de no dejar a nadie indiferente, impasible, insensible, como si nada hubiera ocurrido,  y para que esto acontezca cada torero tiene que ofrecer argumentos para un posterior debate entre los entendidos – o que se lo creen- y profesionales. Que se dé que hablar de lo que ha hecho el toro y el torero e incluso el picador. Para no dejar a la gente estoica e indiferente  hay que trascender o responder como torero y como toro a lo que la afición espera. Sentar sólidos cimientos y pilares para abrir caminos en lo taurino y seguir cooperando en la evolución y exploración de esta arte y cultura que por algo se llama tradición.  Quizás el  Milagro no se produce porque no hay “promoción y modernidad” ni rompimiento de esquemas y moldes en los distintos enfoque de entender el toreo por parte de los aspirantes y profesionales respetando el toreo clásico, renacentista, ilustrado, romántico, filosófico, retorico,  etc. Y por supuesto venerando  al toro como se merece y al torero.

El milagro es el hecho que no puede ser explicado por las leyes de la erudición humana  o de la naturaleza y que se considera realizado por el Genio, Duende o Ser Divino. Es el Gnomo taurino que opera inesperadamente pero que exige las cualidades del torero, que se ponga toda la carne en el asador como se suele decir.  El milagro es lo que se considera inaudito, portentoso o pasmoso por poco habitual  o por causalidad. Es un hecho maduro, admirable y sorprendente. El milagro es un desafío, un dar la cara y enseñar pecho. La tauromaquia, por su parte, reconoce en todo la mano de Dios que manifiesta a todos su poder y su manifestación. (Cada cual lo llamara con distinto nombre pero al fin y al cabo es Dios a través del ser del profesional).  La sapiencia taurina, que ignora las distinciones modernas entre acciones providenciales, causas naturales excepcionales convergentes, concentra la mirada del especialista, aficionado o profesional, en el elemento esencial, común a todas nuestras categorías: la significación taurina de los hechos. Lo único que cuenta es la lección que oculta el gesto taurino, la buena faena y las buenas dotes, diríamos. El milagro es una referencia a la Fe en uno mismo y en Dios, si uno no tiene fe en sí mismo ni Dios lo puede ayudar. El milagro, por encima del asombro que suscita, tiende a provocar y confirmar la fe y las habilidades connaturales y propias. El milagro es el anticipo y la preparación para nuevos beneficios por su fuerza educativa. No tengo ninguna duda que  los toreros, y los novilleros con y sin picadores, caminan de quimera, sueño, ilusión, entrega y prodigio hasta  casi acariciar  el Milagro que va más allá que salir por la Puerta Grande o convertirse en Figura del Toreo. ¿Que será este Milagro?

 

Por David Benavente