Por Francisco Díaz Sánchez.

La forma más adecuada que he encontrado para abrir estas líneas es recordando al dramaturgo, poeta y prosista granadino, Federico García Lorca. No es el objetivo de este gesto reprochar a nuestros detractores que los más ilustres intelectos, nacionales e internacionales, pusieron, ponen y pondrán su interés en la Fiesta de los Toros. Con este título, quiero llegar al verdadero mensaje de la cita, de difícil explicación por su simpleza: los toros es la fiesta más culta del mundo. Entiéndase por culto todo aquello que de la cultura emana, pero por cultura, en este caso, deben comprenderse las manifestaciones artísticas, folclóricas y costumbristas, íntimamente vinculadas a la esencia misma de un pueblo.

 

Prueba de todo lo anterior es que raramente habrá un pueblo en España que en sus fiestas patronales no huela a toro: tauromaquia en cualquiera de sus expresiones y manifestaciones. Todo esto se puede resumir en aquel dicho tan acuñado en el saber popular: no hay pueblo sin toros. Sin embargo, no todo puede reconducirse a lo meramente lúdico, aunque tanto nos guste en nuestra tierra. Los toros forman parte de lo más consuetudinario de España, desde el lenguaje popular hasta los sueños de muchos niños, y no tan niños, entre los que me incluyo. No hay una sola vez que no sueñe con que toreo, o no desaprovecho la ocasión de dar naturales al aire con una toalla, al igual que el gran Joaquín Sabina. Otro genio reconoció que el toreo es un arte misterioso, mitad vicio y mitad ballet. Es un mundo abigarrado, caricaturesco, vivísimo y entrañable el que vivimos los que, un día soñamos con ser toreros. La Tauromaquia encarna la última tragicomedia de las costas bañadas por el mar en medio de tierras. La gloria y el fracaso, bajo la comparsa de la muerte, definen tan noble y ancestral arte. Actitudes como la gallardía y la vanidad contrastan con situaciones que encajan a la perfección con el esperpentode Valle-Inclán.

 

La Fiesta de los Toros se encuentra, en estos momentos, en el punto de mira de la más atrevida amenaza. Los movimientos llamados progresistas han alcanzado un poder que jamás hubiéramos podido imaginar, hasta el punto de sostener, con una ínfima representación, un Gobierno. Por tanto, serán muchas las medidas y los proyectos cuyo único fin sea destruirnos. ¿Nuestra ventaja? La persecución de los Toros no se redunda en la persecución de cuatro gatos que disfrutan viendo a un animal luchar entregando su vida, sino que supone la extirpación de la más pura y, a la vez, sencilla esencia mediterránea. Es, por eso, que ha llegado el momento que como colectivo alcemos la voz de una vez por todas. No basta con exigir un insuficiente respeto, que únicamente aplaza el momento de la imposición del fin. Es la hora de ganar desde el debate de las ideas, de clamar a los cielos nuestra pasión y contribuir a difundirla. Todos estos movimientos que, en su día se cimentaron sobre la lucha de clases, hoy descansan en la lucha de identidades. Por ello, fundamentan su batalla en la destrucción de todo aquello que identifica al individuo, individual, valga la redundancia, y colectivamente. Y los destruimos o no destruyen, ideológicamente, claro está.

 

Desde aquí me gustaría instar a la Fundación del Toro de Lidia y demás asociaciones y similares, no solo taurómacas, para afrentar las proposiciones de Madrid y de Andalucía, y la más que segura oposición en RTVE, en una órbita distinta que en los tribunales. Es, por ello, el momento de salir y ganar esta batalla, de dar muerte a este correoso, desde la razón. Vencer desde la dialéctica y la ilustración. No solo como taurófilos, sino también como pueblo. Nunca nos habían planteado tan complicado escenario, pero, a la vez, tan magnifica oportunidad para defender nuestra identidad. De este modo, y solo de este modo, la historia de España seguirá estando tan ligada a la del toreo, que sin reconstruir la segunda será imposible comprender la primera, como hubiera dicho el propio Ortega y Gasset.