• El «afeitado» siempre dispuesto para los toros de las figuras

En el mes más taurino por antonomasia, los eventos se suceden unos a los otros sin solución de continuidad. Raro es el municipio español que no cuenta dentro de su programación festiva con un espectáculo de dicha índole; desde una corrida de toros, hasta festejos populares. El mayor puerto de montaña tiene lugar en Bilbao, la gran capital taurina del norte del Reino.

Sin embargo, los resultados de los mismos no están siendo especialmente alagüeños, por una u otra razón. Las repetitivas hasta la saciedad combinaciones carteleras tienen como inmediata consecuencia las pobres entradas que en muchas ferias está habiendo, véase San Sebastián y lo que va de Málaga, por mencionar dos cosos de primera categoría. Es evidente que un aficionado andaluz, por poner un ejemplo, no hará quilómetros para ver los mismos carteles que puede ver en Sevilla, Huelva, Badajoz u Olivenza.

No obstante, la mayor amenaza que, bajo mi punto de vista, sobrevuela la Fiesta de los Toros es el nulo respeto hacia el principal, y más trascendental, protagonista que una corrida, o cualquier otro festejo, tiene. Ese menosprecio, tan flagrante como preocupante, nace en la selección de un animalillo que, en vez de inferir terror e inquietud, da pena. El toro de las figuras, que rara es la plaza en la que no aparece aunque estas no estén acarteladas, responde a un comportamiento más parecido al ganado ovino que al bravo: por su endeblez, su bobería y su ausencia total y absoluta de casta y de bravura. Si no fuera con todo ello suficiente, la deleznable práctica de amputar parte del pitón es la regla más extendida dentro del panorama taurómaco. Es esta una constante en las plazas de primera cuando se acartelan las mal llamadas figuras.

El episodio tal vez más vomitivo de este verano ha tenido lugar en la Feria de la Albahaca, en Huesca. Dos reconocidos toreros, de esos que practican el mejor toreo de la historia según el putrefacto sistema taurino, tuvieron la desvergüenza de imponer seis chotos mochos. Enrique Ponce y El Juli impusieron para crear supuestamente arte seis ratoncillos impropios en cualquier talanquera. Los doce pitones han sido llevados a analizar. La ganadería es una de sus predilectas: la del Vellosino.

Seguramente el análisis postmortem, al que ojalá jamás se hubiera dado lugar, no será conocido. El propio cáncer de la tauromaquia, el sistema, se encargará de eliminar cualquier tipo de prueba que pueda comprometer la “reputación” de ganadero y matadores. De este modo solo se permitirá la subsistencia a muy corto plazo del “chiringuito”, obviando que el menosprecio al toro y a su integridad son la vía más rápida para su extinción.