Pensar que, después de cincuenta y dos años de alternativa, Gregorio Tébar El Inclusero sigue siendo un referente para muchos chicos que empiezan, eso es algo subyugante. Sí, porque el maestro de Alicante no se aburrió jamás y, tantos años después sigue impartiendo lecciones por su cuenta y riesgo a todos los chavales que se lo solicitan puesto que, sus formas y maneras de entender el arte son el sinónimo de la grandeza más absoluta en el toreo.
Como decía, El Inclusero no llegó, pero sí estuvo y, hay que ver la forma de cómo estuvo. Y no llegó al estatus de figura que se le exige a todo el que torea, algo que empiezan muchos y caen en el olvido la gran mayoría. Pero no fue el caso de El Inclusero que, en ocasiones, aunque fuera en cuenta gotas, sabíamos de su arte, lo disfrutábamos en plenitud. Tantísimos años después cuando acudo en su búsqueda y me lo veo entrenando, no me queda otra opción que darle las gracias porque al verle, inevitablemente, tengo la sensación de que no han pasado los años.
Gregorio Tébar estuvo en el toreo muchos años, para su fortuna, como él confiesa, lo sigue estando porque todo aquel a diario porta una muleta entre sus manos tiene argumentos más que sobrados para sentirse torero, caso de este hombre apasionado al que la vida y los empresarios trataron con excesiva dureza puesto que su arte era inmaculado. Hablar de lo que pudo haber sido y no fue es poco más que una tarea baladí; pero los que somos sus coetáneos nos acordamos de sus tardes de gloria que, casi todas, por culpa de la espada, le privaron de triunfos apoteósicos, de forma muy concreta en la plaza de Madrid en la que fue todo un referente, yo diría que un torero consentido de la afición de la Villa y Corte.
Estadísticamente dicho, diríamos que El Inclusero circuló en la segunda división del toreo porque intereses creados no le permitieron jamás el ascenso hacia donde debía, la primerísima división del toreo; siendo, eso sí, un primerísimo artista de la torería. Sus culpas él las reconoció siempre; es decir, ese mal manejo con la tizona, de forma muy concreta en Madrid, le privó de muchísimos triunfos de apoteosis. Errores al margen como los comentados, lo que nadie discutió jamás es la torería inacabable de este maestro del toreo que, con su arte hizo vibrar a los críticos de su momento puesto que, hombres de la talla de Joaquín Vidal y Alfonso Navalón entre otros, narraron para él las páginas más bellas de la literatura taurina.
Tantos años después, como a mí me sucede, todavía nos acordamos de aquel capote singular, maravilloso; como de su muleta primorosa en la que toreaba al natural como pocos he visto en mi vida; así, de frente, como los grandes de su época, así citaba a los toros para disfrute de los aficionados que tuvimos la dicha de verle para admirarle. Se me eriza la piel cada vez que veo algunos de los reportajes que le hacen en la actualidad, es decir, más de cincuenta años después de su doctorado, el aficionado le sigue recordando con placer, mientras que, los jóvenes de ahora bucean por la red buscando videos de sus actuaciones en Madrid, en México DF, en Colombia, en Venezuela y en todos los países del mundo en los que actuó dejando una huella inenarrable.
Como decía, al margen de que El Inclusero fuera en su día el director de la Escuela Taurina de Alicante, apartado ya de ese cargo, a nivel personal, porque su cuerpo se lo pide, sigue enseñando a muchos chicos que, ávidos por aprender no dudan en buscar al maestro para que les imparta lecciones. El saber no tiene precio y, como se adivina, El Inclusero es todo un maestro en el arte de Cúchares; antes lo mostró por los ruedos del mundo y, en la actualidad, ese saber es el que trasmite a los chavales para que recuerden siempre que el toreo eterno sigue siendo posible.
Pla Ventura