Lo lógico y natural, como confesó Pablo Aguado, es que tras la borrachera de éxito en Sevilla, de pronto, sin pensarlo, empezó a sonar el teléfono de amigos, admiradores y gente de toda condición que, por momentos, como confesara el diestro, hasta pudo morir de éxito que solemos decir cuando éste llega de forma “inesperada”.

Como decía el diestro, se sintió abrumado, acongojado por todo lo que le estaba sucediendo. Reconozco que debe ser una situación embarazosa puesto que, el día anterior no sonaba el teléfono ni para saludarte nadie y, de repente, al día siguiente el celular quedara bloqueado de tantas llamadas. Pese a todo, es una situación “lógica” que todo artista debe de entender.

Pero como nos confesó Pablo Aguado, al parecer tiene amigos verdaderos, gente que le ama sin condición puesto que, un amigo de los mencionados, tras la eclosión artística del diestro en la plaza de toros de Sevilla y comprobando las emociones que el torero estaba sintiendo, el citado amigo lo sentó en el sofá de su casa y le dijo: ¡Mira estas fotos! ¿Qué fotos? Preguntó Pablo Aguado. A lo que el amigo le dijo, no te preocupes que ahora te lo explico.

Las fotos eran elocuentes puesto que, todos los diestros allí retratados, todos habían salido por la puerta grande de Las Ventas de Madrid; es decir, la foto con la que sueñan todos los toreros del mundo. Visto así parecía lo más normal del mundo pero, amigos, el mensaje era de lo más subliminal del universo. No eran fotos para que Pablo Aguado se ilusionara en salir por la puerta grande de Madrid que, hace pocas fechas, de no marrar con la espada lo hubiera logrado. Las fotos tenían un mensaje que Aguado no sospechaba pero que el amigo en cuestión le explicó con todo lujo de detalles.

Se trataba de treinta matadores de toros que habían salido a hombros de la plaza de toros de Madrid, lo máximo que puede aspirar cualquier torero pero que, los citados matadores de las fotos citadas, todos habían fracasado en sus respectivas carreras. ¿Cómo puede ser posible tras haber alcanzado el más grande galardón que pueda aspirar un diestro de alternativa? Preguntó Pablo Aguado tras ver dichas imágenes. Y la respuesta del amigo fue contundente: ¡No supieron ser humildes!

Que sería tanto como decir que murieron de éxito, algo que no debe hacer jamás cualquier artista que se precie. El éxito es efímero y puede morir tres segundos después de haberlo alcanzado mientras que, si el artista es humilde y considera que lo logrado es lo lógico y cabal en su carrera, siempre se reconfortará a sí mismo con la ilusión de reeditar éxitos anteriores que, como digo, mueren al instante de haberlos logrado. ¿Por qué Rafael Nadal, por citar a un tenista de época, sigue consiguiendo éxitos tras tantos años aliado con el triunfo? Sencillamente, porque cada día, el mallorquín, tiene la conciencia de que debe de empezar de cero y que lo logrado en el día anterior no sirve para nada, es decir, revestido de una cura de humildad permanente, el gran Nadal, por dicho motivo, sigue triunfado cada día raqueta en mano.

Y eso es justamente lo que debe hacer un torero, vivir en permanente humildad para que los éxitos anteriores no envilezcan el devenir diario para que, siempre tenga la capacidad creativa para seguir creyendo que, lo logrado apenas es nada, que lo importante todavía está por hacer. Y sospecho que Pablo Aguado tomó la mejor lección de su vida mientras escuchaba a su amigo que, por quererle tanto, hasta le explicó con imágenes cómo un triunfador puede ir a la más grande de las miserias. Cuestión de humildad, no existe otra receta más válida y coherente para caminar por la vida. Morir de éxito suena bonito, pero si al final no sirve para nada, mejor dejémoslo todo como está.

Uno de los retratados saliendo a hombros de la plaza de toros de Madrid era Daniel Luque que, como sabemos, previamente a dicha salida en hombros, con el éxito subido por encima de la montera, abandonó al que fuera su descubridor, al que luchó por él sin denuedo para que el mundo supiera de un nuevo torero. Pero Luque no estaba por la labor, razón por la que abandonó a Tomás Campuzano y, otro ejemplo más de que el éxito puede llevar al fracaso al más grande de los toreros; es cuestión de saber administrarlo, de digerirlo con humildad puesto que, todo lo demás solo lleva hasta el precipicio.  Sé humilde, Pablo, porque artista lo eres en grado sumo.