A mi edad, amigos, todavía hay muchachitos que me asombran por su forma de ser y entender la vida, máxime si cuando ésta la quieren consagrar por el mundo de la tauromaquia. Es el caso de Gastón Santos –que nada tiene que ver con el que fuera famoso rejoneador mexicano- un chaval de Sevilla que sueña con la gloria del toreo. Apenas tiene dieciséis años y es dueño de un desparpajo admirable. Me cupo la fortuna de verle hace pocas fechas en un tentadero y me pareció el hombre más apasionado de este planeta llamado Tierra.

Muchas fueron las virtudes que le aprecié, las que aquí quiero mostrar para deleite de nuestros lectores. Fijémonos que, pese a todo, ¡todavía quedan hombres que quieren ser toreros! Es algo admirable, único, tremendo……sencillamente porque el propio Gastón sabe de las dificultades que entraña esta hermosa profesión. El chaval podría enclavarse en alguna de las muchas escuelas taurinas que existen por Sevilla pero, aferrado a sus convicciones, prefiere hacer “tapias” y sea lo que Dios quiera.

Como dije, pasión, esa es la palabra que le define por completo. Sin duda alguna hay que vivir apasionadamente para querer ser torero a sabiendas de todo lo que se “cuece” dentro del mundillo que, como pude comprobar, para el chaval nada es ajeno; es decir, sabe a ciencia cierta lo que dicha “olla” es capaz de cocer, pero él está dispuesto a arder en dicha hoguera si la ocasión lo requiere.

Sería bueno que, en lo sucesivo, de cara a un posible triunfo o reconocimiento entre la torería, como le dije, Gastón debería de cambiarse el nombre, no por desdén para con nadie, pero sí en beneficio suyo puesto que de llamarse Gastón Santos, dado el nombre y apellidos, puede tener alguna que otra confusión y, como le dije, sería mejor que en los carteles, llegado el caso, que se anunciara como Curro Santos que, sin duda, queda como más taurino y sin la menor duda al respecto de cualquier confusión que pudiera suceder.

Me duele por Gastón que, dadas sus convicciones al respecto de la que anhela que sea su profesión, hay que decirle, si es que todavía no se lo han dicho, que las grandes cornadas a los toreros nos las reparten los toros, pero sí los hombres sentados en los despachos que, a diario, no suelen tener piedad para con los que empiezan y, en muchas ocasiones, hasta con los que están hartos de jugarse la vida.

Así, a tumba abierta, le hice semejante confesión al chico que, con cara de estupefacción me miraba sin mediar palabras. Claro que, como le espeté, es la gran realidad de la vida, razón por la que no quiero que nadie vaya engañado por el mundo; digamos que, si pese a ser sabedor de todas las patrañas de la fiesta, el hombre está dispuesto para la lucha, allá él y alabado sea.

Contarle la verdad de la vida y de una profesión concreta a un chaval que empieza, de pronto, hasta puede parecer una crueldad pero, barrunto, y creo que él así lo entendió, que es mejor una verdad por amarga que sea que una traición inesperada. Y, de traidores, el mundo de los toros está plagado porque, como es notorio, una vida no vale nada, puesto que lo único que cuenta para el gran monopolio no es otra cosa que el dinero. Como ellos dirían, ha muerto rey, ¡viva el rey! O, lo que es peor, rey muerto, rey puesto.

En los tiempos que corremos, que todavía queden hombres con el título de maletilla de antaño, eso es emocionante; me emocioné yo y creo que todos los asistentes. Se trata de una vida bohemia en la que, de momento, a lo único que se aspira es a correr la legua como tantas veces dijera nuestro amado e inolvidable Rodolfo Rodríguez El Pana que, como el mundo sabe, la corrió como nadie. Cierto es que, como pudimos ver, Gastón es capaz de todo; de momento es uno más de los muchos que lo intentan pero, ¿llegará o quedará en el camino? Como fuere, por el simple hecho de intentarlo ya tiene mis respetos y, sin duda de todos los aficionados del mundo.

Como él mismo me aconsejara, quiere que esta loa sirva para él y para todos los chicos que, en idénticas circunstancias a las suyas, todos comparten el mismo sueño: ser toreros. En los tiempos que corremos, me descubro ante un chaval como Gastón que, teniéndolo todo para vivir con dignidad y holgura, prefiere sacrificar su vida, su incierto futuro en aras de sus ilusiones. Si en todos los órdenes de la vida existieran hombres como Gastón Santos, el mundo cambiaría de forma radical, pero siempre sería para bien, porque solo los soñadores son los que le dan sentido a la vida.

En la foto, la imagen del eterno maletilla corriendo la legua.