Un año ha transcurrido desde el adiós del gran torero Dámaso Gómez. De aquel Dámaso Gómez instalado en Salamanca desde  sus años de novillero y que ya apenas se movió de esta tierra, donde literalmente cayó de pie y encontró las bendiciones de los ganaderos charros, quienes confiaban en él sus faenas camperas para alcanzar enseguida reconocimiento de maestro.

Además, pronto encontró en el señor Juan Luis Fraile -mucho antes de que sus hijos fueran figuras de los ganaderos- a un íntimo amigo y protector. Desde el inicio, el señor Juan Luis le dio trato distinguido, fue fijo en sus tentaderos y hasta pasaba temporadas invernales en su finca del Puerto de la Calderilla. Allí salía a correr a la sierra, porque Dámaso era un atleta y un deportista -al fútbol jugaba como si fuera un profesional- que apenas fumó, ni probó el alcohol, en largas sesiones donde daba la vuelta en el poblado de Ventas de Garriel y después bajaba a buena zancada y al llegar al pilón de Los Caños se bañaba e incluso en invierno, en muchas ocasiones, rompía el hielo y, ante la sorpresa de todos, se metía en el agua.

Dámaso fue un torerazo y a la par un personaje díscolo con un carácter que le acabaría lastrando su carrera, porque no tenía nada para callado. Además era distinto al resto, fijaros si era distinto que era novio de la joven de una conocida familia ganadera salmantina y, de la noche a la mañana, se casó con ¡la abuela de la novia! -que era la del dinero-. Aquello fue un escándalo… menos para Dámaso.

A los pocos días de contraer matrimonio torea en Barcelona una corrida en la que también se acartelaba otro inmenso torero, también muy lenguaraz, el venezolano César Girón, y consolidado como figura. Esa tarde, al llegar al patio de cuadrillas, al gran César no se le ocurrió nada mejor que llaman « ¡abuela!» a Dámaso Gómez. Qué sería lo que le dijo el madrileño que, siendo lo que era César que nadie lo calló, nada más salir de la plaza no quiso más que desaparecer después de haberlo citado para saldar cuentas al quitarse el terno de luces.

Y es que así era este desaparecido maestro hace ahora un año, con una personalidad  arrolladora que a nadie dejaba indiferente. Hermano de un piloto al que contrató El Cordobés cuando viajaba en avioneta para cumplir sus compromisos y aquel año se negó a torear con El Pelos y aprovecharse de la coyuntura. Admirador de Rafael Ortega, Pedrés, Luis Miguel Dominguín y El Viti, a quienes públicamente refirió lo mucho que se fijaba en su forma de torear.

Dueño de una entrega y valor seco, junto a una capacidad que le hicieron matar durante años las corridas más duras sin apenas despeinar su melena aleonada. Sin embargo, con tantos méritos y después de cuajar tardes grandes en Madrid, a esa plaza dijo adiós en una encerrona donde parte de la prensa madrileña se venga de su persona zahiriendo con duras crónicas a tan inmenso torero. Al mismo que había escrito una página para la historia y además fue un hombre fiel a quien le fue de frente y por derecho.

En Salamanca fue muy querido y además, otra cosa que las nuevas generaciones desconocen es que fue el primer maestro y descubridor de Paco Pallarés. De su mano dio los primeros pasos y debutó de manera triunfal en Logroño con el nombre de Paquito Fuentes; después surgieron desavenencias, Dámaso lo dejó y Paco cayó en manos del Pipo, quien le cambió de nombre y desde entonces empezó a llamarse Paco Pallarés. Pero sus grandes amigos del Campo Charro fueron los Fraile, otro hermano para ellos. Tanto que en los últimos años su vinculación al toro era a través de las continuas charlas que mantenía con Lorenzo, dueño del Puerto de San Lorenzo y a quien más ha estado unido. Como testimonio de tanta afinidad, desde hace más de dos décadas, en la casa solariega de esa ganadería, en una vitrina colocada en lugar destacado está expuesto aquel verde botella y oro de las últimas corridas del gran torero.

Fruto del afecto y cariño de esta familia a Dámaso Gómez, en mayo de 1992, le regalaron el último toro que estoqueo para celebrar los cuarenta años de su alternativa. La fecha fue justo una semana después de la trágica muerte de Manolo Montoliu y para agasajar al maestro, le hicieron una gran fiesta en El Puerto de la Calderilla, donde no faltó el feliz cumpleaños, además de estar el ruedo de la plaza pintado con el motivo del acontecimiento.

Bajo un escenario nublado, allí llegó el gran Dámaso temprano, junto a varios amigos de Madrid y otros de Salamanca. Fue una mañana de marcada torería donde el viejo maestro del madrileño barrio de Chamberí, auxiliado por José Mari Martín El Salamanca, desempolvó lo mejor de su torería en una actuación memorable donde cerró su libro torero. También tentó unas vacas junto a Juan Luis Fraile, el hijo de Nicolás y que era discípulo de Dámaso, que entonces era novillero y pocas semanas más tarde encontró una trágica muerte al ser arrollado su vehículo por el tren.

Hoy, un año después de su adiós, rebobinando la personalidad del gran Dámaso se agolpan las vivencias sobre la figura de aquel León de Chamberi, que rugió de valor y torería durante tantos años.

Paco Cañamero