Es tanta la incongruencia que anida en el corazón de muchos aficionados al respecto del toro bravo que, algunos hasta confunden un burro adormilado con un toro encastado. Cierto es que, entre las figuras y los toros que matan, es muy difícil que por allí aparezca un toro encastado porque de eso es lo que huyen siempre, de la casta que les pueda desbordar pero, si lo analizamos fríamente, no existe belleza mayor que un toro encastado y, para colmo, si el que vence es el torero, alabado sea Dios.

Eso es lo que ocurrió el pasado domingo en Madrid con motivo del festival del 2 de mayo en Las Ventas en que, lidiándose una corrida de burros adormilados, sin saber los motivos apareció un auténtico toro bravo y encastado del hierro de Victoriano del Rio, algo tan inusual que, repito, nos estremeció. Normalmente, si queremos ver un toro encastado tenemos que decantarnos por las ganaderías tradicionales al respecto, bien sea con los Albaserrada, Santa Coloma, Miura….ganaderías de esta especie. Pero que un toro procedencia de lo más borreguil del mundo, dígase Juan Pedro Domecq, aparezca un toro como el citado, aquello tenía tintes de milagro.

La lidia de aquel toro resultó tan emotiva que, en la prensa, muchos ni se enteraron; se dedicaron a tocarle las palmas a El Juli que estuvo muy bien con un carretón y se les pasó desapercibido que, por vez primera en su vida, Manzanares estaba frente a un toro de verdad que le pedía su carnet como matador de toros, documento que el diestro de Alicante mostró con orgullo. Hombre, que Manzanares es un torero artista eso lo sabemos todos, pero que nos emocionara tratando de mostrar ese arte frente a un toro con el que sabía que se estaba jugando la vida, eso ya es otro cantar. Es cierto que otras veces ha toreado más relajado, como el mismo diestro confesara, pero en aquellas ocasiones no tenía un toro que le pidiera la acreditación como torero. Y lo mejor de todo es que lo sabía. Insisto que, si hubo un triunfador en dicha corrida madrileña no fue otro que Manzanares, con permiso de Diego Ventura, claro.

Aquello de que una figura se pongo bonito y estético ante un toro bobalicón, amaestrado, adormilado y simplón, eso es el padrenuestro de cada día. Lógicamente, los que torean todos los días, lo que se dice oficio y técnica, ambos valores los tienen por lógica pura. Para colmo, si los desarrollan mediante la lidia de ese toro indefenso que tiene más de santidad que de toro bravo, convendremos todos que la tarea resulta mucho más sencilla.

En realidad, lo que quiero decir es que deseo ver a los toreros con el toro auténtico puesto que, con el torito a modo, hasta he visto torear bien a muchos mediocres. No es menos cierto que, como antes decía, si un aficionado pretende ver un toro encastado no lo verá jamás en una corrida de figuras puesto que, el encaste Domecq, de donde proceden la mayoría de las ganaderías que lidian las figuras, todos tienen el mismo sello, la bondad como norma, pero carentes de emoción y peligro. Como siempre dije, ¿qué es un toro sin peligro, casta, emoción y sin aparentes pitones? Eso, una aberrante caricatura que solo deja desencanto e indiferencia.

Luego viene la segunda parte de la película, como le salieran, hablando en futuro, a Victoriano del Rio media docena de toros como el que lidió Manzanares en Madrid, el ganadero ya podía disponerse a llevar los toros a plazas de tercera, con espadas de inferior condición o directamente al matadero porque, las figuras, si se dan cuenta de la casta y de todo lo que se les puede venir encima, muy pronto declinan la oferta. Recordemos, entre otras ganaderías, la de Torrestrella que las figuras se pegaban por matar aquellos toros y, el día que Álvaro Domecq se le ocurrió “inyectarles” esa dosis de bravura y casta que define a un toro de lidia, de la noche a la mañana se quedó con todos los toros en la dehesa.

No me cansaré de repetir la grandeza de Manzanares en Madrid en que, por vez primera en su vida se encontró con un toro encastado; un toro que, su bravura la vendía muy cara; un toro que pedía tener un torero delante y, lo encontró. ¡Vaya si lo encontró! Toros como el citado y diestros como el que lidió al bicorne de Victoriano de Rio son los que le dan grandeza a la fiesta, malherida siempre por todo lo contrario, porque en su momento hicieron desaparecer el toro quedando parodiada la fiesta, razón por la que echaron a las gentes de las plazas.

Claro que, como dije, justamente en este festejo que aludo en que Manzanares demostró que quiere seguir siendo torero, la gran mayoría de los titulares de dicho festejo se los llevó El Juli por su obra de arte. Nadie se imagina, ni en sueños, qué hubiera hecho por ejemplo Juan Mora ante semejante toro “juliano”. Pero, desdichadamente, la ignorancia sigue siendo muy atrevida y los que saben poco de la cuestión, al ver a El Juli se les cayó la baba sin reparar que, cualquiera de nuestros artistas actuales, a dicho toro lo hubiera indultado mientras que, El Juli, con una faena limpia y correcta, le dieron las dos orejas. Imaginé, por el momento, a Juan Mora frente a dicho animal y, hasta las lágrimas me cayeron sólo de soñarlo.

Insisto, me quedo con la faena de Manzanares ante su encastadísimo enemigo, un toro que hubiera quitado del toreo a más de tres cuartas partes del escalafón. Mientras sigan apareciendo por los ruedos toros como el de Victoriano del Rio, la fiesta seguirá su curso normal, yo diría que grandioso y, hasta nuestros detractores quedarán inertes y sin argumentos para rebatirnos. Lo que hace falta es que se repita la historia, que salgan por toriles muchos toros como el citado y, de repente la fiesta de los toros recobrará el esplendor que las figuras le quitaron hace ya muchos años.