Esta semana regresaremos al Espinar, un pueblo con encanto levantado en uno de los rincones más bonitos de la meseta. En los confines de Segovia, limitando con las provincias de Ávila y Madrid, a las mismas faldas de la sierra de Guadarrama. Además, El Espinar, tiene el sabor de la gentileza de sus gentes, nobles y hospitalarias, que siempre abren de par en par las puertas de su amistad al forastero. 

Desde mucho antes de llegar y observar al horizonte el teso del Caloco, protegido por el Cristo que le da nombre, ya te impregna la magia que rodea a ese hermoso rincón serrano, al que hace más de 25 años comenzamos a frecuentar para ir a los toros. Para disfrutar de corridas programadas en su bonita plaza de piedra por la que ha hecho el paseíllo la flor y nata de la torería, desde que en 1949 abriera el telón con un cartel de postín formado por la leyenda de Luis Miguel Dominguín, su hermano Pepe y Paquito Muñoz. Desde entonces hasta hoy, todas las figuras han toreado en esa plaza encomendándose al Cristo del Caloco, al que tanta devoción guardan las gentes del lugar.

Después he ido varias veces más para hablar de toros al Espinar, gracias a la amenidad de los amigos de la Asociación Taurina y siempre es un acontecimiento por la sabiduría de esta gente, muchos de ellos aún chavales que viajan y están pendientes de la actualidad. A lo que puedes ver en la feria de Salamanca, en Las Ventas, en Bilbao o en cualquier plaza, siempre con la exigencia que debe tener el buen aficionado defensor de la Fiesta íntegra y pura.

Recuerdo que mi primer banderín de enganche con El Espinar se produjo, de forma sentimental, hace ya muchos años, exactamente 40. Entonces, siendo un crío, no me perdía emisión alguna del programa Vivir cada día. Eran tiempos que únicamente había una cadena, la llamada UHF -por entonces o poco después empezó la VHF, que con el tiempo fue denominada la segunda- y hubo algo que me cautivó. Se trataba del capítulo titulado La banda de don Evelio, que narraba la vida de los músicos de la banda municipal del Espinar, muchos de ellos compartiéndola esa pasión con trabajos durísimos. Por eso me impactó la inmensa vocación de esos hombres de manos encallecidas, las horas de ensayo después de trabajar en los montes de gabarreros –otra profesión enraizada en ese lugar-, en el andamio, de sereno o en el matadero municipal…, que se reflejaba en las arrugas prematuras que lucían en su rostro.

Desde entonces, en cuando escuchaba o leía algo del Espinar, tenía presente ese documental y en tiempos recientes, con enorme felicidad y emoción, al abrirse los archivos de TVE, fue una gozada volver a disfrutarlo, ahora ya con el conocimiento que da el haber frecuentado el lugar y ser amigo de sus gentes –alguno de ellos hijo y nietos de los músicos protagonistas del histórico Vivir cada día-. Además, al pintoresco don Evelio, el director, que realizó parte de su carrera musical en tierras manchegas de Ciudad Real, tuve el honor de conocerlo en su pueblo local de Villafáfila, el de las famosas lagunas de la provincia de Zamora, al que acudía varias veces al año al encuentro de sus familiares y, casi siempre, aprovechaba para ir a la vecina Villalpando a dar un abrazo a su amigo, el maestro Andrés Vázquez, el que tanto aplaudió por los ruedos de España.

Ahora, el pasado día 12, día de La Hispanidad, santo de todas las Pilares y Fiesta Nacional de España, se cumplieron 40 años de la histórica emisión de La banda de don Evelio. Y precisamente esta semana, volveremos de nuevo al Espinar para hablar de toros sobre la rivalidad protagonizada por el Niño de la Capea y Julio Robles en el momento que se han celebrado las bodas de oro de su alternativa. Hablaremos de estos dos colosos que, alrededor del ferragosto, tantas veces actuaron en El Espinar y sus faenas eran amenizadas por la banda de don Evelio, cuando dirigía con su sabia batuta a esos hombres ejemplares del Espinar que compartieron su pasión musical con la dureza del trabajo.

Por ellos, por la nobleza de las gentes de este hermoso pueblo serrano, por esos dos colosos tan queridos allí deseamos que llegue el viernes para viajar al encuentro del Espinar y también encomendarnos al Santo Cristo del Caloco.

Paco Cañamero