El mundo de los toros, por encima de todo, es una cuestión de fe, ya quisiéramos los católicos practicantes gozar de ese privilegio del que disfrutan en su alma todos los toreros. La fe no es otra cosa que la convicción de que más allá de lo que alcanza nuestra vista existe un algo que nos motiva y nos hace ser perseverantes ante aquello que anhelamos que, en definitiva, no deja de ser una esperanza por hallar el milagro que todos sueñan.
Sin lugar a dudas, de no tener esa fe a la que aludo sería imposible que tantos hombres siguieran en la búsqueda de ese sueño que, en la gran mayoría de las ocasiones es totalmente inalcanzable pero que, dada esa fe antes insinuada, la misma es capaz de mover las montañas de la ilusión de cualquiera. Luego, claro, viene la dura realidad en la que vivimos, se derrumban todos los castillos de arena que previamente hemos construido y, a partir de ese momento reina la desolación en el alma de muchos hombres que, poseedores del don adecuado para llevar a cabo el menester del toreo, comprueban que todo ha sido un sueño y por ahí llega el más duro desencanto.
La prueba de lo relatado no es otra cosa que la ruptura entre toreros y apoderados, algo que, llegada la fecha del término de la temporada se producen por doquier porque, lógicamente, las expectativas que se esperaban no han llegado, razón de todas las desavenencias habidas y por haber. Todo el mundo espera el milagro cosa muy lícita pero, desdichadamente, casi siempre inalcanzable; y lo digo con enorme pena puesto que, para mi desdicha, el árbol no me impide ver el bosque de la realidad.
El baile de la discordia entre unos y otros ha alcanzado cimas insospechadas puesto que, los toreros que habían puesto su carrera en manos de ciertos apoderados no ha dado el fruto deseado, eso sí, mientras todos rompen, Mario Sotos ha sumado treinta corridas de toros, en pueblos, es cierto, pero quedar entre los diez primeros clasificados del escalafón un diestro anónimo, tanto tienes, tanto vales o, lo que es lo mismo, tanto pones tanto toreas.
En el toreo, los regueros de sangre dicho en metáfora son más caudalosos que el río Ebro puesto que, en esta temporada que ha finalizado, que Juan del Álamo no se haya vestido de torero ni una sola vez es el crimen más grande que pudiéramos imaginar. No olvidemos que, Del Álamo ha sido el torero que más orejas ha cortado en Madrid a nivel de actuaciones puesto que, si no recuerdo mal, todas las actuaciones del salmantino en Las Ventas se saldaban con el corte de una oreja por tarde e, incluso, creo que fue en el año 2017, hasta salió por la puerta grande venteña.
Si queríamos ver la mayor injusticia que se ha producido en el toreo, Juan del Álamo es el protagonista de dicha catarsis que nadie puede comprender. Unos y otros, seguramente los más, todos han roto porque no han logrado su objetivo, en este caso, las perspectivas que anhelaban pero, en el caso del chico que citamos, no es que haya roto, es que no ha toreado una sola tarde ni siquiera en su tierra, Salamanca, en la que ha logrado muchos triunfos. Ahora, como nos han contado, será Lázaro Carmona el que se ocupe de la carrera de este hombre que, por laureles conseguidos en calidad de torero merece mejor justicia pero, como antes decía, tanto tienes, tanto vales.
Y si Juan del Álamo puede presumir de haber cortado muchas orejas en Madrid, algo que no es baladí y que para su desdicha no le ha servido de nada, ¿qué podrán esperar las decenas de chicos que, con el solo bagaje de su ilusión quieren entrar en la carteleria de la ferias? Duro, muy duro será el camino. Volvemos a donde solíamos, a seguir rezando para que se produzca el milagro porque, para cualquiera, lo milagroso es que te apodere Simón Casas, como les ha ocurrido a Ángel Téllez y de forma muy reciente a Juan Leal. Si Dios quiere, al año que viene por estas fechas abordaremos estos apoderamientos de nuevo. La sorpresa será de época, para ellos, claro está; para mí en el mundo del toro no existe sorpresa alguno porque todo lo que va a ocurrir, con aplicar la lógica está todo solventado.