He abogado por la defensa de la tauromaquia en miles de ocasiones partiendo de la base cultural de nuestra fiesta algo que, siendo mucho, apenas es nada si lo comparamos con la parte crematística que este espectáculo aporta a las arcas del Estado. Hablamos de unas cifras astronómicas que dicho espectáculo aporta al bienestar de todos los españoles como causa final de dichos eventos pero que, en el camino, mediante la celebración de los festejos de cada pueblo o ciudad, los mismos dejan ingentes cantidades de dinero en cada lugar de origen. Es decir, los toros son pura vida por la parte que le queramos mirar; otra cosa con los ciegos de nuestros políticos izquierdosos que, analfabetos y burros como ellos solos, son incapaces de comprender esta realidad que vería un niño de pañales.

Podríamos olvidarnos de la parte lúdica o artística de este bello espectáculo –cosa que no haremos jamás- pero obviar la grandeza económica que esta fiesta aporta a España en su conjunto es un acto criminal en toda regla. Y no lo digo yo, lo dicen las cifras, los datos que tenemos al respecto; unos datos que, de forma extraordinaria nos aporta, entre otros, Eneko Andueza con su libro; un libro en que analiza la fiesta desde sus ancestros pero que, en lo que respecta a la parte crematística de la misma, es todo un primor lo que este hombre nos aporta mostrando datos de una relevancia sublime, razón por la que invito a todo el mundo que lea este libro.

Y la grandeza de la cuestión estriba en que, lo que aquí resalto, es decir, la grandeza económica que aporta al Estado español esta singular fiesta desde todos sus frentes; llámense corridas de toros, novilladas, bous al carrer, capeas, novilladas, corridas de rejones, todo lo que supone un espectáculo donde el toro sea el rey, de ahí parten los ingentes beneficios económicos que más tarde nos sacian el “hambre y la sed” de todos los españoles. Lo explicado, insisto, lo recalca el bueno de Eneko Andueza porque aporta datos fantásticos y reales; datos que, nuestros mandatarios deberían de tomar nota para respetar una fiesta que odian al tildarnos de salvajes. ¿Existe peor salvajismo que por culpa de la gestión  de estos individuos cientos de miles de personas estén en el paro, pidiendo en Cáritas y llorando por las esquinas cuando lo han perdido todo? Eso sí es salvajismo al más alto nivel, algo que debemos de contarle a la sociedad actual que, tras lo visto, está desubicada de la realidad en que vivimos.

Como dije en alguna que otra ocasión, la merma que habrá tenido el Estado el pasado año al no celebrarse ningún espectáculo taurino habrá sido un fracaso de clamor; que lo ha sido de forma directa para todos los que eran protagonistas de la fiesta pero que, al final del ejercicio, cientos de millones de euros iban a parar a las arcas de Hacienda, la que se frotaba las manos al ver tan suculentos beneficios que, en los momentos actuales son una utopía al más alto nivel.

Si hablamos de beneficios y de aportes económicos al Estado, ¿se imagina alguien que las multinacionales del automóvil, por citar un sector, dejaran de fabricar en España y se llevaran sus plantas de producción a Rumanía? El caos sería de época. Apliquémonos la lección que, sin toros ocurre otro tanto de lo mismo, aunque los descerebrados no lo quieran ver. Si Pablo Iglesias con su carga de comunismo a cuestas hubiera sido ganadero, seguro que ahora hablaría de otro modo. Pero no, no ha sido ganadero, más bien, “ganaduros” que es lo que le reporta su “trabajo” gritando en el Congreso de los Diputados que, para mayor desdicha, a esa lindeza le llaman trabajo. Estos tipejos no respetan nada, ni siquiera el trabajo de cientos de miles de personas que, por culpa de la pandemia y de la maldita gestión de nuestros gobernantes lo han perdido todo. Encima, como digo, se alegran de que muera la fiesta; es decir, se alegran, como pasa en Cataluña, que quiebren las empresas y, en realidad, no les falta razón, cuanto peor estén los españoles mejor estarán ellos. A las pruebas me remito.