Esto de ser el “confesor” de tantos hombres desdichados que existen en el mundo de los toros, sinceramente, produce mucha desazón y, lo que es peor, una angustia permanente, tanto en el corazón como en el alma. Lo digo porque, en dicho mundillo ocurren situaciones de tal dramatismo que uno no puede jamás ni imaginarlas, de ahí que siempre hemos dicho que la realidad siempre supera la ficción y es tremendamente cierto. Los narradores que tanto tiempo dedican a la inventiva y creación de sus personajes, en vez de ello podían dedicarse a observar lo que ocurre en la sociedad en que vivimos y, de pronto cada cual tendría el guión adecuado sin necesidad de recurrir a la ficción.
Eso mismo me sucede a mí en este mundillo al que pese a todo sigo amando pero que, nadie puede hacer nada por evitar que a mis manos lleguen los documentos más estrafalarios que cualquiera pudiera imaginar. Fijémonos que, utilizo el verbo estrafalario cuando en realidad debería de hablar de actos criminales que, para desdicha de todo el mundo, siempre quedarán en la impunidad. La pena, al respecto – la mía se entiende- es no poder mostrar la identidad del damnificado porque, como hemos visto algunas veces por la televisión, un entrevistado se niega a mostrar su rostro por temor a represalias de muerte. No creo que en el caso que nos ocupa llegáramos a tanto pero sí, con seguridad, el denunciante se quedaría sin pan, pero para toda la vida.
Pero sí quiero mostrar unos hechos fidedignos que nos dan la medida de la miseria y la maldad que dentro de los toros anida. Atentos a la situación que voy a narrar que, más de uno se quedará petrificado. Para mi desdicha, como ya estoy acostumbrado a todo, no le doy caracteres de normalidad a nada, pero si digo que ya estoy curado de todo espanto; me duele, como a todos y, lo que es peor, mi tristeza llega mucho más allá puesto que, teniendo un medio de difusión que tiene cobertura mundial, tampoco puedo remediar los males de nadie, de ahí la pena que me turba. Como se verá, denuncio unos hechos lamentables para que, en el peor de los casos, el aficionado sea sabedor de las puñaladas que se reparten en el toreo con total impunidad.
Llega un matador de toros a mi despacho, un hombre de la segunda fila del toreo, torero macho de los de antaño en que me muestra un contrato firmado por él y el empresario para una plaza de mucha relevancia. En apariencia, leo el texto de todo lo redactado y me parece lo más normal del mundo. Digamos que, lo más significativo de dicho documento estribaba en la cifra que tenía que percibir el diestro que, a fin de cuentas tampoco le veía ninguna relevancia. Como le dije, es el dinero que te ofrecen y si aceptas muy bien, y si no lo haces, otro lo hará en tu lugar. Aunque la cifra era ridícula, creo que se hablaba de poco más de catorce mil euros, si no recuerdo mal es el sueldo base establecido según convenio, aunque, en muchas ocasiones todos los toreros firmarían dicha cifra.
Se celebró el festejo aludido y, ese mismo diestro tiene la amabilidad de contarme el final de la “película” para que yo divulgara la historia que, por si misma, pese a no conocer a los personajes protagonistas de tal hecho criminal, el mismo llegó a horrorizarme. Como dije, antes del festejo firmó un contrato con toda la normalidad del mundo y, tras celebrarse el evento, el chico acudió a las oficinas de la empresa para cobrar los emolumentos que se había ganado por aquello de haberse jugado la vida en una plaza de toros. ¡Y vaya si se la jugó!
Le atendió una señorita empleada del coso taurino la que al verle, ya tenía preparado el cheque que liquidaba dicho contrato. Cierto es que, la sorpresa del torero fue mayúscula cuando, al recoger el cheque y ver la cantidad que allí rezaba se asustó; de momento no entendía nada y le dijo a la señorita: “Perdón, mire usted, ha habido un error en el cheque me usted me ha entregado, es más del doble de la cantidad concertada en el contrato”. Respondiéndole dicha dama: “Sí, se lo iba a explicar ahora mismo. Mire usted, son las normas de la empresa porque como estamos acumulando pérdidas, no nos queda otra opción que declarar mucho más ante Hacienda para intentar blanquear la situación, por tanto, vaya usted al banco, cobra el cheque, se queda con su importe y me trae en efectivo el resto”
El muchacho no se percató de nada y a la situación, de repente, le dio aires de normalidad, hasta el punto de que acudió al banco más cercano, cobró el cheque y, raudo y veloz acudió a las oficinas de la empresa para entregarle a la señorita que le había atendido la cantidad de dieciséis mil euros en efectivo. “Muchas gracias, ha sido usted muy amable, le dijo la dama en cuestión”
Bien es cierto que la idea de aquella cuestión tan rocambolesca le iba y rondaba por su cabeza hasta que, el día siguiente lo consultó con un abogado amigo y éste se lo explicó con todo lujo de detalles. “Te han jodido amigo. –Sentenciaba el abogado- Lo que te han hecho, a priori, parece algo muy normal pero la putada es de época. En tu declaración de la renta, figurará que has cobrado treinta mil euros, cifra que se imputará de forma negativa en el resultado de tu declaración mientras que, la empresa que ha emitido el cheque del que les has devuelto los dieciséis mil euros, para la misma la situación será a la inversa, habrán declarado muchos pagos para que, al final, su cuenta de resultados, a la hora de los impuestos, serán los mínimos porque han declarado muchos gastos que no han tenido. ¿Lo comprendes? “
Atónito me lo contaba el torero puesto que él siempre creía que su única misión no era otra que jugarse la vida frente a un toro, lo que él no sospechaba era que, detrás de toda aquella “aparente” normalidad había un nido de víboras que, manejando los hilos del delito, sabedores de que todo quedaría siempre impune, el modo de actuar de la empresa era la fórmula del enriquecimiento ilegal con aires de formulismo totalmente legal. ¿Cuántas miles de vicisitudes análogas a la contada se darán por todo el mundo en cualquier actividad que ni siquiera podamos sospechar, especialmente dentro del mundo del espectáculo y la farándula? Mejor no lo sepamos ¿verdad?
En la imagen un toro cualquiera pero, no siempre es el toro el gran enemigo del torero. A las pruebas nos remitimos.