Cansado de luchar contra tantos imponderables -amén de la desdicha que nos asola, cuando se cumplen en estos días dieciocho años sin el maestro Joaquín Vidal- como uno se encuentra en la vida, por momentos, la reflexión más íntima puede alimentar mi alma y, como me sucede en este instante, evocar a una persona que lo ha sido todo en el periodismo taurino es algo que me llena por completo. Y, honradamente, me asiste el derecho a la evocación puesto que, para mi fortuna, conocí al personaje en cuestión del que tanto aprendí y al que mucho más respeté puesto que, dieciocho años después de su muerte, el maestro sigue vivo en mi corazón.

Me refiero a Joaquín Vidal, aquel literato que ejercía la crítica taurina con pasión desbordada puesto que, la fiesta de los toros era su gran anhelo; hasta me atrevería a decir que, sus letras, su narrativa era el puente que le permitió acceder a la crítica taurina para saciar su sed como aficionado puesto que, al margen de los toros, como tantas veces hiciera, era un literato del altísimo nivel; pero le pudo más su pasión por aquello de buscar una fiesta más justa, más ecuánime, más rotunda desde sus ancestros, antes que dedicarse por completo a la narrativa en su aspecto más amplio y general. Los toros fueron su pasión y, en definitiva su razón de ser.

Empezó Joaquín Vidal como crítico taurino en el diario Informaciones, en La Codorniz, en el Diario Pueblo junto a Navalón, publicaciones de Madrid para, acto seguido, cuando nació El País, muy pronto recabaron de sus servicios en el diario matutino que había terminado de aparecer en escena. Y, como cosa curiosa, el diario El País nunca ha sido un defensor de la fiesta de los toros, si se me apura, todo lo contrario. Pero como quiera que las empresas se crean para dar puestos de trabajo y obtener dividendos para ganar dinero, Jesús Polanco, que de tonto no tenía nada, analizada la cuestión, no dudó en contratar a Joaquín Vidal para la sección taurina, sencillamente porque sabía que había fichado al mejor; al editor, como digo, los toros no le importaban lo más mínimo a nivel íntimo y personal pero, como empresario, sabía del filón que Vidal representaría para su diario El País.

El maestro Vidal logró, con sus crónicas, ser leído por cientos de miles de personas que no les gustaba la fiesta de los toros, todo un milagro para gozo de su diario que, a medida que pasaban los días se incrementaban sus lectores y, gran parte de los mismos fueron adeptos del maestro que, con su sabiduría logró que sus crónicas trascendieran mucho más allá de los aficionados a los toros. Bien es cierto que, sus textos, en ocasiones cargados de ironía y saber decir, cautivaban por sí solos. La gracia de este hombre consistía en que, en muchas ocasiones, era capaz de escribir una crónica taurina y, tras leerle comprobabas que, menos de toros había escrito de todo. Así son los genios.

En mi caso, sabedor del delicado estado de salud por el que pasaba el maestro, me ilusionaba entrevistarle, todo un logro porque Joaquín Vidal era muy reacio a conceder entrevistas porque su intimidad era suya, de nadie más. Es cierto que, en aquel momento de lo que sería mi última llamada al maestro ya se había recuperado y seguía impertérrito, incluso había retomado las ferias para hacer las crónicas de rigor.

¿Cómo está, maestro? Le pregunté.

Pese a que he reaparecido, la salud es poca.

Paradojas del destino pero, un mes más tarde el maestro entregaba su alma a Dios. Aquellas palabras que me confesara de que “la salud es poca” eran el detonante de que él sabía que cómo se encontraba pese a que, en el transcurso de la entrevista, por sus palabras, era difícil predecir que nos dejaría tan pronto puesto que, nadie, en aquellos instantes, tras comprobar toda la sabiduría que en dicha entrevista me entregó, sospechar que su final estaba cerca era totalmente imposible pero, lo de “la salud es poca” me dejó aletargado, como barruntando que aquella frase encerraba mucho más de lo que me decía.

Murió el maestro Vidal como es notorio pero, lo que no es tan usual es que, a diario, se le recuerde en distintos foros por el mundo puesto que, en mi caso, dada la amistad que con él mantuve yo podría ser una excepción para recordarle pero, no es una cuestión mía, es algo que sucede a diario puesto que, se marchó Vidal a donde iremos todos, con la salvedad de que se nos adelantó en el camino con apenas 66 años, pero nos dejó su obra, su legado, sus crónicas que seguirán siendo eternas por aquello de que, en las hemerotecas podremos encontrar aquel manantial de sabiduría para uso y disfrute de las nuevas generaciones que, si no le conocieron en vida, tras su muerte, podrán seguir aprendiendo puesto que, como le sucede a todo ser humano importante, muere el hombre, pero queda su obra la que siempre será inmortal.

En la imagen, Joaquín Vidal junto a Navalón, los dos críticos que definieron una época gloriosa en el periodismo taurino.