Hemos leído miles de veces cuando algún que otro periodista elogia a un determinado torero, incluso poniendo en valor sus virtudes para situarle por encima de otros compañeros que, en realidad apenas las tienen. Eso sí, nadie tiene valor para enaltecer a un torero poniendo como ejemplo a otro de menor nivel. Son muchas las veces que hemos leído, por ejemplo: “Dicho torero tiene muchos más méritos que otros muchos de sus compañeros pero ha sido ninguneado por la empresa.”
Cierto es que, la pregunta es obligada. ¿A qué otros compañeros se refieren? Hombre, como tontos no somos, lo adivinamos en el acto pero, no es esa la cuestión porque de tal modo no incomodamos a nadie y quedamos como reyes ante aquel al que pretendemos defender. Nadie se atreve a cuestionar en lo más mínimo a todo aquel que esté arriba del escalafón porque, como se sabe, eso es pecado mortal. Y, cuidado, que tienen mérito no me cabe la menor duda, pero es ahí donde a la hora de juzgar tenemos que arriesgar y, si cabe, hasta perder, pero nunca dejar esas lagunas informativas que nos dejan a todos congelados en el alma.
Yo lo he dicho muchas veces, sobran todos los viejos del escalafón porque, tras cuatro o cinco lustros como matadores, además de sabérnoslos de memoria, por buenos que sean, tanta reiteración aburre. Y pretendemos cambiar el escalafón. Vaya error el nuestro. Y no es que se vayan, es que vuelven los que deberían de quedarse en casa quietecitos. Cuidado no vaya a ser que a Enrique Ponce se le caliente el bocado y reaparezca que, todo es posible en la viña del señor.
Pensar que, en los últimos cinco lustros apenas ha habido cambio alguno en la estructura artística si de toreros hablamos, la situación no puede ser más dantesca. Todos los espadas cimeros del escalafón serán muy buenos y, como dije, su mérito tienen pero, por favor, que nuestras retinas ya están laceradas por ver siempre la misma imagen. Cuando uno analiza y piensa que, hace cuarenta años los toreros se retiraban con apenas treinta años y diez en el ejercicio de su profesión, nos entra una nostalgia tremenda. En aquellos años si había relevo, nada que ver con lo que sucede en la actualidad que, vuelve El Cid, entre otros, y se queja de no ser atendido por las empresas, lo que viene a demostrar que todos los toreros quieren ser eternos.
Insisto en lo antes dicho, se pondera a muchos toreros por aquello de lo que entendemos como las injusticias que contra ellos se comenten pero, reitero lo dicho mil veces, nadie se atreve a decir los que sobran, los que actúan por su única meritocracia que no es otra que ser apoderados por casas influyentes, que se lo digan a El Fandi que, pese a que tiene unas piernas de oro, ya es hora de que cuelgue los bártulos y se vaya para siempre.
Muchos de nuestros relatores les falta valor para afrontar la situación, de ahí el ridículo que hacen cuando ensalzan porque jamás detestan a nadie, lo que equivale a cobardía porque el que calla otorga o, lo que es peor, algo oculta. Llamémosle a las cosas por su nombre que no por ello dejamos de perder nada, máxime si no está en juego ningún tipo de interés que, para desdicha de tantos, muchos suspiran por tener un pesebre cerquita.
En la imagen, el hombre antónimo de la cobardía por antonomasia, Alfonso Navalón, que siempre dignificó a la fiesta de los toros llamado las cosas por su nombre, es decir, con apellidos incluidos.