Al margen de la sensibilidad artística que siempre nos han producido los toros como manantial de cultura, éstos han sido siempre una parte fundamental en la economía de nuestro país. Negar esta evidencia es tanto como negar que existe un Dios que todo lo puede.

Nuestra fiesta taurina, la que siempre nos encandiló por su faceta artística, la que nos conmovía por completo cuando admirábamos la obra bella de un determinado artista, detrás de las emociones del momento, por encima de todo, subyacía esa fuente de ingresos altísima para las arcas del estado que, como toda actividad legal engrandecía nuestro presupuesto de Estado.

Los toros, aunque muchos descerebrados lo quieran negar, han sido siempre una fuente inagotable de ingresos para nuestra Hacienda pública que, más tarde, lógicamente, dichos emolumentos nos beneficiaban a todos, sin distinción de clases. Nuestra fiesta, trasladada como ámbito empresarial que generaba tantos recursos económicos, por mil razones ha quedado como un solar desmantelado al no celebrarse espectáculos taurinos.

Sin ir más lejos, ¿qué cuentas habrán hecho desde el departamento de Hacienda al no encontrarse con la de cientos de millones que dicha fiesta aportaba a las arcas públicas? Imagino que se habrán resentido muchísimo. ¿O será que Hacienda no lleva cuentas al tratarse de los toros? Será lo que fuere, lo que ellos quieran, pero nadie podrá negar esa realidad tan latente y de puro manifiesto como son los ingresos que el mundo de los toros ha aportado al estado español con sus sagrados impuestos.

No tengo datos concretos como es lógico pero, en una temporada normal en la que, a lo largo de la misma pasaban por taquilla varios millones de personas pagando el IVA correspondiente por cada boleto. ¿A cuánto ascendería esa cifra? Insisto que no soy economista ni falta que me hace, sencillamente, aplicando la lógica me basta y me sobra para defender este espectáculo bellísimo que, para colmo, redunda con sus impuestos en el bienestar de todos, hasta en el de los socialistas que quieren la destrucción total de la fiesta.

Demoler la fiesta de los toros cual es el objetivo de esta izquierda siniestra que nos gobierna, sería tanto como pretender destruir el imperio que en su día creó Amancio Ortega, algo que creo que no se le ocurriría a nadie, con la excepción de Pablo Iglesias que critica al genio de Arteixo porque con su trabajo ha logrado un imperio que redunda en el bienestar de miles de familias de España e incluso del extranjero, gracias a la gestión de este irrepetible hombre de empresa.

La cifra que cada año aporta a las arcas públicas por parte de Amancio Ortega con su conglomerado de empresas será de una dimensión importantísima; los toros, a su vez, con toda seguridad, sumadas todas las organizaciones taurinas superan en grado sumo la cuantía crematística de tal magnate, algo que viene a favorecer los intereses de todos los españoles porque, recordemos que, solo el trabajo y la gestión de grandes hombres de empresa son los que le dan sentido a la vida por los dividendos que generan en aras de la sociedad española.

Hacienda debería de publicar todo aquello que han dejado de percibir al no celebrarse espectáculos taurinos, algo que no harán por pura cobardía pero que, la cifra, de saberla nos echaríamos todos a temblar al ver lo que han dejado de ganar por la no celebración de festejos taurinos. Parece que no es nada pero, insisto, ellos sabrán las mermas que han tenido al no tener esos miles de millones que todos los años engrosaban las arcas públicas. Y pensar que, tras lo contado que, a su vez, por lógico, es sabido por todos y que quieran destruir la fiesta, es algo que me parece abominable.

Hay que ser descerebrados, malas personas, indecentes, truhanes, cobardes y mal nacidos para querer erradicar una fiesta que, si artísticamente es todo un referente, económicamente es una fuente de ingresos maravillosa que, como digo, nos favorece a todos. Las madres de nuestros dirigentes, cuando estos eran niños, deberían haberles llevado a la escuela, de tal modo habrían aprendido y ahora serían hombres de bien, no se entiende de otro modo.