Cuando se empezaron a programar festejos tras la pandemia, confieso que me ilusioné, ya lo he dicho en alguna ocasión pero, la realidad me ha hecho cambiar de opinión. Tras todo lo visto y lo que queda por ver, apenas nada tiene importancia; es cierto que, todos teníamos mucha sed de toros pero lo que hemos visto y lo que queda por ver, jamás saciará la sed de la que hablamos.

Las corridas que hemos presenciado nos han servido para reflexionar y, la gran verdad es que, los toros, sin los grandes escenarios, sin las plazas emblemáticas, son pura parodia de lo que en sí mismo conlleva la grandeza de una corrida de toros en Madrid, Bilbao, Pamplona…..escenarios emblemáticos en los que, pese a todo, son los únicos donde podríamos saciar esa sed del alma porque, para mal o para bien, en dichas plazas saldría el toro mientras que, todo lo demás es pura broma.

Cito las grandes plazas en la que nadie puede asegurar que el éxito de los toreros esté garantizado, sencillamente porque se trata de algo imposible de predecir; pero, a su vez, nadie nos negará en, en dichos recintos, en el peor de los casos, nos podríamos deleitar con el toro, algo que ha sucedido toda la vida. La fiesta, como se ha concebido este año, descafeinada, simple, sin alma y sin fondo alguno, sinceramente, dudo que valga la pena.

Puedo asegurar, como el primero que pase por la calle, que si los toros se tuvieran que mantener en las corridas de provincias y en los pueblos, los mismos morirían de inmediato porque, como se ha comprobado, no hay toreros de masas para llenar las plazas o, si se me apura, lo que quizás sea peor, que el aficionado se ha dado cuenta del fraude, la estafa que supone la lidia del medio toro que no emociona a nadie, razón por la que los aficionados han huido de las plazas de toros, la prueba fehaciente de lo que relato es que, en las corridas celebradas, según las normas dictadas por aquello de la pandemia, en casi todas las tardes apenas se ha llenado el “aforo” permitido que, en algunas ocasiones no ha llegado a las dos mil personas. El último dato lo tenemos en El Espinar en que, con apenas ochocientas personas, Paco Ureña y Toñete hicieron el ridículo ante una bueyada infumable que, sin fuerzas ni nada que tuviera que ver con un toro de lidia, ahí murieron todas nuestras ilusiones.

Madrid sigue siendo el sostén auténtico de la fiesta de los toros; tras la feria de San Isidro, cuando el aficionado se ha quedado ahíto de placer con todo lo que allí ha sucedido, hasta es capaz de perdonar y comprender todo lo que sucede fuera de Madrid pero sin el eje central de la fiesta, Las Ventas, todo nos sabe a pura broma y, amigos, hablar de bromas cuando un hombre se está jugando la vida suena cruel. Pero es la triste realidad cuando comparamos la primera plaza del mundo con todas las demás.

Los tiempos que vivimos no dan opción para las grandes citas entre toros y toreros, razón por la que ha quedado todo reducido a la más mínima expresión, es decir, hasta poder predecir el resultado de todas y cada una de las corridas que se están celebrando que, de acertar con el estoque los toreros, los triunfos se pueden cantar antes de hacer el paseíllo, un hecho lamentable que dice todo de la fragilidad de esta bendita fiesta sin los escenarios adecuados.

En una temporada digamos normal, aunque fuera en pocas dosis, siempre nos cabía la esperanza de encontrar en algún cartel y frente al toro auténtico, a toreros que nos siguen emocionando que, en este caso, en esta temporada, quizás lleguemos a diciembre y no les hayamos visto en lado alguno, me refiero a toreros de la categoría de Diego Urdiales, Curro Díaz, Juan Ortega, diestros de una calidad infinita, capaces de demostrarla frente a toros con casta y poderío. Especialmente Díaz y Urdiales, auténticos maestros en la verdad del toreo puesto que, como es notorio, se han enfrentado a toda clase de toros, esencialmente a los de casta y bravura para alcanzar sus mayores éxitos. Barrunto que, los sucedáneos, a dichos toreros no les hacen felices.