El personaje tiene pinta de haber sido, como mínimo,  secretario íntimo de algún cardenal vaticano; al estilo de los vampiros postmodernos suele vestir de negro absoluto, altivo y con mirada luciferina, de gestos agrios y perversidad manifiesta, anduvo varios días estimulando el morbo de los televidentes, haciéndoles saber que una nueva «bomba informativa» caería en su programa; que ya nada sería igual después de dicha bomba, algo así como el anuncio de un Apocalipsis transmitido en directo por la cadena amiga. Luego, una vez que sueltan dichas bombas, te das cuenta que tienen menos consistencia que un simple petardo. Pero ellos son así, ese juego maquiavélico parece que les hace segregar cantidades industriales de endorfinas y el placer demoníaco se hace presente en todo el sarao de colaboradores o tertulianos de dicho espacio.

Una vez que el asunto había sido convenientemente cebado, ¡y con toda España pendiente del televisor!,-según decía el retorcido presentador-, ofreció una oferta «tres en uno», donde él mismo se erigía como acusador, policía y al mismo tiempo juez del caso; un verdadero despliegue de actitudes y formas profesionales de un sujeto cuya mayor gloria intelectual ha sido ser concursante de la bazofia llamada «Gran Hermano».

A los que de una forma u otra estamos imbuidos en el mundo taurino, nos hizo gracia que la televisión que últimamente presume de ostentar el lema de «rojos y maricones», y que hace aflorar su anti-taurinismo de manera constante, se preocupara por la vida privada de tres toreros; salvo claro, que todo fuera orquestado para meterles unos alevosos puyazos traseros y dejarles para el arrastre.

Toda la pirotecnia acusadora que arrojó este intrépido contra Morante de la Puebla, Juan José Padilla y Alberto López Simón fue contrarrestada  por un policía invitado al evento, que quitó hierro y trascendencia al asunto. Lo lógico era, que lo hubieran echado del plató,-como han ejercido otras veces-, ya que restaba credibilidad al omnipotente presentador. El televidente esperaba impaciente conocer cuáles eran los terribles y  flagrantes delitos cometidos por los toreros, cuando en pantalla aparecieron éstos en un palenque  presenciando una pelea de gallos.

Estos espectáculos, al parecer  están prohibidos en el territorio español, a excepción de Canarias y Andalucía; pero los citados matadores estaban en Jerez. En definitiva, éste era un ataque más a la tauromaquia desde el plató de «Sálvame», que por cierto, dicho escenario parece emitir grandes cargas de radio-actividad, que van generando enfermedades de tipo cancerígeno en sus tertulianos, salvo que estos pseudo-periodistas inventen sus propias enfermedades, para hacer ver que están en el abismo mortal, mientras hacen caja haciendo entrevistas para otros medios, y de manera sorpresiva suelen «resucitar» al mes y medio.

Esa extraña conducta es la que denunció Coto Matamoros, (no confundir con el hermano, Quico). Coto publicó una denuncia hacia el mismo presentador que machacó a los tres toreros, por falsario, por haberse inventado padecer un cáncer de páncreas y exponerlo en televisión. El aludido se querelló contra Coto, pero el juez dio la razón a Matamoros. No conforme con el veredicto, el presentador recurrió y de nuevo volvió a ganar Coto, ya que el supuesto paciente no pudo aportar las pruebas que certificaran la enfermedad, solicitadas por el juez. Al diabólico funcionario televisivo, la juerga le salió por doce mil euros que hubo de pagar en costas judiciales. A la Asociación Española Contra el Cáncer, la cosa no le hizo la menor gracia. Aquí no hostigó a tres representantes de la tauromaquia, ahí se mofó de los miles de pacientes y familiares que tienen sobre ellos el peso de  la terrible enfermedad, y no creemos que hayan festejado las ocurrencias irreverentes de estos venerables parientes de Satanás.

Giovanni Tortosa