En estos días hemos celebrado el CXX aniversario desde que se aprobó que los domingos fuera día festivo puesto que, en aquellos años, 1904, solo se beneficiaban de no trabajar aquellos católicos que iban a misa los domingos y fiestas de guardar. Me parece un aniversario hermoso. pero, no tanto como han celebrado los sociatas del gobierno que, al respecto del trabajo solo promulgan que no se trabaje, pero ningún día, la prueba es que la indecente de Yolanda Díaz quiere que la jornada sea de treinta y siete horas, al margen de que ahora se ha sacado de la manga una intentona criminal para seguir eliminado puestos de trabajo, que la restauración eche el cierre cuando ella diga. Hay que ser mala persona con ganas para actuar de este modo y, la apestosa, para defender su tesis, argumenta que su gobierno quiere que la gente tenga mucho ocio porque eso de trabajar está pasado de moda. Si todos viviéramos como ella, de ese rollo macabeo que nadie sabe en qué consiste llevándose un dineral todos los meses, por supuesto que anhelaríamos el ocio, y el oso, por supuesto.

Mucha literatura se ha escrito respecto al trabajo y, por ejemplo, tras la guerra civil, los españoles tenían que trabajar día y noche porque, por culpa de la contienda, España quedó como un solar desmantelado y, los españoles, como era natural y lógico quedaron en la más vil de las miserias. Es más, en aquella hecatombe que conocimos gracias a lo que nuestros padres nos contaron, ¿qué otra opción quedaba si no era trabajando “día y noche” para poder sobrevivir? Es cierto que, si en aquellos tiempos hubiera reinado Pedro el cruel, de repente, como por arte de magia, se habría sacado de la chistera cientos de miles de millones de pesetas de la época y todos contentos, los del PSOE, claro está.

Fijémonos que, nosotros, lo que nacimos en los años cincuenta en que la contienda ya era historia, tuvimos que trabajar de sol a sol, sencillamente porque había que ayudar en casa puesto que el trabajo de nuestros padres no daba para cumplir las necesidades básicas de cualquier hogar. Fuimos una generación de héroes en la que el noventa por ciento de los españoles solo aspiraban al trabajo porque, como era natural y lógico, era la única fuente de ingresos que podíamos tener. Todos, al unísono, entendíamos que, si queríamos tener una casa, un automóvil, un apartamento y vivir con dignidad, solo teníamos un camino, el trabajo. Yo, como millones de españoles, soy de los que trabajó doce horas diarias porque no quedaba otra opción y, antes que robar como ahora hacen los sociatas, nos aferrábamos al trabajo. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Nuestra tabla de salvación era el trabajo y, como así se demostró, trabajando hicimos una España grande y próspera.

Ahora, estos políticos gandules que nos rigen, como quiera que ellos viven como sultanes, le quieren hacer creer a la gente que, el modo de vida tiene que ser como el de ellos. ¿Cómo? No existe manera posible porque mientras los políticos cobran sueldos astronómicos por robar en muchos casos; es decir, no contentos con los sueldazos, amén de ello, hay que robar a manos llenas. Recordemos que, en aquellos primeros años del siglo pasado y hasta la entrada de la democracia, los políticos ejercían su labor por amor al prójimo, por una vocación sin límites por aquello de servir a sus semejantes. O sea que, en aquellos años trabaja hasta Dios, que es el que instauró que los domingos fuera día de precepto, por tanto, de descanso.

Decir que la gente ya no trabaja los domingos no deja de ser un eufemismo “bonito” porque la realidad nos dice todo lo contrario. En la actualidad, genéricamente, los sábados y domingo son festivos para la inmensa mayoría de los españoles, cosa que me parece fantástica, pero ¿qué pasa con esos cientos de miles de personas que tienen que trabajar por imperiosa necesidad? A saber. Camareros, restauradores, hostelería, pilotos de avión, policía, médicos, enfermeras…y decenas de oficios que, para disfrute de los demás, dichos colectivos trabajan domingos y fiestas de guardar. Lo digo porque, festejar que ya no trabajamos en los días festivos me parece un insulto a tantos colectivos que, para dicha de todos, trabajan como burros y, honradamente, no creo que se aplaudan a sí mismos porque están trabajando; lo hacen porque no les queda otra alternativa, de ahí el respeto que les otorgamos. Pero estos cientos de miles de personas, como no viven del maldito rollo de la política en su versión más criminal, es decir, la izquierda, trabajan para sacar a los suyos hacia delante, sabedores del lugar que ocupan en sus casas y en la vida.

Ahora, “gracias” al asqueroso progresismo del que tanto pregona la izquierda, aparentemente la gente vive con mucha decencia que, son muchos los que así viven, pero no debemos de olvidarnos de los cinco millones de personas que viven en el umbral de la pobreza. Tengamos en cuando que, mientras en aquellos años setenta, ochenta e incluso noventa, cualquier español, trabajando se compraba una casa y la pagaba en cinco años. Ahora, desde hace muchos años, al margen de la pobreza aludida que tiene atenazados a millones de nuestros compatriotas, la juventud, pese a la grandeza que promulgan los indeseables que nos gobiernan, uno de cada veinte jóvenes puede comprarse una vivienda y, con suerte, con una hipoteca para treinta años; los demás, vamos, que no lo intentan.

Y, para que la desdicha sea todavía más grande, las circunstancias y modo de vida que estas gentuzas nos han enseñado, ha desparecido aquella clase media en la que nos encontrábamos la inmensa mayoría de los españoles para llegar, como estamos viendo, a muchos, más de los que nos imaginamos, totalmente ricos para que, a su vez, vaya paradoja, la pobreza sea cada día más alarmante.  Eso sí, tenemos progresismo de salón, políticos criminales y corruptos y, para colmo, todos los desdichados a los que aludo siguen votando a la izquierda aberrante y maldita.