En la profesión de torero hay tres condicionantes que son absolutamente imprescindibles para todos aquellos que aspiren a ser toreros; lo dicho, paciencia, fe y mucho sacrificio que, dicho sea de paso, por mucho que se haga siempre será poco. Hablamos, sin duda alguna, de la profesión más difícil del mundo porque nadie nos garantiza que, cumpliendo a rajatabla las normas antes citadas logremos el triunfo. Tarea compleja la de todos los chavales que aspiran a la gloria que, a su vez, nunca debemos de olvidar que, son muchos los llamados, pero muy pocos los elegidos.

Sigo asombrándome, para gozo mío y de cualquier aficionado, la de muchachos que intentan esta aventura tan bella como apasionante; esos certámenes de novilladas me emocionan hasta la locura, sencillamente porque son la simiente que hay que plantar para que en el futuro nazcan nuevos toreros. Luego, lo que venga está por venir; digamos que, el futuro suele ser duro, complicado, en ocasiones desesperante, pero, por encima de todo hay que cumplir los “mandamientos” enumerados como si en ello nos fuera la vida que, dicho sea de paso, si hablamos de toreros, en ello les va la vida.

Y hago esta reflexión a tenor de lo que me contaba un chaval que había intentado ser torero y, como tantos, quedó en el camino. Digamos que, tomé la lección que escribo en la palabra de un fracasado pero que, sin el menor atisbo de amargura me explicaba todo aquello que un torero debe de estar dispuesto a padecer, con la salvedad de que, como el muchacho mencionado, la mayoría “mueren” en el intento, de ahí la grandeza que emana la causa torera.

Uno mira a esos chavales que no torean nada y entrenan todos los días como si se les acabara el mundo y, desde la óptica del aficionado cuesta mucho entender esa capacidad de sacrifico tan grande por parte de toros, pero, ahí radica el quid de la cuestión, en tener esa mentalización tan apasionada por si “surge” la oportunidad de poder torear y, a su vez, poder demostrar aquello que lleva uno dentro. Para algunos, cierto es, la espera les ha valido la pena, aunque el calvario pasado no se lo quita nadie.

Son casos muy raros los que de repente, tras la alternativa, ya se les considera figuras del toreo. Nos sobran dedos de una mano para contabilizarlos. Claro que, el mérito grande es de todos aquellos que, mediante una espera que les desespera, han logrado su propósito porque, aquello de esperar diez años, incluso en algunos casos mucho más, para eso hay que tener agallas, paciencia, convicción, fe, perseverancia, anhelos y muchos sueños almacenados para que, un día, al despertar puedas verte en todas las ferias, es el caso, entre otros, de Emilio de Justo que, tras pasar por ese calvario al que aludo, un día de la vida encontró su recompensa pero, esos años de cautiverio no se los quita ni Dios.

Podría nombrar a muchos que han hecho la travesía del desierto en plena soledad, aunque el último ejemplo que tenemos al respecto se llama Borja Jiménez que, tras diez angustiosos años, por fin, le ha llegado el premio. Todo comenzó el pasado año, si se me apura, en los últimos coletazos de la temporada en la que, Borja, como sabemos, triunfó de forma rotunda en Madrid y, en esta ocasión, al escribir estas líneas, Borjita ya ha salido a hombros en Castellón con la corrida de Victorino Martín, por cierto, como nos han contado nuestros compañeros, ante un encierro difícil y complicado pero, a su vez, el diestro de Espartinas ya está colocado en Sevilla y Madrid con aires de figura, ahora lo tiene que hacer todo él pero, la gran verdad es que le ha llegado su hora. ¡Alabado sea Dios! Diría el diestro.