Permítaseme que hoy cambie el tercio de forma radical porque, inevitablemente mi corazón así me lo pide y, con toda seguridad, ustedes me entenderán. Hoy es 30 de abril una fecha emblemática para mí puesto que, en tal día, hace catorce años me cupo la dicha de estar junto a mi ídolo favorito que, para mi suerte, éramos amigos. Me refiero, nada más y nada menos que a Facundo Cabral, el cantor inenarrable argentino que, desde el primer día que nos conocimos en Madrid en aquel otoño de 1994, desde aquel instante nuestra empatía fue una contante en todos los órdenes.

En el otoño maravilloso en que cito, en Madrid, en el teatro Reina Victoria acudí para ver un espectáculo que se llamaba LO CORTEZ NO QUITA LO CABRAL. Como se desprende, los artífices de aquella noche madrileña eran Alberto Cortez y Facundo Cabral que, inevitablemente caló en mi corazón hasta el punto de, tras acabar la actuación y presentarme en su camerino, identificarme y, desde aquel instante se empezó a fraguar una amistad que solo la muerte del ídolo pudo acabar.

Tras aquel encuentro nos escribíamos correos a diario, nuestras llamadas eran muy seguidas ya que, como era lógico, Facundo Cabral viva en Buenos Aires. Ambos teníamos necesidad el uno para con el otro; yo, por humilde y el astro argentino porque en su generosidad le gustaba regalarme lo mejor de su ser, su amistad pura y cristalina.

Un par de semanas antes del citado 30 de abril recibo una llamada a media noche, era Facundo Cabral que, entre somnoliento como estaba y ante la noticia que me daba quedé perplejo; no sabía si era verdad lo que me sucedía o estaba soñando que, por las horas que eran, debería ser lo más lógico.

-Oye, Pla. Voy para España dentro de unos días, me ha invitado Jesús Quintero para su programa y, aprovechando que estaré en la Madre Patria me gustaría cantar para ti. ¿Qué te parece la idea?

Quedé sin sentido, sin habla, sin poder pronunciar la más mínima sílaba. Facundo notaba mi silencio y desde el otro lado del cable escuché a Facundo.

-Pla, estás ahí.

-Sí, maestro, -le dije, estoy anonadado por lo que termina de contarme pero, -reaccioné en tres segundos-  su idea me parece la más genial del mundo. Dadas las fechas que estábamos y que el 30 de abril era domingo no dudé en decirle que esa sería la fecha si él no decía lo contrario.

-Magnífico, Pla. Allí estaré. Organiza como quieras el asunto y solo te pido que haya un buen equipo de sonido que lo demás corre de mi cuenta.

No pude ya conciliar el sueño en toda la noche porque, entre otras cosas, el maestro venía de cantar en el Lincon Center de Nueya York y, pensar que en unos días cantaría para mí, es decir, para el pueblo de Ibi, aquello me tenía emocionado. Al día siguiente me puse en contacto con las autoridades ibenses para participarles la gran noticia y, por la tarde ya estábamos adornando las tiendas de Ibi con los carteles de lo que sería la actuación de Facundo Cabral. Todos éramos conscientes del regalo que íbamos a tener con la actuación del ciado cantor porque, como sabíamos, Cabral hacía muchos años que no cantaba en España y, de repente, que lo hiciera para nosotros, la dicha no podía ser mayor.

Sabedores de que Facundo Cabral estaría junto a nosotros en la fecha prevista, todos presenciamos embelesados la entrevista que le hizo El Loco de la Colina que, por cierto, tuvo un calado sensacional porque Cabral era impredecible por su arte, por su talento, por su humor socarrón que lo convertía en un personaje distinto a los demás.

Confieso que, antes del 30 de abril estuve varios días sin poder dormir; había que organizar todo a la perfección y, al respecto, yo era un neófito; pese a todo, no podía fallar, no tenía que haber el más mínimo error, hubiera sido imperdonable por mi parte. Todos habíamos escuchado alguna que otra canción de Cabral; No soy de aquí……Pobrecito mi patrón…. Pero nadie sabíamos en profundidad la grandeza de aquel artista universal que había triunfado en los mejores teatros del mundo. Como digo, si venía de abarrotar el Lincon Center de Nueva York, aquello eran palabras mayores.

Y llegó el día soñado, 30 de abril de 2006 y, cuando eran las veinte horas apareció sobre el escenario un señor con gafas oscuras, barba blanca, chamarra vaquera, al igual que sus pantalones, bastón en su mano derecha y guitarra sobre la silla puesta al uso. Yo estaba extenuado. Habían sido muy duras las gestiones que tuve que realizar y, como digo, para un profano en materia, el reto era inmenso. Ya sentado en la butaca, escuchando una voz en of que nos presentaba al artista, cuando apareció, el teatro le brindó una ovación inmensa pese a que se trataba de un “desconocido” para la mayoría de las gentes.

-Gracias por acompañarme. He venido a esta tierra bella, generosa, trabajadora y auténtica, de la mano de mi amigo Luís Pla. Aunque ustedes me ven solo, en el escenario, esta noche aparecerán muchos. Me acompañará mi madre, mi abuela, La Madre Teresa, Octavio Paz, Juan José Arreola, mi tío Pedro, Jorge Luis Borges…..¡Qué sé yo! Serán muchos aunque ustedes no los vean. Tras lo que les he contado, no se asusten, pero verán ustedes a todos los personajes que les he citado y, sin duda, a muchos más.

Aquella forma de empezar el concierto nos dejó desdibujados; la expectación creía en cada segundo que pasaba; nadie respirábamos, solo queríamos que aquello comenzase y, a los diez minutos de concierto todos pedíamos que no se acabase. Era tal nuestra complicidad con el cantor que, emocionados como estábamos viviendo la tarde, tras salir del teatro todos teníamos la sensación de que habíamos vivido algo irrepetible y, en honor a la verdad, así sucedió.

En casi dos horas de espectáculo, Facundo Cabral, apenas cantó. Paradoja, ¿verdad? Así fue. Y en realidad, ese fue su éxito, no “cantar” porque de tal modo con sus frases, axiomas, recuerdos, vivencias y pasajes de lo que había sido su vida, lo que menos anhelábamos eran sus canciones puesto que con su palabra nos llevó hasta el paraíso. Cientos de sentencias nos dejó sobre aquel escenario. Podríamos recordarlas todas pero, a modo de ejemplo, recordemos una de las más apasionadas, de las que llegaron al corazón de aquellas gentes que, embelesadas no daban crédito a lo que estaba viviendo.

-Hay una sola religión, el amor.

-Un solo lenguaje, el del corazón.

-Una sola raza, la humanidad.

-Y un solo Dios que está en todas partes.

Nadie podíamos contener la emoción y, de mi parte, quedé extasiado cuando, para finalizar y sorprenderme como nadie lo ha hecho en este mundo dijo:

-Le quiero agradecer al amigo Pla Ventura porque sabe más cosas mías que yo, y si él las sabe, son de él, porque las cosas son del que las ama.

-Señores y señores, muchas gracias por hacer acompañado todos a Pla y, sin duda, por haber estado todos conmigo. Quiera Dios que me dé la chance de que otro día de la vida pueda volver a estar con todos ustedes. Que Dios les siga bendiciendo.

Y de este modo se acabó el concierto más bello al que he asistido jamás. Será pasión de amigo pero, para mi suerte, millones de personas por toda Hispanoamérica piensan como yo. Más tarde nació la Web en que honrábamos la presencia de Cabral en Ibi y, a su vez, el libro que tuvimos la fortuna de narrar para que, aquella actuación quedara en los anales de la historia, por ello nació LA MAGIA DE CABRAL, sencillamente porque su vida era toda pura magia.

De mi parte, pese a su partida, yo seguía disfrutando de la amistad con el astro argentino hasta que un día 9 de julio de 2011 una cruel llamada telefónica me partió el corazón en mil mitades.

-¡Han matado a Cabral, Luis!

Me lo decía la voz llorosa de una amiga argentina, Marta Ecco que se enteró en el instante. No pude comprender, ni creo que nadie lo haya comprendido cómo un ser bueno por naturaleza, un cantor irrepetible, una persona de bien, por una crueldad del destino recibiera dieciocho balazos en Guatemala por un maldito error. ¿Cabe crimen mayor?

En la imagen estamos conversando con Facundo Cabral, en aquella bella entrevista que nos obsequió.