Se inventó la faena, se trata del nuevo modismo de última hora por parte de los informadores respecto a los toreros, cuando éstos no han hecho la faena que corresponde, ello es de una cursilería propia de los malos aficionados que lo quieren arreglar todo para defender al torero de turno que, ellos sabrán sus razones y motivos por los cuales argumentan semejante esperpento.

Vamos a ver, ¿qué significa eso de que se inventó la faena? Hombre, yo siempre creí que las faenas se realizaban o llevaban a cabo pero, eso del invento  para mi es totalmente nuevo, hasta tal punto que no logro entenderlo. Esa  definición no es otra que la justificación de que un toro y torero –siempre se les aplica a las figuras- cuando entre el uno y el otro no ha habido conjunción alguna, de ahí nace la frasecita que, especialmente a los toreros les subyuga porque les exime de la menor culpa.

El invento citado viene dado cuando aparece un toro aborregado, sin ganas de embestir, yendo y volviendo pero sin decir nada por aquello de no tener el menor atisbo de casta. Por cierto, el cuento viene siempre para la justificación del diestro que, ante toros sin aparente peligro e inservibles para el lucimiento del diestro se les endilga dicha coartada cuando, en realidad, lo que debería de haber sucedido no es otra cosa que una bronca fuerte. Pero no, ahora los toreros no reciben broncas porque son muy trabajadores; aburren hasta el hastío, pero nadie les recriminará que no han querido estar frente a su enemigo.

Pienso que los toreros no inventan nada; o torean o andan por allí que son dos cosas muy distintas. Si se anda por allí eso no es otra cosa que la apología de lo injustificable; dicho en cristiano, que no existe el toro que es el peor castigo al que se le puede someter al aficionado que, ávido de broncas contra los farsantes de la torería, ciertamente, si se ponen en plan trabajadores ¿quién es el valiente que les echa la bronca? Es imposible. De tal modo, todo queda justificado, sí señor.

El toreo es emoción, nada más y nada menos. Y a dicha emoción solo se puede llegar por dos veredas, la del arte inmaculado o la verdad como bandera ante un toro encastadísimo.  Por cierto, ya tiene que ser un torero artista para emocionar frente a un toro sin casta ni peligro; prefiero la otra vía, la de la verdad sin mácula que, aunque sea de vez en cuando, hasta aparece en las ganaderías comerciales. Me viene a la mente ahora mismo ese toro de Domingo Hernández al que le cortó las dos orejas en Madrid Emilio de Justo en la pasada feria de otro 2021. Aquello fue el toreo porque no había que inventar nada. Apareció en la arena un toro encastadísimo al que De Justo entendió a la perfección, creó una obra bella al tiempo en que todo el mundo comprendió que se estaba jugando la vida. Esa es la grandeza y la verdad en el toreo. ¡Y era de una ganadería comercial!

Cuando alguien nos diga que el torero se inventó una faena, no sigamos viendo y mucho menos leyendo que, al terminar llegaremos a la conclusión de que nos han tomado el pelo. Ahora, hasta las figuras quieren ser obreros en su profesión por aquello de la abnegación con la que se entregan a su trabajo. Claro que, todo es postureo, una manera de fingir como otra cualquiera. Lo digo porque cuando aparece un toro de verdad que puede ser bravo o cabrón, ahí sí que no existe falsedad alguna. El hecho de ver que un hombre se está jugando la vida y lo palpan desde el tendido los aficionados, con ello nos basta y sobra para emocionarnos. Cierto es que, si aparece en escena un toro de Victorino Martín como el que le cupo en suerte a Sergio Serrano este pasado San Isidro, con ello, la dicha no puede ser mayor. Y no hablemos del de Escolar, el que permitió que Fernando Robleño tocara el cielo con sus manos; o el que lidió Morante en la corrida de Beneficencia, un toro de Alcurrucén que nos estremeció hasta la locura. Si tirara de memoria, muchos serían los toros que nos emocionaron de verdad sin necesidad de que el torero inventara nada. Insisto, si nos hablan de inventos, huyamos despavoridos porque con toda seguridad el toro no ha aparecido y mucho menos la emoción a la que nos aferramos.