Los grandes sucesos taurinos, aunque muchos se empeñen en negarlo, siempre ocurren cuando hay un toro en la arena; y cuando digo un toro lo pongo con letras Mayúsculas puesto no puede entenderse de otro modo. Es verdad que a lo largo de la temporada hemos visto faenas bonitas, repletas de arte, pero sin la emoción que produce el toro auténtico. Faenas que, al fin y a la postre, se olvidan muy pronto porque las mismas no han sido sostenidas por el elemento toro que, en definitiva es el que lo engrandece todo aquello que en el ruedo ocurre.
Como grandes ferias, estamos inmersos en Sevilla y Madrid y, sin lugar a dudas, pasarán cosas muy interesantes, entre ellas el tibio triunfo de Victorino en Sevilla y su fracaso en Las Ventas pero, como quiera que analizamos lo que ha sido dejando para el futuro lo que vendrá después, nos tenemos que ceñir en lo que han sido los dos sucesos más emotivos de la temporada que, paradojas del destino, los han protagonizado dos toreros épicos, pero de los que nada tienen que ver con las llamadas figuras del toreo.
Claro que, recuerdo uno al toro en su pujanza y, si echamos la vista atrás y nos acordamos del toro de la alternativa de Tomás Rufo, cualquiera siente vergüenza de este espectáculo ante aquel burro amaestrado que le salió al chaval al que, quiera Dios que se encuentre preparado para si un día le sale un toro de verdad. No es menos cierto que, si al taurinismo le sale de los cojones darle el marchamo de figura a Rufo, tampoco tiene que preocuparse de nada porque, un toro no le saldrá jamás. Mientras que el espectáculo de la alternativa de este chico resultó una burla para el aficionado, una estafa en toda regla ante lo que entendemos como un toro bravo, detallo ahora con contundencia lo que han sido los sucesos de la temporada para que nadie tenga la más mínima duda de lo que es un toro auténtico.
Miura y Victorino Martín, no podía ser de otro modo. Estos ganaderos han sido, a lo largo de la temporada los artífices de la verdad de la fiesta y, de ambos, podíamos quedarnos con muchos de sus toros que le han dado autenticidad a este espectáculo que, auspiciado por el rey de la dehesa, el toro, le han dado sentido a las corridas de toros que, como su nombre indica, siempre deberían de estar revestidas por el elemento toro pero, amigos, tenemos a las figuras para que esta verdad sea eclipsada cada vez que ellos torean porque lo que se dice un toro de verdad, ante los mandones del toreo, no sale ni por error porque claro, ya se cuidan mucho ellos de que no se les cuele un toro. No nos olvidemos del Conde de Mayalde ni de Pedraza de Yeltes que, como es sabido, han dado tardes inolvidables.
Eduardo Miura ha lidiado varias corridas ejemplares pero, si se me permite, me quedo con la magallánica de Sanlúcar en la que la emoción se vivó con una intensidad inenarrable. Decir que la corrida fue buena sería faltar a la verdad; pero contar que fue la más emocionante de la temporada, eso sin lugar a dudas. Y, ante aquel torrente de verdad y autenticidad, allí estaba Octavio Chacón para demostrarnos que, aquello de jugarse la vida sigue siendo posible y, lo que es mejor, con aquella naturalidad que mostró el diestro de Prado del Rey. Asustó Chacón a los presentes y, a los cientos de miles de ausentes que, por la televisión pudimos estremecernos como lo hicieron los espectadores en la plaza, de ahí la emoción que todavía alberga nuestro ser, algo que tardaremos mucho tiempo en olvidar.
Centrándonos en la trayectoria de Victorino Martín en lo que al año se refiere, varias de sus corridas han tenido como denominador común el éxito pero, con permiso del legendario criador de reses bravas, me quedo con sus éxitos de Madrid en la inauguración de la temporada y Albacete, dos tardes inolvidables que le han dado sentido a la fiesta en todo su esplendor. En ambas plazas y con idénticos toros en cuanto a su trapío, bravura, casta, pitones, pujanza y demás calificativos que le queramos añadir a dichos toros, triunfó por lo grande el ganadero de Galapagar. En los cosos citados, gracias a dichos bicornes, los aficionados volvimos a recuperar las ilusiones que teníamos perdidas al contemplar tanto borrego amaestrado como se lidian por esas plazas feriantes.
Y, ¿qué decir de sus lidiadores? Lo máximo. En las dos corridas que aludo, en ambas, sin desdeñar a sus compañeros, resultó triunfador absoluto Sergio Serrano, un hombre de condición humilde que, para acudir a los festejos citados, tanto en Madrid como en Albacete, dejó su trabajo diario para enfundarse el traje de luces que, más tarde, ya en el ruedo, brilló su estrella con una intensidad desmedida. ¡Vaya torerazo! Y siguen habiendo memos que le otorgan el calificativo de figura a El Juli. Tontos los hay por todas las esquinas.
Recordemos que, un gran torero debería ser aquel que se enfrenta al toro de verdad y, para colmo, triunfa con ellos. Pero no, en este asqueroso laberinto en que nos han sumido la fiesta taurina, para ser figura hay que matar el toro amorfo, desvalido, sin picar, sin apenas pitones y sin fuerza alguna; digamos que, ese tipo de toros santificados que salen por los toriles para que sus lidiadores compongan la figura y no arriesguen un solo alamar.
Grande Sergio Serrano que, tanto en Madrid como en Albacete, amén de las otras plazas en la que ha toreado, ha demostrado su condición de torero inmaculado, puro, auténtico, cabal, arriesgado y, como tantas veces dije, despreciando su propia vida para emocionar a los aficionados. ¿Cuándo empezaremos a valorar de una santísima vez a los toreros auténticos? Pregunten en Madrid y Albacete y allí les darán las respuesta. Eso sí, como quiera que las organizaciones empresariales, en su mayoría son una pura parodia, cuando se le preguntó al vendedor de humo que lleva los asuntos de Madrid por los motivos por los que no había sido contratado Serrano para esta feria otoñal, el tipo dijo que ese hombre, al igual que Manolo Escribano, ya habían tenido su oportunidad y que ahora les tocaba a otros. Entonces, ¿para qué sirven los triunfos?
Si saliera siempre el toro, como el que mostramos en la foto, la criba de toreros sería innumerable, es decir, ese mismo toro pondría a cada cual en el lugar que le corresponde.