El titular del ensayo dice todo de lo que llevamos de la feria de Sevilla porque, por mucho que el taurinismo deslumbrante se empeñe, al final, pese a todos ellos, ha triunfado el toro en su máximo esplendor. Seguramente, dicha grandeza, como resultado aplastante de lo que supone la verdad de este espectáculo grandioso cuando aparece su majestad el toro, no servirá para nada; es decir, los poderosos seguirán con sus fechorías, pero, nosotros, como aficionados tenemos que resaltar lo realmente importante que, como es obvio, solo aparece cuando en la arena sale el toro de verdad.

No existe mayor grandeza que la que emana del toro de lidia; de forma muy concreta en todas las corridas que se han lidiado en Sevilla que, para suerte nuestra, justamente en las reatas de toros encastados, éstas han barrido por completo a las ganaderías comerciales que, una vez más, han hecho un ridículo de clamor; claro que, no pasa nada, insisto que los que manejan los hilos del espectáculo seguirán contratando los servicios de Juan Pedro y demás ganaderos adictos a la parodia que, para colmo, les va muy bien porque todavía queda gente que entra al trapo.

Los toreros, los de arriba, seguirán haciendo lo mismo, pero, lo que nadie podrá eclipsar, por mucho que les duela, son los toros auténticos que se han lidiado en La Maestranza que, han emocionado a propios y extraños. ¡Qué maravilla ver al toro en su esplendor y pujanza! Y qué asco ver a los animalitos moribundos y sin fuerzas parodiando un espectáculo que, por regla general debería ser auténtico y emocionante todas las tardes.

¿Qué decir de los toreros? Han hablado todos sin decir palabra; digamos que, con sus acciones, cada cual ha demostrado su valía que, para los pobres ha sido su tarjeta de visita mientras que, los ricos, con sus caprichos siguen parodiando el espectáculo más bello del mundo que, por sus acciones nefastas lo convierten en un auténtico bodrio insufrible. Claro que, mientras se penaliza a los que de verdad se juegan la vida, – ¿acaso Manuel Escribano no es la mayor injusticia de la fiesta?- se premia a los señoritos del toreo. Menos mal que, dentro de todos los males, Sevilla ha sabido ver la autenticidad del gran protagonista de la fiesta, el toro, y se ha decantado por él y, por ende, a favor de los lidiadores que se han jugado la vida y, para vergüenza de los ricos, los pobres han triunfado por la grande.

Varias han sido las corridas que nos han emocionado hasta la locura pero, cosas del destino, en las mismas no apareció ningún torero de “relumbrón”, salvo Roca Rey con los de Victorino que, para desdicha del peruano toreó muy bien y nadie le dijo nada; es decir, las consabidas figuras que tanto disfrutan matando esos animalitos que ya salen muertos de toriles, hasta el punto de que ni se pican; lo que no logro entender es cómo siguen sacando caballos de picar cuando esta suerte ya no existe, lo digo porque podrían ahorrarse, además de la vergüenza de lo que supone la parodia de no picar a los toros, el jornal de los varilargueros que, con ese tipo de toros no hacen falta para nada.

Y de esas corridas fascinantes de las que hablo, lógicamente, sobresale entre todas ellas la de Victorino Martín que, sin duda, ha sido la corrida de la feria hasta este momento. ¿Qué tenían esos toros para emocionar de tal modo? Quedó clarísimo; casta, bravura, motor, peligro y todos los atributos que se le deben exigir a un toro de lidia. Por supuesto que, tales valores no certifican que sus lidiadores tuvieran que salir todos por la Puerta del Príncipe, pero, cuidado con todo lo que pasó en dicha tarde que, entre otras muchas cosas, La Maestranza hacia años que no vibraba como en la tarde mencionada. El detonante de todo no fue otro que, el peligro que sentían los toreros, esa misma sensación es la que sentían los espectadores que, traducido todo en una emoción sin límites cautivó a los espectadores sevillanos. Los toros de Victorino demostraron que, sin apenas cortar orejas, una se la llevó Borja Jiménez y dos el más grande héroe que tenemos en la actualidad, Manuel Escribano.

Es cierto que Juan Ortega realizó una faena bellísima a una hermanita de la caridad que, para su suerte, tuvo lugar en el sexto toro de la tarde que, en lo que era una tarde nefasta, apareció aquel animalito para que Ortega bordara el toreo pero, por mucho que nos empeñemos con la causa del arte que sigue siendo hermoso, cuando el toro logra que toda una plaza quede conmocionada desde el principio hasta el final, esa es la auténtica verdad de este espectáculo fascinante, insisto, siempre y cuando aparezca el toro auténtico.