Aquel barrio y aquella calle en particular tenía su idiosincrasia, ahora pasado el tiempo y los años se había vuelto un barrio más de los muchos de Madrid con una calle con más gente, completamente llena de casas y menos espacios para que los niños jugasen.

Allí en aquel barrio y en particular en aquella calle llena de encantos, magia y personajes entrañables había vivido los veinte primeros años de mi vida.

Aquella calle tenía algo de especial en aquel Madrid de los años 60, 70 y 80, me estoy refiriendo a la Calle del Lucero.

Muchos recuerdos se me agolpan en mi memoria y aunque sé que algunos se me pasarán voy a escribir sobre aquel barrio y en especial de aquella calle donde fui niño, adolescente y veinteañero, después cuando cumplí los veintiunos y esta vida que nos trae y nos lleva, me llevó a vivir a otras calles con diferente sabor.

El barrio Lucero está situado en la zona Sur de Madrid pertenece al distrito de Latina, mucho a cambiado el barrio de aquellos tiempos al actual, entre otras cosas porque sus gentes y sus calles ya no son las mismas.

Aquel barrio donde viví era una especie de pueblo dónde conocíamos todas sus zonas, había un campo grande que lo llamaban en aquellos años 60 y 70, «El Campillo», recuerdo siendo yo muy niño que allí iban por las tardes, sobre todo los días de Sol al fresquito de la hierba, muchas familias con sus hijos a merendar, aquella zona tenía gran extensión de terreno, allí no había coches ni contaminación, los niñ@s jugaban a diferentes juegos,  mientras amigos, vecinos y familias pasaban aquellas tardes cada uno a su forma, unos leían, otros jugaban al balón, las cartas, et. Recuerdo perfectamente que también algunas familias se llevaban y escuchaban la radio, años después aproximadamente a principios la década de los 70 aquel llamado por algunos vecinos «Campillo «dejó de existir pues empezaron a edificar casas y pisos.

Aquel barrio Lucero contaba con dos iglesias cercanas entre si, varios colegios, la parada del autobús número 31, la estación de Metro El Batán, un cine y una sala de billares con juegos recreativos de la época, una galería de alimentación y un estudio fotográfico donde todos los vecinos de la periferia que necesitaban alguna foto para carnets o algún tipo de documento acudían allí, a grandes rasgos esas zonas eran las más destacables del barrio o al menos lo eran en aquellos tiempos para mí, luego todo aquello con el paso de los años se industrializaría mucho más y ya no sería ni su sombra.

Pero yo quiero hoy escribir de la entrañable calle Lucero que lleva el mismo nombre de ese barrio, allí viví gran parte de mi vida y de sus diferentes personajes que en ella vivían quiero escribir.

La calle Lucero de aquellos tiempos era una calle de adoquines y bares. La calle era un poco cuesta arriba, a la entrada de esta, había un par de tiendas donde vendían un poco de todo, perfumes, colonias, bañadores, carteras, productos de limpieza, transistores, etc. Un poco más adelante estaba una pequeña galería de alimentación, enfrente una tienda donde vendían carbón y hielo, al lado una panadería, unos metros más adelante dos bares uno al lado de otro, el bar Castillo y el bar «El Malagueño», un poco más arriba de la calle a la izquierda una plazoleta de arena con una fuente, allí los niños jugaban a las chapas, a las canicas, al yoyó, a las peonzas, las niñas jugaban saltando a la cuerda, hacían comiditas imaginarias con la arena que llenaban en sus cubos de plástico y los rellenaban con agua de aquella fuente, jugaban a ser mamás con sus muñecas, en aquél sitio jugaban los más pequeños, también en un lateral de aquella plazoleta había una pequeña taberna donde además vendían pipas y chicles, la conocíamos como la taberna del Sr. Pablo, un hombre mayor con el pelo blanco peinado hacia atrás y un carácter seco y algo huraño, enfrente cruzando la calle había otra explanada más grande donde los chicos algo más mayores solían jugar al fútbol.

Reincorporándonos de nuevo con la imaginación a la calle Lucero, un poco más adelante en la acera de la derecha tenía mi padre y mis tíos un pequeño taller donde fabricaban hornos y máquinas de hacer pan, un portal más arriba estaba el bar Macama, allí había un cuadro grande con fotografías mías de mis comienzos cuando empezaba a querer ser torero, también una máquina tocadiscos donde se introducían unas monedas y elegías un disco y escuchabas tu música favorita, el propietario de aquel bar era Marcial Álvarez, padre del actual actor del mismo nombre y reconocido prestigio.

Un poco más arriba en la misma acera, había otra tienda de comestibles la conocíamos como la tienda de «los lobatos», un bar llamado «El Riscal» justo al final de la calle y una pequeña fábrica de churros y patatas fritas que estaba justo al comienzo de la misma y que me había olvidado de escribir eran los establecimientos y lugares más típicos de mi calle.

Las tiendas tenían sus nombres comerciales pero como en aquella calle nos conocíamos casi todos los vecinos al referirnos a algunas de ellas las llamábamos por el nombre de los dependientes, mi madre; por ejemplo, cuando me mandaba ir a la tienda de la droguería no me decía ves a » RayFe», me decía ves donde «los Felipes» porque así era como se llamaba uno de los dependientes, cuando pasábamos a comprar en aquella pequeña galería de alimentación no decía el nombre de la frutería decía vamos a comprar donde «Pepe», lo mismo en la tienda de comestibles, vamos a comprar donde «Luis»,  en aquella calle éramos todos como una pequeña familia, nos conocíamos bien.

Como podrá comprobar toda aquella persona que lea este relato mi calle tenía su solera y sobre todo muchos bares, en concreto cinco bares en aquella calle que tendrá unos 700 metros de distancia.

Y .. En aquella calle había también personas y personajes entrañables, al menos para mí, estaban mis vecinas Marta, Ampo (Amparo) que la teníamos y nos tenía mucho cariño, Luisa «La mandanga» una vecina muy mal hablada pero con un corazón muy grande, estaba «La Mari»de Marcial como la llamamos en casa, mujer del propietario del bar «Macama» madre de dos niñas y de un niño, a la Mari de Marcial como la decíamos cariñosamente la recuerdo algunas tardes en casa, me acuerdo que se quejaba de dolores en las rodillas, pero sobre todo la recuerdo como buena amiga de mi madre que se apreciaban mucho.

Como no acordarme de Lorenzo que le apodaban «El tripa», Lorenzo era alcohólico y le recuerdo voceando e insultando a no sé quien en las madrugadas mientras dormía y sus conversaciones solitarias ruidosas me despertaban, los vecinos decían que cuando estaba sereno no era mal hombre, una noche de frío al amanecer se lo encontraron muerto en el patio de su casa.

También me acuerdo del vecino Fermín y de su esposa Arsenia, Fermín se buscaba la vida con su oficio de limpiabotas, era un hombre de estatura bajita siempre llevaba sobre su cabeza una boina negra y sobre sus ojos unas gafas oscuras, hacía unos ruidos muy raros con la garganta y tenía cierto gracejo en su habla andaluz, su mujer era buena vecina pero en su rostro y en su habla destilaba tristeza y sufrimiento, los hijos andaban por malos pasos, estaban metidos en la droga que tan de moda estaba entre algunos jóvenes de la época, murieron los dos, fueron víctimas de esa maldita sustancia.

Como no acordarme de Julio «El bala», se parecía físicamente a Don Quijote de la Mancha, alto, flaco y con perilla, era muy admirador mío en los comienzos de mi profesión, cuando pasaba yo por la calle y él me veía desde el cristal del bar, rápido salía a saludarme, cogía dos palillos de dientes de la barra y en medio de la acera de la calle ponía un par de sus imaginarias banderillas, que gracia madrileña tenía en su forma de hablar, le recuerdo como persona cercana, le tenía cierto cariño, aún conservo una foto donde aparece él entre un grupo de amigos sacándome a hombros de la antigua plaza de toros de Vista Alegre.

Entre los personajes de mi calle también tengo que mencionar a  Alberto, Guille, El Chavo, La Encarna, Pili, todos ellos amigos o conocidos de mi familia que compartían conversaciones y amistad con nosotros, un clásico de aquella calle era el señor Mariano siempre acompañado por dos perros que paseaba calle arriba y calle abajo, decían los vecinos que en su juventud había sido guardia civil.

La calle cambió, los adoquines fueron cambiados por asfalto, las explanadas donde jugábamos los niños fueron cambiadas por edificios y casas, las tiendas del barrio fueron cambiando en su mayoría por tiendas de chinos y otros comercios, aquellos bares de reuniones y conversaciones sobre todo a la salida de los trabajos donde se reunían vecinos y amigos ya no están.

La fuente donde bebíamos agua los niños y lavaban los coches los mayores desapareció, aquellos vecinos en su mayoría ya murieron, la calle se pobló de otra vida, de otras gentes, de otras filosofías y formas de vivir, la calle se sigue llamando calle del Lucero, pero para mí ya nunca fue la misma y hace mucho tiempo que la dejé de visitar.

Julián Maestro, torero.