Aquellos días de invierno donde parecía que se había adelantado la primavera, lucía un sol resplandeciente, una temperatura muy agradable invitaba a recorrer aquellos caminos por los que tantas veces anduve y andaré, pero mis pensamientos y mi mente se sentían presas de la literatura, esa que tanto había ignorado y abandonado durante una gran parte de mi vida.
Me sentía como el preso que cumple condena por el delito que hizo, mi delito era no haber sido lector y quería cumplir mi auto condena voluntaria leyendo lo que no leí y escribiendo todo lo que no escribí, en realidad más que una condena era vivir aprendiendo de la sabiduría de los libros olvidados, era el paraíso que me hubiera gustado descubrir muchos años antes.
Sufro en silencio mi torpeza de no haber descubierto el placer de leer y escribir muchos años antes. Soy un tímido lector que ahora quiere aprender todo que debería haber leído antes. Mi incursión en la lectura viene desde hace veinte años, siento que desperdicié en ese campo otros veinte más.
Bueno, me consuelo con lo que se suele decir, «nunca es tarde para empezar». El problema mío es que soy lector en otoños e inviernos y me vuelvo vago en primaveras y veranos. El sol me invita a salir y la luminosidad de los días y el ambiente de las calles hace que en esas épocas del año deje aparcados algo más los libros.
Quiero aprender a tener capacidad de hacer varias actividades a la vez, no sé si seré capaz.
Oí hablar de la paciencia, esa que no supe tener y ahora quizá algo tarde, me la están enseñando los años. (Mas vale tarde que nunca).
Dicen que hay que vivir en el presente, pero a mí también me gusta conocer historias y vidas del pasado.
Hasta hace poco daba demasiada importancia a ídolos visibles sin pensar que también tengo que dársela a héroes anónimos.
Aprendí a no escribir a quien no contesta y a dejar de llamar a quien no lo merece. Quién se cree más que nadie, acaba vencido por su propia vanidad.
Creemos y a veces creamos ídolos que acaban convirtiéndose en diablos.
El mundo y la vida sigue y parece ser que nadie puede detener el hambre y las guerras.
Ojos cerrados e imaginación que vuela al mar, tumbado en la arena de la playa escucho el ruido de las olas, tu estás junto a mi, siento tu mano agarrada a la mía, se empieza a levantar un aire algo molesto y decidimos irnos al puente donde pusimos el candado, la lluvia de pronto nos sorprende y empapados llegamos al coche, te seco con mi cazadora que guardaba en el maletero, nos vamos a cambiarnos al paramo y bajamos a comer al restaurante, «El puente de Maza» donde el propietario al acercase a las mesas para decirte la comida del día te suelta una pequeña charla simpática donde te describe los manjares que te ofrece.
Unos días maravillosos que se acaban en San Vicente de la Barquera y que se prolongan una semana más en el pueblo de Zamora donde vive Oscar, aquello ha sido fascinante y volvemos a Madrid, ahora despierto del sueño real que vivimos y sé que lo repetiremos.
En San Vicente ya tenemos amigos (Elías, Manu, Mur, etc.) que si Dios quiere volveremos a ver, en Vadillo está Amador y Oscar que pronto regresará de su Venezuela.
Junio, llegará y allí volveremos para despedir las tardes en el mirador de El faro.
Historias propias que cada uno le da un sentido. Pensamientos e imaginación. Verdades que para otros pueden interpretarlas como locura infantil o absurda mentira.
Y hasta aquí hoy escribí lo que imaginé, sentí y viví.
Julián Maestro, torero