La corrida del domingo pasado en la «México» me confirmó claramente algunas hipótesis que me había formulado.

La primera es que cada país taurino gusta y siente de modo diferente el toreo, dependiendo de su cultura, idiosincrasia y genética. Por más que se quieran imponer otros gustos, los públicos simplemente buscan y disfrutan aquello que «resuena» con su propia naturaleza.

Lo mejor del encaste Parladé que tenemos en México pasta en la ganadería La Joya que hace veinte años fundara mi amigo D. JOSÉ GONZÁLEZ DORANTES (q.e.p.d). Estaba sumamente entusiasmado con ese proyecto según me lo platicaba delante de muchas tazas de café que tomamos en las calles de MOLIERE de la Ciudad de México o en las de MARIO COLÍN del Edomex.

Invariablemente le confesaba yo mis dudas respecto a que el público mexicano gustara de esa simiente; pero el hombre amaba con devoción conmovedora la idea de una nueva y brillante época para la Fiesta con ese «nuevo» toro. Puedo dar fe de que su sueño, a más de noble, era honesto.

Paralelamente algunos taurinos se empeñaron a «formar» toreros mexicanos al estilo español. A los aspirantes a novilleros les trajeron maestros de allá y a otros los enviaron a escuelas españolas. Todo dispuesto para una importación completa del toreo peninsular… Pero algo no acaba de «cuajar».

Varios toros de La Joya del domingo -¿a qué negarlo?- fueron muy buenos y hasta metieron la cara con buena clase (foto)…durante veinte muletazos a lo sumo.

He escuchado a algunos narradores de tv españoles decir ante una buena faena de sólo veinte muletazos: «Es hora de que el maestro entre a matar ¿para qué necesitamos más?». Y dicen bien. Los gustos de allá son así.

Acá en cambio, veinte muletazos son apenas los necesarios para plantear el trasteo, meter al toro en la muleta y empezar a calentar al público.

Más aún. El «parladé» no aguanta una serie superior a los tres pases sin «aprender» y buscar francamente al torero, mientras que el aficionado mexicano únicamente vibra después del quinto o sexto muletazo.

Además está el asunto del «tempo». Por aquí es verdaderamente invaluable la embestida lenta, muy lenta. Opuesta a la vistosa y centelleante de la que ofrecen los parladés.

Ante este panorama quedan dos caminos excluyentes entre sí. Uno, que los públicos mexicanos se «acostumbren» a ese toro y ese toreo distintos; que «aprendan» a vibrar y sentir ese otro tipo de toreo. O, dos, que a través del genio ganadero, se ralenticen las embestidas de los parladés y se les dote de una específica nobleza que aguante seis pases por tanda.

Dudo mucho que alguna vez ocurra lo primero. Está visto que ante ese nuevo tipo de toreo importado, la gente está abandonando las plazas.

Y la segunda opción significaría desnaturalizar lo de Parladé, quitarle su esencia y su sello.

Se me ocurre una tercera posibilidad. Que el toro de Parladé y el tipo de toreo que con él se puede hacer se presente un par de ocasiones por temporada. No más. Asi como a veces se presenta una corrida de rejones o una Corrida Goyesca.

Sí, una especie de evento especial programado con toreros que sepan aprovechar adecuadamente esa simiente.

De lo contrario, veo muy improbable que a la afición mexicana se le pueda «imponer» una forma de sentir el toreo porque, a fuerzas…ni los zapatos.

Aprovecho a insistir en lo que he venido repitiendo desde hace años, el gran pendiente, la tarea no cumplida hasta ahora por los ganaderos de bravo mexicanos, de saltillos, murubes y parladés, es el retorno de la bravura, el vigor y la movilidad que traerán como resultado el sentido de peligro, la emoción y el espectáculo.

Por otro lado, a lo largo de la historia se ha dado innumerables veces el fenómeno de que vengan a nuestro país diestros españoles triunfadores de la madrileña feria de San Isidro, pero que aquí no dicen nada…aunque corten orejas. Es porque, repitiendo lo que he sostenido anteriormente, el público mexicano y particularmente el de la «México» es el más exigente del mundo, el de gusto y paladar más exquisitos. No cualquiera puede «entrar» en el gusto mexicano por más puertas grandes que tenga en «Las Ventas». Para gustar en México es imprescindible SABER TOREAR y no nada más pegar pases. Es por ello innegable que, sólo aquel espada aceptado y consagrado por el público mexicano, es un gran torero y es una verdadera figura del toreo.

El «pegapasismo», el toreo fundado en pegar pases, dudo mucho que alguna vez haga vibrar a los mexicanos y llene las plazas…aunque se pretenda imponerlo y que el público se «acostumbre». Que a la fuerza, ni los zapatos.