Desde que llegaron al poder estos comunistas de medio pelo que actualmente asimilan las aspiraciones marxistas con el rechazo a la Tauromaquia -como nunca antes hicieran los comunistas de cante grande- se palpa una cierta inquietud entre los aficionados a los toros ante la aparente tranquilidad por parte de los poderes del vigente sistema taurino, que o bien se consideran impermeables todavía o es que hogaño se conforman con salvar su plato de lentejas y a la próxima generación que la zurzan.

Los toros aportan a las arcas públicas un dineral cada temporada a base de ingresos directos como los impuestos de diversos encastes y las cuotas para la Seguridad Social, generan riqueza económica allá donde se encuentren, sea aportando valores añadidos a las ciudades en las que se celebran corridas de toros –y no digamos donde hay ferias- como sus sustanciosas cajas registradoras, las riquezas culturales que llevan asociadas y, como no, las notables aportaciones ecológicas y de biodiversidad que emanan de la crianza del toro, además de una gastronomía de élite, un turismo muy alejado del de borrachera low cost y otras tantas varillas de las que goza el abanico taurino.

Y siendo esto así, todavía seguimos acomplejados y nos da miedo pedir las subvenciones del Estado, que se nutre de los toros y que sería de Justicia que las aportase con racionalidad a los toros.

¿Pero nos da miedo o es acaso vergüenza? ¿Tal vez vergüenza de esa que dicen que sólo hay que tener para robar? ¿Porque pensamos que recibir subvenciones es equiparable a robar? ¿No tendrá algo que ver la cómoda posición en la que se ha instalado el sector cinematográfico?, por poner un ejemplo traído a la mano porque como hemos comprobado recientemente en uno de sus actos de exaltación, no se sonrojan al exigir al Gobierno que les entregue el dinero de todos para producir creaciones ruinosas que apenas les interesan a ellos y a nadie más.  A destajo.

Al comenzar esta columna de hoy me propuse evitar la confrontación de cifras, pero es de traca que el año pasado salieran de las arcas del Estado treinta y cinco millones en subvenciones para el cine y que la película más taquillera sólo recaudase cuatro y medio del ala, siendo las demás una ridiculez en cuanto a su cuenta de explotación. El teatro recibió ocho y la literatura casi uno.

¿Y de qué modo determinan los gobiernos estas partidas presupuestarias? ¿Por afinidad con los sectores subvenciones?, podría ser la respuesta a la que os puedo inducir formulando de este modo la pregunta, y en tal caso podríamos afirmar a continuación que nunca ha habido gobierno alguno favorable a los toros, porque nunca han recibido más que la calderilla que la dotada para el Premio Nacional de Tauromaquia.

También podríamos decir que los fondos se van repartiendo al albedrío que deciden los políticos o para evitarse algún titular que les incomode en el sillón, y de nuevo sacaremos la conclusión de que ningún gobierno ha hecho por los toros poco más que cubrir el expediente, y esto no se puede consentir, porque todas las actividades culturales se merecen el apoyo político, institucional y económico de los gobiernos. Tampoco debimos consentirlo antes y mucho más cuando se trata de un sector comprometido con la sociedad en diversas áreas y predominando la económica.

Los toros también deben ser merecedores de las subvenciones que pudieran corresponderle y es preciso que estas vengan reguladas por la ley, para evitar la discrecionalidad en las adjudicaciones, para impedir que la única viabilidad de los proyectos venga de mano de la sopa boba y bajo un escrupuloso control.

Quien escribe esto disfruta con el cine español, yendo al teatro, comprando literatura nacional y pide para los toros lo mismo que para los demás.

En la imagen, el nuevo Ministro de Cultura, veremos cómo se pronuncia respecto a los toros. Mejor no esperemos nada puesto que, de tal modo nos evitaremos disgustos.

José Luís Barrachina Susarte