Si en un hipotético túnel del tiempo, llevásemos a nuestras queridas figuras actuales a los inicios del siglo XX, en la llamada «época de plata del toreo»;  ¿qué podría suceder? Pongamos que los Ponces, Morantes and Julis ostentan los números de festejos que tenían «Gallito» y Belmonte. Como sabemos, éstos no solamente tenían que lidiar con toros rebosantes de trapío, pero también con un ganado donde la mansedumbre era condición natural; animales con mucho resabio después de haberse liquidado unos cuantos caballos en el primer tercio, la bravura era escasa. En esa época, todavía faltaba mucho tiempo para que Juan Pedro Domecq inventara el «toro artista»; Joselito ya andaba perfilando aquello que a él le apetecía torear, pero la aspereza, embestidas inciertas y la enorme dureza de aquellos toros seguían ahí.

Aun así, lo peor de todo estaba en los desplazamientos, que tenían el tren como principal medio. Imaginemos un mes de agosto, repleto de ferias de norte a sur, aquellas cuadrillas sufriendo los rigores del calor, cargando con todos los avíos, que no eran pocos, de tren en tren; y al llegar a la ciudad, buscar los transportes de la época, que no eran otra cosa sino carros de caballos. Los hoteles, más que hoteles eran fondas y paupérrimas pensiones; olvidemos claro, las lujosas condiciones que hoy se tienen cuando se alojan en el Ercilla, Colón o Wellington, por decir algo.

Con aquel material que salía de toriles, el riesgo tenía una cotización al alta. Estos peligros andaban muy por encima de la situación sanitaria, que era tan precaria como para que una simple infección te enviara directamente a un cementerio. Aunque fuera de los ruedos, la sífilis hacía estragos en el personal. Los ardientes veranos y la lucha fratricida con esos toros, hacía que las cuadrillas tuviesen más bajas por la sífilis que por las cornadas.

Si a todo esto añadimos las proezas de Joselito, en eso que ahora se llaman «encerronas», que él protagonizó en múltiples ocasiones; más luego, y como dice Pla Ventura: «el menor de los Gallos toreaba en Madrid como si fuera el patio de su casa».  Y lo hizo en 86 festejos durante los 8 años que estuvo como matador. Sale un promedio de 10 festejos y pico por temporada.  También, dentro de su vida modélica como figura, se dio el capricho de pasarse por la faja, ni más ni menos que 84 corridas procedentes de las dehesas del terror, es decir «Zahariche» con sus mitológicos miuras.

Entre todas nuestras queridas figuras actuales jamás llegaron a superar las cifras del torero de Gelves. Y luego está la animadversión que éstos sienten hacia la plaza madrileña.  Considerando los honorarios que las figuras actuales perciben por dichas comparecencias en Las Ventas, y lo cobrado por «Gallito», siendo figura absoluta de aquélla época, se nos antoja una tremenda diferencia en favor de los actuales. Llevar sobre sus hombros todo el peso de la púrpura, de erigirse por méritos propios como el precursor del toreo moderno, de llegar a consagrarse como el gran hito de la historia de la Tauromaquia no estuvo bien pagado. En esto, los actuales ganan a los antiguos.

Después de haber esgrimido estas cifras y comparativas entre ambas épocas, los contrastes son meridianamente rotundos. Pero no seremos nosotros quienes opten por un resultado u otro. Cualquier lector, que se sienta aficionado taurino sabe perfectamente de qué va la cosa, y en conciencia tendrá muy clara la resolución.

Giovanni Tortosa

Ahí vemos a Belmonte y Joselito en un coche de la época: cien años nos separan.