Pasamos una tarde en la ganadería de Aurelio Hernando, acompañando al torero Iván Vicente en un tentadero. La personalidad de las vacas «veragüeñas» con denominación de origen madrileño se hicieron patente. Salieron 4 vacas, dos bravísimas, y dos menos buenas, aunque cada una dejo latente que la casta está encajada en su selección.

La personalidad embriagadora de un torero con empaque quedo patente desde el primer capotazo. Un torero distinto, con arte, que nunca ha dado la espalda a ningún reto, por duro que sea.

La vida, tal vez, el circuito, no ha sabido corresponder en ciertos momentos al torero macho que es, pincelado en arte sigue trabajando para tratar de volver a Madrid y cuajar 15 muletazos al natural. Solo le falta eso, esa chispa, ese toro, ese momento para volver al circuito de las ferias.

La naturalidad que imprime a su toreo es contagioso, digna de alabanza. La inspiración surge, y en ese momento las musas del toreo se ponen a disposición de la emoción. Las reses no acabaron de romper, salieron más paradas, que de costumbre. Las “ver güeñas” de Aurelio se lo pusieron difícil para llamar al toreo puro. Pero la dureza, y la adversidad también forjan a los toreros, todo sirve. Todo hace camino, y alimenta el alma, ese reducto donde beben los toreros. ¿Qué sería de un torero sin alma? Porque a los toros, en ocasiones, no solo se les torea con las yemas, sino que influye alma.

Y para alma, la lección que dio también el maestro Andrés Caballero, retirado hace tiempo de los ruedos, y hoy en dia ejerce como apoderado de Diego Ventura. Al maestro Caballero le picó el gusanillo, y una vaca jabonera, dio buena cuenta de su gusto. Ese torero añejo, diferente, único y personal del que hizo gala por las plazas. Digno alumno del brujo de Villalpando. Un torero puro, que bebe de su alma honesta, y deja la pureza impregnada en la retina de los allí presentes.

También alma, tiene y mucha Finito, el torero que ha ido evolucionando desde que tomara la alternativa en los años 90. Con Arantxa del Sol en el tendido, y recién llegado de otro tentadero en casa de Gibaja, bordó el toreo a una brava vaca de Aurelio. Está en un gran estado de forma, sacando lo mejor de su alma, bebiendo de una fuente que no deja de manar arte, torería, empaque y sobriedad. Sin excesos, sin aspavientos, sin brusquedad; toreo despacio, para que la gente lo disfrute mal, para que su alma se vaciara y se volviera a llenar en cada muletazo. Que gran momento de madurez; que gran momento nos puede obsequiar… si un día… se juntan las musas y el alma en una gran plaza.

Por Juanje Herrero

Fotografía Jorge Delgado