El pasado día 3 se conmemoraba, fiel a su cita anual, la libertad de prensa. Un derecho tan perseguido, criminalizado y por el que tanto se ha luchado. Sin embargo, en pleno siglo XXI jamás se había ceñido tan dura y fiera amenaza sobre tan imprescindible libertad. Esta vez sin necesidad de togas, porras o pistolas. Por un sector de la sociedad, en todos sus extractos, se impone una única verdad, incuestionable, irrevisable. Ese grupúsculo forma parte o se codea con el poder, político o mediático o como mero grupo de presión. Con el falso nombre del consenso, se excluye con más o menos virulencia al disidente. Se le oculta, se le desmiente con falsedades -menuda paradoja- o, directamente, se le insulta. He ahí los temas políticos más candentes.

El mundo taurino, como consecuencia de su dinamismo social, no es ajeno. El llamado “sistema” forma un único relato, como dicen los modernos. Despliega todos los medios de comunicación que de una forma u otra de él dependen abusando siempre de su ilimitado poder. Los mecanismos son muchos, por todos conocidos. Por ello, no me voy a arriesgar a exponerlos. Solamente quiero añadir algo que siempre me ha llamado fuertemente la atención: esos medios, supuestamente independientes, se dedican a insultar por regla general a los aficionados, de quienes deberían vivir. Curiosa forma de afrontar un negocio, descalificando al principal cliente.

Una vez asentados los encargados de difundir el mensaje principal, el dogma o el credo, llámenlo como quieran, aparecen los comisarios. No de policía, por supuesto. Generalmente se trata de miembros no destacados de ese “sistema”. Banderilleros, novilleros, parientes de, y un sinfín de pertenecientes a otras categorías del mundo taurino. Todos ellos libran la valiente cruzada de conservar “su” verdad. La verdad. Entran en el cuerpo a cuerpo contra aficionados, portales de información y opinión o profesionales independientes. Usan demoledores argumentos como el “se juegan la vida” o, el temido por todos, “baja tú”. La descalificación no es una herramienta residual, ni mucho menos. Perlas como “terrorista”, “talibán”, “reventadores” o “antitaurinos” son algunas de las muestras.

En torosdelidia.es, hemos vivido un episodio que perfectamente podría encuadrarse en lo anterior. Atreverse a opinar diferente, a ser crítico, se convierte en un arma de doble filo. Cuando por vía de la razón no se puede derrotar dialécticamente al “enemigo”, se recurre a la calumnia y a la difamación. Único extremo que no vamos a tolerar. Evidentemente respectamos escrupulosamente el derecho a la libertad de expresión, para la que es imprescindible la libertad de opinión. Todas las opiniones son válidas y respetables, siempre y cuando se basen en fundamentos racionales, no en insultos y demás improperios. Nos aferraremos a las libertades que, al menos en el marco teórico, seguimos conservando.