Arrancó la nueva edición de la Feria del Toro de Pamplona, con la tradicional novillada picada, con la ya también tradicional ganadería de El Parralejo. El primer, y único, dato merecedor de ser destacado es la magnifica entrada que los tendidos registraron: tres cuartos del aforo. Todas las reseñas y crónicas rezarán que Colombo salió a hombros por la Puerta del Encierro, lo cual es cierto, pero su actuación deja un significante vacío en el haber de este servidor. Lo mismo podría extrapolarse en cuanto al juego de los utreros. Desde el onubense término de Zufre, viajaron seis novillos de justa presentación, sobre todo en sus caras, con las fuerzas medidas y poca casta, en líneas generales. Como viene siendo habitual en aquellas divisas idóneas para el mejor toreo de la historia.

Abría el cartel, el torero de la tierra, Javier Marín, de Cintruénigo, tarde en la que se despedía de la afición pamplonesa, pues tomará la alternativa el próximo 29 de julio en Tudela. Fue su primer utrero, un novillete de muy escaso poder, rozando la validez absoluta. Lo recibió por faroles de rodillas, dos, para seguir por delantales rematados con una revolera. Mejor intención que ejecución final. Con el del castoreño, mantuvo una paupérrima pelea, defensiva, sin emplearse en ningún momento. Recibió en primera instancia un puyazo contrario, con lo que se procedió a su rectificación. En el segundo tercio, pudimos disfrutar de una excepcional lidia de Juan Carlos Ruiz, por el temple de sus muñecas, mando y longitud en los capotazos. Precisión: con un solo lance colocó al toro para cada par. Comenzó la faena de rodillas, para dar lugar al toreo en redondo, mientras el animal pasa sin emplearse, con la cara por las nubes. Su embestida es significativamente rebrincada, por motivos obvios, y los enganchones en las telas, poco ayudan. Por el izquierdo, tiene peor condición. En esta primera faena, me llamó la atención la colocación y formas de Marín, con el medio pecho por delante y lo asentado de plantas, además de cómo se enroscó el novillo, pese a la falta de temple y mando. Media estocada tendida, que fue suficiente para acabar con el animal. Oreja de pueblo.

Tuvo la salida a hombros en su mano con el segundo de su lote, viendo la exigencia del público en la tarde de ayer. El colorado ojo de perdiz cuarto manifestó ya en el percal su condición descastada: sin humillación ni recorrido y nula codicia. Este comportamiento lo mantuvo durante toda la lidia. Se dejó picar en el primer puyazo de Israel de Pedro, que cayó trasero y caído. En el segundo se limitó a marcarlo, se arrancó pronto de lejos, sin más historia. Previamente había quitado Marín por saltilleras, y luego Colombo por una tafallera y chicuelinas. Muy poca codicia del que se suponía un animal bravo, al menos eso reza en su ficha técnica. En el tercio de muerte, la ambición arroyó a la razón. La ausencia de temple y mando volvieron a ser la tónica general. Entrega absoluta del novillero que rozó la desgracia en las preceptivas bernardinas. Sainete con los aceros: pinchazo hondo, estocada atravesada y contraria y varios golpes de verduguillo.

El episodio más deleznable tuvo lugar en el segundo utrero de la tarde, la máxima expresión del descaste y la mansedumbre, una manifestación más de lo innecesarios que resultan los antitaurinos. Fue su salida una muy huidiza, que necesito de que fuera recogido en los medios por su estoqueador. A partir de la segunda entrada al caballo, en las que peleó sin dejar recuerdo alguno, evidenció el escaso motor que tenía, intuyéndose cuál iba a ser su resultado. Tras parear en tres ocasiones a toro pasado, haciendo una gran demostración de facultades físicas, le pegó una sola tanda por el derecho. Acto seguido, el toro se echó, y tras múltiples intentos de levantarlo, el Presidente autorizó que se apuntillara.

Como había hecho en su primero, el venezolano hizo un alarde de voluntad, ganas y ambición. De aquello que antiguamente, y hoy tan en desuso, se llamaba “estar en novillero”. Sin embargo, tan buena voluntad resulta afeada por sus ventajistas formas. El quinto toro hizo guardar esperanzas por su prometedora salida galopando y humillando. Al salir del caballo, denotó que su condición había empeorado. Tras un emocionante y más puro tercio de banderillas, el animal se limitó a, eso tan insultante que dicen, colaborar. Realmente, supimos que por allí andaba un novillo porque veíamos moverse un bulto negro. Ni casta, ni emoción, ni empuje, ni poder. Tras un inicio por hinojos de la faena, Colombo toreó por las periferias, enganchando con el pico y haciendo el “tiovivo”, en una primera tanda. Y así mantuvo su planteamiento de la faena. Lo probó por la zocata, para volver a la diestra de inmediato, pues peor recorrido y humillación tuvo por ese pitón. Nuevamente, san Fermín echó un capote, evitando que la cogida de José Enrique Colombo tuviera graves consecuencias. Con un animal apagado y acobardado, que daba más pena que miedo, lo cual es antinatura en el toro bravo, orquestó unas ajustadísimas bernardinas, cuánto las estamos sufriendo… Mató de un estoconazo, tapando la cara, para pasear el doble trofeo. Sí, dos orejas en una plaza de primera habiendo intentado dar dos naturales… En fin, así son las cosas.

En tercer lugar, se anunciaba Toñete, torero de Madrid, oriundo de tierras navarras. Fue, al menos para mí, comprobar la evolución del novillero. Tuvo enfrente un lote de noble y enclasada condición, tanto como descastado y flojo. Sin embargo, le permitió demostrar sus cartas: toreo clásico, templado, natural y con torería, sin aspavientos ni gestos de cara a la galería. Personalmente, me gustó la buena intención de dejar adelantada la muleta en los pases naturales, con el vuelo en el hocico del toro, para mandar la embestida del utrero hasta el final de la cadera. Pero en esto de los toros, no todo puede prometerse feliz, y está muy verde el madrileño en el toreo de capa y, sobre todo, en la suerte suprema: en su primero, dio tres horribles pinchazos, que de haber calado, hubieran sido bajonazos infames.

I festejo de abono de la Feria del Toro 2017: novillos de El Parralejo, de escasa presentación, casta y fuerza, para Javier Marín: oreja y silencio tras dos avisos; José Enrique Colombo: silencio y dos orejas; Toñete: silencio en ambos. Entrada: tres cuartos del aforo. Nota: al terminar el paseíllo se guardó un minuto de silencio del que fuera torero de esta plaza, el vizcaíno Iván Fandiño.

 

Por Francisco Diaz