Año 528 dC (después de Colón); Huelva sigue celebrando la efeméride con toros. Por aquel entonces, un puñado de hombres, con más valor que confianza, con más temeridad que garantías, partieron a lo desconocido. Ayer armados con mascarillas nos dirigimos a la Avenida Cristóbal Colón de Huelva, hecho reconocido como acto de inconsciencia. ¡Cómo hemos degenerado! En el tendido, aguzábamos la vista, esquivábamos la mascarilla, para ver a la destinataria de las rubricas en forma de “a” en los ruedos que pisa Ponce. Sin embargo, el bochornoso calor nos obligó a buscar a otras “rubias”. Por suerte, a estas sí que las encontramos.

Entre novias veinteañeras, noticias reales y polémicas inertes, estúpidas y capciosas, se lidió otro dantesco encierro de Juan Pedro Domecq. Esta vez correctamente presentado. A la salida del interminable encierro, nos preguntábamos cuál había sido el criterio para sacrificar los toros esta primera, otra vez. Animales ayunos de poder, casta y bravura. Embestidas defensivas desde la salida de chiqueros, ausencia de fijeza y carreras por el ruedo. Salvaron la honra brava los dos animales de San Pelayo, propiedad del Capea, nulamente aprovechados por Andrés Romero.

Esta corrida monstruo -monstruosa, mejor dicho, por juego y duración- la abrió a caballo el onubense Romero. En primer lugar, le correspondió un toro noble, de escaso poder y tranco templado; y en segundo, un toro bravo. En ambos estuvo por debajo. Pésima colocación de los garapullos, galopes destemplados, pasadas en falso y tropiezos de montura con toro. No quiero olvidarme de los “pares” en la grupa. Cortó una oreja, tras rejón caído y eficaz, en el “abreplaza”. Pinchó en el quinto, y por ello, sus paisanos no lo sacaron a hombros.

El primer toro de la lidia ordinaria correspondió a Ponce. Poco pudo hacer con su lote, pese a sus contrastadas virtudes como enfermero de cuidados intensivos. El burraco primero apuntó tanta clase como débil fue su condición. Un castillo de naipes amenazado con la brisa. Alargó innecesariamente la faena, entre muletazos en línea y vaciados por arriba. Se alargó innecesariamente como el conjunto de la corrida. Más dificultades presentó el quinto. Ello no fue óbice para el buen recibo capotero a la verónica, muy templado y largo. El animal, carente de cualquier virtud taurina, embestía por dentro, soltaba la cara y derrotaba con el pitón de fuera. El valenciano se puso una y otra vez, tiene que justificar su inclusión en tantos y tantos carteles. Sin embargo, poca agua se sacará de un pozo seco.

Sebastián Castella puso de relieve que el confinamiento no le ha pasado factura. Regresó a los ruedos más templado y enfrontilado que nunca. Manejó bien el percal en el que hizo tercero, el animal de más clase del encierro. Inició la faena con apabullante quietud por alto. Enjaretó templados y largos naturales, sueltos, y muy de frente. El momento más destacado de la tarde. El toro se rajó, como todos sus hermanos. El francés se empeñó en seguir en la cara del toro. Se pasó de faena. No obstante, la generosa afición de Huelva le pidió el trofeo, finalmente, concedido. Un novillo sorteó en séptimo lugar, y si al menos hubiera servido… tal era el agotamiento de los tendidos que poco se protestó. Castella lo recibió con el vuelo del capote y con mucho temple a la verónica. Nada más pudo hacer, al margen de matarlo bien. Al menos, pudimos deleitarnos con los dos sopapos de José Chacón, dos más de muchos.

Y el triunfador numérico de la tarde, pero no moral, fue David de Miranda, siempre recibido cariñosamente por sus paisanos. Recibió, en primer lugar, el toro de más trapío de la Feria, sin ser ninguna exageración. Sin embargo, rozaba la tetraplejia. Tampoco supo darle con la tecla. Se obstinó en acortarle las distancias y asfixiar -aún más- al mermado animal. Grandiosa estocada al segundo intento y orejita de la tierra que lo vio nacer. Un mulo cerró la tarde. Miranda estuvo voluntarioso y entregado, y nada más. Variado con el capote y destemplado y con muchas prisas con la muleta. La ansiedad propia de quien sabe que pocas oportunidades tendrá. Estaba loco por meterse en el cuello y hacer la noria, al fin lo consiguió. Entre tanto, enganchones y más enganchones. El toro tenía la vista cruzada y más deslució. Otra buena estocada y una oreja de paisanaje.

Decepcionantes Colombinas. No menos extrañas. Sin embargo, hemos tenido toros, aunque fuera con distancias y mascarillas. Sin acomodadores y con agentes del orden. Será esa la “nueva normalidad”, dado que en el ruedo sigue siendo la misma, apestando a rancio.

Por Francisco Díaz