Ha tenido que ser un español, el catedrático en literatura de lengua española, doctor García Mateos, el que haya narrado una memorable novela sobre el diestro más bohemio que pudimos conocer en el toreo que, como el mundo adivina, no es otro que Rodolfo Rodríguez El Pana.

Tan solo hojear el libro, el mismo huele a Apizaco, a su embrujo, en el que palpamos la sangre india de Rodolfo Rodríguez puesto que, dicho volumen, da la sensación que se ha escrito en México puesto que, su vocablo, es puritito mexicano, para gloria del llamado Brujo de Apizaco.

Tras leer las primeras páginas, sospechamos que se trata de una obra genial, justamente la que El Pana merecía; digamos que, desde España, una vez más, le hemos dado a Rodolfo la gloria que tantas veces se le negó en su país; más vale tarde que nunca. Y, como dato curioso, don Ramón García Mateos, no se considera un aficionado convicto y confeso porque, ante todo, se trata de un hombre amante de la poesía, de lo docencia al más alto estrado; un señor que ha publicado muchos libros pero que, como él confiesa, dentro de su ser anidaba la hermosa sensación de narrar la vida de El Pana, todo un logro por su parte que, sin duda cautivará a propios y extraños.

Barrunto que, al paso del tiempo, es posible que a Ramón García Mateos le suceda lo que le pasó a Manuel Chávez Nogales, allá por el año 1934 en que, ajeno al mundo de los toros, sin pretenderlo, escribió el libro de los libros, es decir, Juan Belmonte, Matador de toros. Sospecho que, sin lugar a dudas, podemos encontrarnos en un caso de análoga similitud porque, repito, García Mateos ha sido capaz de novelar la vida de un torero irrepetible en que, entre ficción y realidad, emocionará a todo el mundo.

Digamos que, dicho libro lo podremos encontrar en el escaparate más grande del mundo, es decir, Amazon. Todo el que lo adquiera, nadie se arrepentirá, más bien, todo lo contrario, dará gracias a la vida por haber encontrado una obra memorable. 

-Para mí, señor García Mateos, ha sido subyugante que usted haya escrito un libro sobre El Pana. ¿Qué le llevó a emprender tan mágica tarea?

Sin saber muy bien por qué uno descubre anécdotas, personas, historias –a veces, simplemente retazos de historias– e, incluso, paisajes tras los cuales intuyes que se esconde un posible relato literario, que ahí se oculta el germen de lo que podría ser un cuento o una novela. Eso fue lo que me ocurrió con Rodolfo Rodríguez, El Pana. A raíz de una larga entrevista que le hizo Jesús Quintero en 2008 quedé fascinado por el personaje. Por el torero romántico con disfraz de diestro antiguo pero sobre todo por la construcción de una ficción de sí mismo. La idea fue madurando lentamente hasta fraguar en El hijo de la tamalera.

-¿Conocía usted personalmente a el Brujo de Apizaco?

No. Desde luego me hubiese gustado. Y mucho. Pero se cruzó la muerte en el camino.

-Todavía no he podido emprender la lectura de su libro que, nada más verlo me parece apasionante. ¿Podría adelantarnos de forma breve su temática?

El libro parte de un hecho que nunca tuvo lugar: la confirmación de su alternativa como matador de toros en la plaza madrileña de Las Ventas, el gran sueño de El Pana. Unos días antes de ese  acontecimiento es entrevistado por un periodista que quedará fascinado por su figura, a medio camino entre la tragedia y el esperpento. Aquella entrevista, que nunca llegará a ver la luz, será el germen de una novela en la que se amalgaman, en dos niveles paralelos, el relato apasionante de la vida de “El Pana” –convertido ya en personaje de ficción–, en el que es imposible deslindar realidad y fantasía, y las vicisitudes de su escritura, envuelta en las preocupaciones y desasosiegos, tanto profesionales como familiares, del narrador. Esa es la columna vertebral del libro. Pero todo gira alrededor de la fuerza deslumbrante de su personaje principal, el mítico y controvertido diestro de Apizaco. En su mundo, caminan de la mano la gloria y la catástrofe, el orgullo y la dignidad, el alcohol y la esperanza, un mundo, en definitiva, del que no se puede salir indemne.

-¿Qué piensa usted que tenía El Pana para cautivar de la forma en que lo hacía?

Fue capaz de crear un personaje con la aureola de los mitos y los héroes. A mí es uno de los aspectos que más me interesa de su figura: el del desdoblamiento, el de la otredad, es decir la condición de ser otro dentro de sí mismo. Rodolfo Rodríguez crea a El Pana y acaba identificándose de tal manera con su creación que acaba siendo imposible –incluso para él mismo– establecer los límites entre uno y otro.

El Pana es un torero antiguo que entiende el toreo como un rito sagrado. Desde la vestimenta, con su coleta verdadera, de su propio pelo, sus trajes siempre de plata o azabache, negándose a vestir los iluminados con alamares de oro porque el oro representa la ostentación vacua y es el símbolo de todo lo malo que pasa en el mundo, con su sarape como capote de paseo, al que le gustaba torear descalzo… Hasta su relación con el toro, siempre cómplice y nunca enemigo. Un torero que gusta de la poesía, que tiene devoción por García Lorca al que nombra como San Federico. Un torero valiente, en la plaza y fuera de ella, que nunca se mordió la lengua al opinar de los empresarios taurinos o de algunos de los toreros más acomodaticias y, por ello, poderosos, lo que le trajo no pocas complicaciones y más de un veto de empresas y compañeros. Un torero en el que se amalgaman la gloria y el infierno.

Es imposible que un personaje de estas características no sea, necesariamente, un gran seductor. Consciente o inconscientemente. Y El Pana lo sabía. Estoy convencido. Si le sumamos a ello su capacidad de contar, de envolver con sus palabras a quien le escuchase, tenemos todos los ingredientes para entender el porqué de su atracción.

-Murió, como usted sabe, sin poder cumplir su sueño, confirmar su alternativa en Madrid. ¿Fue cruel la decisión de aquella empresa que le privó de cumplir su sueño anhelado?

No conozco el tema desde dentro. Pero sin duda estaba capacitado para haber toreado en Las Ventas. Y para haber triunfado. Visto desde ahora, lo que fue es una injusticia. De ahí que en El hijo de la tamalera debute en Madrid y se traslade desde el Palace en calesa y fumando uno de sus puros. Como un acto de justicia poética.

-O sea que, ya somos dos españoles los que le hemos rendido tributo a El Pana, usted y este humilde servidor que narró, en vida de El Pana, mi novela VA POR TI en la que El Pana formaba parte de la historia y, en este momento, usted, novelando la vida de un tipo apasionante. ¿No cree usted que nuestra tarea, hubiera sido lógico que hubiera nacido desde México?

Imagino que en México habrá grandes admiradores de El Pana, claro que sí. A veces estas cosas son producto de la casualidad. Y, por lo que sea –usted porque lo conoció personalmente y fue su amigo, yo porque quedo fascinado ante su figura–, fraguan en un libro. De todas maneras, también es cierto que a veces es más fácil que te reconozcan desde fuera que en tu propia tierra. Y de ello hay muchos ejemplos.

-Y, como dato curioso, como me han contado, usted no es un aficionado “cabal” como dirían por Andalucía, por tanto, mayor mérito tiene su trabajo. ¿Es usted escritor con mucha sensibilidad, algo que le ha llevado a novelar la historia del más genial de los toreros?

Es cierto. Yo no soy un taurino, en el sentido cabal del término. Conozco el mundo de los toros porque vengo de una familia, la materna, vinculada a ese ámbito: mi abuelo fue toda su vida mayoral de reses bravas y asimismo uno de mis tíos, el hermano mayor de mi madre. Mi madre por lo tanto se crío entre toros, caballos, tientas y maletillas que acudían a los tentaderos buscando una oportunidad. Y yo eso lo he oído contar, y de alguna manera lo he vivido, desde que tengo conciencia del mundo. Además me ha interesado siempre la literatura taurina y me han atraído los toreros artistas. Con estos mimbres, y descubriendo a una figura como El Pana –el elemento fundamental–, creo que se explica el origen de mi novela.

-¿Quién cree usted que fue más importante en la vida de EL Pana, el propio Rodolfo o el personaje que él sacaba a escena en las tardes de toros?

Ya lo comentábamos antes. Siendo dos acaba siendo el mismo. Es como el misterio de la trinidad, pero en este caso de la dualidad: dos personas distintas y un solo dios verdadero. Supongo que en su intimidad, fuera de los cosos o del interés de la prensa, sería Rodolfo, pero sino era siempre El Pana: en la plaza, en las entrevistas para la prensa o la televisión… A mí me recuerda, en otro estilo y en otras circunstancias muy distintas, el caso de don Ramón María del Valle-Inclán o el de Salvador Dalí, creadores ambos de un personaje que acaba imponiéndose hasta confundirse con la persona.

-¿Tuvo algo que ver aquella retirada de El Pana en La México que sería su auténtica reaparición para que, usted, cautivado por aquella efemérides imborrable, años más tarde se decidiera a dar ese paso sublime de novelar la vida del diestro de Apizaco?

Sí, por supuesto. Una vez cautivado por el maestro mexicano, cuando empecé a bucear por internet, a buscar en prensa, a rastrear referencias suyas, saber de aquella tarde del 7 de enero de 2007, la que debía de haber sido la de su entierro y fue la de su resurrección, con una faena magistral en la Monumental de México, la que todo lo da y todo lo quita, que decía El Pana, fue uno de los motivos que me espolearon a escribir el libro.

-¿Está usted convencido de que las injusticias a las que se le sometió a El Pana, fueron el detonante para que Rodolfo se refugiara en el alcohol, muy al estilo Hemingway?

Yo no lo conocí. Usted lo sabrá mejor que yo. Pero estoy convencido de que Rodolfo Rodríguez, El Pana, ahora sin diferenciar persona y personaje, era un hombre muy sensible. Hay muchas referencias que lo atestiguan: su percepción del mundo, su preocupación por los problemas sociales, su amor por la poesía, su misma concepción del toreo… La sensibilidad nos puede empujar hacia el abismo. El alcohol tiene además un componente legendario, ligado al arte, a las juergas flamencas, a la creación literaria, y aunque no deja de ser un mito está ahí. Sin duda, creo que para El Pana el alcohol fue un refugio ante las inclemencias de la vida que lo dejaron a la intemperie, un refugio que se convirtió en cárcel. No obstante, fue capaz de salir, al menos temporalmente.

-Si le soy sincero, conforme está montado el mundo del toro, no creo que sea rentable económicamente su libro porque, como sabe, los taurinos leen muy poco. Siendo así, ¿fue el romanticismo el móvil que le llevó a dicha narración?

Yo soy fundamentalmente poeta, la mayor parte de mis libros son de poesía, así que ya puede imaginar que no pienso ni en ventas ni en ganancias. Si vienen, bienvenidas, por supuesto, sobre todo porque eso supone la existencia de lectores. No se puede escribir pensando en la rentabilidad de un libro. Se escribe por pasión, por necesidad, convencidos de que las palabras nos ayudan a entender y clarificar el mundo. Yo estaba convencido de que El Pana merecía un libro. Yo no podía escribir su biografía pero sí podía escribir una novela que, desde la ficción, respetase al hombre y al torero. Y a ello me puse, sin otras ambiciones.

-De todo lo que ha podido saber, ¿qué hecho puntual de El Pana le cautivó hasta el extremo de novelar su vida?

Yo creo que no hay un único motivo. El primero fue su personalidad a raíz de esa entrevista que te comentaba anteriormente. Esa fue la espoleta, el detonante que me empujó a querer saber de él. Su infancia de niño humilde, su rebeldía, su concepción del toreo, sus tardes de gloria como novillero, primero, y como matador después en la Monumental, el infierno del olvido y del alcohol… Todo era material para una buena historia. Lo que no sé es si lo habré conseguido, estar a la altura de mi personaje quiero decir.

-¿Sabía usted que Rodolfo Rodríguez El Pana era una persona cultísima, todo ello sin haber ido a la escuela?

Sí, por supuesto. Además en una doble vertiente: tenía la sabiduría popular de la gente del pueblo, de sus raíces indígenas, y además se había acercado a escritores y artistas que lo estimularon para que leyera. Prueba de ello es su gusto por la poesía, como lo es su preocupación por el futuro del mundo como lo demuestran sus protestas ante las pruebas nucleares francesas en el atolón de Mururoa, que tampoco le salieron gratis. En El hijo de la tamalera hay un encuentro entre el gran novelista mexicano Carlos Fuentes, buen aficionado a los toros, y El Pana después de la asonada del 7 de enero, en el que hablan de toros y literatura. Probablemente ese encuentro no se produjo nunca, pero a mí me venía muy bien para mostrar la relación de El Pana con el mundo de la cultura.

-Añada lo que su corazón le indique porque lo que se dice literatura, El Pana nos la provocó más que nadie en el mundo porque, como diría el otro, El Pana ha sido un hombre de novela, lo que usted ha hecho en estos instantes.

Tienes toda la razón. El Pana es en sí mismo un personaje, un ser de ficción. No hay necesidad de crearlo, de inventarlo, porque ya está ahí, en carne y hueso. Inmenso como los héroes trágicos, con ribetes de farsa también, en ocasiones al borde del esperpento, pero siempre con una grandeza conmovedora, incluso cuando las sombras fueron, en su vida, más poderosas que las luces. Yo, ante el personaje de El Pana, solo puedo mostrar gratitud.

Muchas gracias, amigo.

Pla Ventura.

Fotografía del doctor Ramón García Mateos, obra de Pilar Gonzalvo.