Una excelente entrada registró la Plaza de Toros México con lo que fue nombrada la corrida “Guadalupana” y ha de hacerse tradicional.

A principio de cuentas nos llamó mucho la atención que se hicieran honores a la bandera, que hubiera elementos de la seguridad Policial entonando el himno nacional. Que aunque pueda emocionar a la concurrencia, están un tanto fuera de lugar en un festejo de corte internacional y en una fecha que no está vinculada de ningún modo a festejos patrios. Pero tras las agresiones sufridas en días pasados contra nuestra bella fiesta, la empresa apostó por este nada ortodoxo acto, que a final de cuentas fue bien recibido por quienes pagan un boleto.

Toros de Fernando de la Mora y Bernaldo de Quiroz, en términos generales “bien presentados”, para mi gusto muy pesados y es que hay que entender la altura de esta ciudad. No se trata de kilos, se trata de presencia, de trapío. ¿Es tan difícil entenderlo? Pero, otra vez el mismo cuento. El caballo sale como simple protocolo a cumplir su lugar en la lidia, pero no hubo ni un solo puyazo que de verdad emocionara. Tocan a los toros y aflojan la vara. Y entendemos que el matador en turno busque cuidar al animal para el último tercio, pero es exagerado y necesitamos reeducarnos.
Si ahora la “nueva ola” va a suscitar que perdamos esa suerte tan bonita, de verdad creo que el enemigo está adentro.

El picador es un protagonista, tan importante en la lidia que puede, al igual que su matador, vestir de oro. Son básicos en los menesteres del arte taurino y hoy por hoy en México están siendo despreciados desde que salen al ruedo. Eso no puede ser. El toro debe acometer al caballo y de ese modo ser calificado. Pero cómo hacerlo si no podemos ver ni medio puyazo. Y nos queda claro que no solo en varas se mide la bravura, pero es parte esencial y eso nadie me lo quita de la cabeza.

En fin. Creo que es un tema que tratar en otro momento y que es muy delicado ya que hiere muchas susceptibilidades, pero en definitiva tiene que afrontarse.

Antonio Ferrera ha revolucionado a la plaza.
Ya en su primero había dejado un buen sabor de boca, sobreponiéndose a las circunstancias de un “Fernando” no tan a modo, cayéndose, con el peso de más y en el que hubo detalles de su tauromaquia.

No quiero por ningún motivo soñar amargada. Es un punto de vista muy subjetivo el que trataré de plasmar y lamento no ser muy poética pero las palabras se traslapan cuando intento interpretar lo sucedido.

La plaza México, enloqueció, sí! Como pocas veces en los últimos años. El estruendo fue impactante. Las emociones se agolparon, las lágrimas cayeron, los pañuelos cegaban, el cercano invierno invirtió sus polos y el fuego en los corazones de los miles de aficionados incendió los tendidos.

La fiesta es un espectáculo, sin lugar a dudas, y eso es algo que esta temporada ha quedado muy claro. Las nuevas generaciones y los aficionados que apenas comienzan a caminar por este mágico mundo, buscan antes que nada diversión y es muy válido lo que tenga que hacerse para conseguir estas entradas, y esa respuesta tan cálida por parte de los asistentes. Y ¿qué duda cabe de lo que Ferrera entendió ayer?.

Que el público mexicano es muy sensible, casi todos los toreros extranjeros lo saben y que esta plaza en particular tiene un encanto, es más que obvio. Pero….

Antonio Ferrera es, ya lo he dicho, un gran torero. ¡Tiene todo! Pero su inteligencia fue la clave para todo lo acontecido.
Y decidió convertirse en el “héroe” por decirlo de algún modo, de esta tarde que va a cambiar muchas cosas en adelante.

Se las arregló para que regresaran al quinto que no gustó al hispano y saldría un sombrero de Bernaldo. Sinceramente yo no alcancé a ver la ceguera del animal que tanto defendía el torero, más me pareció un toro complicado y con muy malas ideas, pero volvemos a que el toreo es subjetivo.

Emotivo desde la salida, con boyantía acudía al capote el sobrero, cosa que aprovechó a la perfección el diestro en turno.

En un arranque bajó, un tanto de mal modo a su picador del caballo, para realizar él mismo la suerte. Y vaya que el “panem et circenses” hizo su aparición. Y aunque muy poco ortodoxo, tenía a la gente sorprendida, señaló una casi inyección en los lomos. Bien ejecutada, sí, pero es más aparatosa la perforación de un arete en la oreja. Se bajó emocionado como un maniaco enloquecido a buscar su capote para realizar un quite ceñido que le valió el sobresalto y aceptación de los que aún no cedían ante su histrionismo.

Cogió las banderillas para dejarse ver en un tercio en el que ocupó todos los terrenos del ruedo, todos los recursos posibles y conmocionó de tal forma a los hipnotizados espectadores que al grito de ¡Torero, torero! coreaban, ovacionando su vuelta al ruedo triunfal.
Con la muleta mostró dos vertientes. Ese hechizo maquiavélico que de manera afectada le llevó a muletazos largos en los que dejaba ver un peligro inexistente, (común denominador de todo el festejo). Y sin embargo verticales naturales con temple sabiendo sobar las nobles embestidas del “Bernaldo”.

¡Es un genio!, yo diría que va por buen camino. Las lágrimas rodaban por sus mejillas de las emociones tan sublimadas que lo acompañaban, como “Bambi” al ver muerta a su madre.

La gente enardeció y tras una efectiva estocada, la petición de rabo era casi unánime. Los pañuelos se te metían en los ojos, de la agitación con la que los vecinos de tendido los ondeaban. Fue único. Y no quito en ningún momento el mérito, ni la importancia de su labor que a final de cuentas logró su cometido, emocionar sobremanera a la concurrencia.

Solo sí, destacar que fue la actuación perfecta. La mejor interpretación que se ha visto de “Hamlet”, se bebió a Shakespeare y lo entendió perfecto. Dominó cada segundo a la audiencia y los hizo partícipes.

Para mi estuvo bien que se hubiera negado el rabo. Y la vuelta al ruedo al toro, un poco excedida porque todo fue el mérito del director de escena, quien hizo lo que quiso con él. Dos orejas

Pasó Morante por ahí y sinceramente, duele ver que el inconmensurable maestro que ha llenado de pasión las plazas españolas esta temporada, haya pasado de noche por la Monumental que tanto lo esperaba.

Se sueña con el toreo de Morante y la gente dice, “un solo muletazo y el boleto está pagado”, pero no fue así esta tarde, en que solo le vimos partir plaza y por ahí un bello detalle al momento de auxiliar a Ferrera a colocar su toro ante el caballo.

Por lo demás ese delicioso licor que esperábamos saborear, se arranció dejándonos un tono amargo, de un vino sin cuerpo, y con una exagerada fermentación, nada digna, ni del recinto, ni del mismo torero.

Diego Silveti. Me sorprende la capacidad que tienen sus apoderados para hacerse de los mejores lotes en cada corrida, y es que si hubo uno de a de veras, ese fue el cuarto de la tarde, que a pesar de no haber sido picado, tenía esa fijeza, si bien noble, no la de un bobalicón y que con estatuarios quiso proyectar, lo cual se le dio bien. Esa verticalidad por momentos nos recordaba a su padre, quien plasmaba en su rostro el dolor físico que lo acompañaba cada tarde, y sin embargo también esa valentía estoica de su tío, a quien ha estado escuchando seguramente. Pero a pesar de que tuvo momentos dramáticos y con sensibilidad, no le encuentro un estilo propio, y ya son muchos años los que le preceden.

En general hay que decir que todos estuvieron acertados con el acero. Por lo que al insistir en una estocada recibiendo, consiguió un apéndice, que si bien fue merecido, no logra dejarme un recuerdo que me haya hecho vibrar.

En el segundo buscó los medios pero no hubo réplica. La orquesta no pudo afinarse en el mismo tono y pese a que el director tratara de corregir el desorden, cuando algún instrumento no encaja, la sinfonía pierde completamente su sentido, la armonía se vuelve un caos y desde ahí hay que volver a empezar, y aquí no había oportunidad.

Diego San Román tomaba la alternativa y sinceramente fue para mi persona, lo más torero de la tarde. Con la verdad de quien está en ese ruedo por lograr ensoñarse y llegar lo más alto posible.

El pasodoble tiene una métrica perfecta. Es una marcha ligera comúnmente utilizada en desfiles militares con un tranco adoptado por la infantería que permite que en un minuto se concreten 120 pasos. Posee un compás binario y su movimiento moderado lo convirtió en un género procedente de la tonadilla escénica, que a mediados del siglo XIX solía servir como conclusión de bailes y entremeses y que en la segunda mitad del mismo se convirtió en intermedio musical en las comedias. Se considera actualmente parte importante de los géneros musicales hispanos que dan valor a su naturaleza patria.

Así fue el compás, con el que acarició a su primero, de Bernaldo de Quiroz el queretano , al son de la copla elegantemente valseó con su enemigo para someterlo y crear una obra artística.

Lamentablemente no concluyó de buena manera y eso le hizo perder los trofeos que ya colgaban con alfileres.

En el que cerró plaza la energía aún vibraba y él supo ante un soso, alebrestar las condiciones y con serenidad ir construyendo el mausoleo en el que hoy descansa la Res. Y es que le dio una lidia puntual, buscando el agua que muy profunda se encontraba pero que existía. Una estocada espectacular coronó su primer tarde como matador de toros y recibió una oreja.
Aquí concluyó la primera parte de la temporada de reapertura.

Con muchos triunfos, para la empresa, los toreros y sobretodo para el público que pudo volver a la plaza más grande del mundo y ser partícipe de un espectáculo que logró sobrevivir a la pandemia y que hoy está retomando el vuelo y surgiendo desde las propias cenizas.

Por Alexa Castillo