Que la Tauromaquia es un arte lo avalan cientos de escritores prestigiosos de todos los tiempos y yo no voy ni mucho menos a contradecirles, aunque puedo apostillar que si se dan las circunstancias en la lucha del hombre contra el poder del toro, puede haber arte y de hecho lo hay. Del mismo modo ocurre en la pintura, que es una de las bellas artes y no todos los que pintan son artistas.  

El toreo es un arte efímero, que se esfuma, evanescente e impredecible. Muy distinto al arte de la danza, también efímero porque solo perdura mientras se baila. Pero el elemento toro, lo hace, además de evanescente, siempre distinto.

Se ha dado en clasificar a los toreros como poderosos, tremendistas o artistas… Me decanto por la primera y última rama que unidas hacen el verdadero torero capaz de conmover. Tener la valentía, que se les supone a todos los toreros, tener el poderío para extraer de la acometida del toro una estilización de movimientos que desemboquen en un arte excelso. Primero mandar y luego intentar despertar la emoción que producen las grandes obras. Ser torero es entrar en un ámbito artístico enormemente exigente. Exigente no solo en el aprendizaje de la profesión sino para cargar con un bagaje de sensaciones, de emoción íntima, de lenguaje corporal que se traduzca en un sentido de la estética que deberá presidir siempre el comportamiento y la trayectoria de toda persona que dedique su vida a torear.

Me sorprendieron en su día las opiniones de un torero, reconocido unánimemente como artista, que en la III Bienal Internacional de Tauromaquia de Ronda y en una defensa del toreo con arte, afirmó que para hacer arte del toreo “se necesita un toro que no sea desproporcionado” añadiendo que “el toreo de arte precisa una comunión con el toro que es distinta a la del toreo técnico y valeroso que necesita un toro cuanto más grande mejor, ya que crea una emoción a través del riesgo” Este señor se llama Morante de la Puebla. A todas luces el torero sevillano preconiza que el toro ha de ser pequeño. Y digo yo, mejor aún si es tonto, para que no le descomponga la figura. Para torear a los grandes y difíciles ya están los otros toreros menos artistas. Para mí la clave está en aunar el valor y el arte y tratar de hacer siempre faena, cada uno desplegando su gusto y su estilo adaptándose al toro que le toque, jugando con las mismas armas y que cada palo aguante su vela. No es cuestión de ponerse bonito muy de tarde en tarde cuando sale el que nos gusta como hacen algunos privilegiados. El espectador no va a la plaza a ver si suena la flauta por casualidad. ¿O sí?

El artista digno de admiración es aquel capaz de domeñar un astado que sale con genio, con casta, sea grande o chico, con las puntas intactas. El diestro, después de demostrar su poder, debe encontrar “la comunión con el toro” y saber desplegar una coreografía llena de armonía, de gusto y de sentimiento, capaz de emocionar hasta los límites. Arte y poder en una obra que nace allí mismo, se improvisa y muere minutos después. La belleza plástica que se crea viene tras haber dominado a la fiera. El riesgo, el peligro es lo que añade más emoción. Es la impronta que surge de la mente del torero, que quizá pueda aprender a crear por sí mismo, pero, como dijo aquel clarividente diestro que fue Joselito “El Gallo”: “en el toreo se puede aprender todo menos el estilo, que es un don que cada uno trae al mundo”. Y es que primero hay que dominar y después ser artista o tremendista. Esa es la grandeza, después está el estilo, sin olvidar la estética que a mi entender tiene que presidir todo lo que concierne a la Fiesta. Y para no pormenorizar evitaré abarcar comportamientos, vestimenta y actitudes de cuantos intervienen en el espectáculo, me limitaré a enumerar vicios, recursos y actitudes que a mi juicio afean el aspecto estético. Al toro no se le puede exigir más estética que la de su presencia, de la que no es responsable, y al matador el ser y estar siempre en torero. Incluso podría añadir que debe estarlo tanto dentro como fuera de la plaza. Comportamiento cabal, con la gallardía que les dedicaba Barbieri en la Marcha de la Manolería de PAN Y TOROS.

no hay en el mundo

quien marche con más garbo

ni con más rumbo.

Si, como pienso, la estética es columna fundamental del espectáculo, permítanme puntualizar ciertas actitudes de algunos diestros, para mí marcadamente antiestéticas, (opinión que no tiene por qué ser compartida) que restan vistosidad incluso en las faenas de algunos de los llamados artistas. Aquí van solo unas pocas de las que estimo más importantes:

Es antiestético el retorcimiento del cuerpo para alargar hasta el infinito el muletazo.

Es antiestético el andar de rodillas en pos de la embestida del toro.

Son antiestéticos esos pasitos del espada en busca del pitón contrario para después promover la embestida. Pasitos extremadamente cortos y mecánicos como “las muñecas de Famosa”. Y si a los pasitos les acompaña un movimiento acompasado de las caderas, llegamos a lo ridículo.  Es curioso que incluso haya público que aplauda este contoneo, seguramente entendido como un alarde del torero meciéndose en la cuna de los pitones, que no niego el riesgo, pero al precio de lo grotesco.

Ante un toro renuente, es antiestético el afán de promover la embestida dando una patada en la arena de manera reiterada, a cada muletazo, así sean diez o veinte.

Es antiestético poner mucho celo en la mano que lleva el engaño y elevar la contraria con manifiesta rigidez.

Resultan antiestéticos los alardes de valentía excesivamente aparatosos y demandar el aplauso con gestos desmedidos. Resulta demasiado habitual (y por ello cargante) el consabido gesto espasmódico de alzar el mentón.

Nada hay más bello que la naturalidad, que es lo que de verdad llega al aficionado genuino. Tal vez a quien asiste al festejo comiendo pipas le lleguen más los excesos, las exageraciones, la jactancia, el pavoneo… pero a ese yo no lo considero un buen aficionado, porque muy probablemente sea un espectador ocasional. Con todo, a éste hay que darle tiempo, porque si persevera, terminará, seguro, por hacerse un entendido capaz de apasionarse de verdad con el arte del toreo, concediendo el debido respeto al toro y a todos los profesionales.

Francisca García