Dentro de la semana en que nuestro director quiere que les dediquemos a los toreros de plata, en la misma no podía faltar un hombre admirable en su profesión que, íntimamente lo ha logrado todo aunque muchos se empeñen en lo contrario. Hablo de David Adalid que, en su profesión, su persona podríamos calificarla como palabras mayores en el toreo.
Nuestra admiración, como aficionados, alcanza para todo el escalafón de los banderilleros y subalternos. Es cierto que, en nuestra sección no pueden aparecer todos, pero sí todos los que aparecen representarán al colectivo hermoso de hombres que se juegan la vida de verdad y, en su inmensa mayoría, dándole tintes artísticos a su labor.
Como los aficionados sabemos, David Adalid, en los últimos tiempos es el hombre “maldito” para el toreo, de forma muy concreta para los que deberían de contratarle que no son otros que los propios toreros. ¿Qué ha hecho Adalid para ser ninguneado? Es más, yo diría todo lo contrario puesto que la trayectoria de David invita a participar en los grandes festines del toreo, algo que desdichadamente no ocurre.
Hechos y no palabras, podría decir Adalid en defensa propia. Y digo hechos porque este gran torero es de los pocos que existen en el globo terráqueo que, un día de mayo, hace unos años, en la plaza de toros de Las Ventas, junto al resto de los miembros de su cuadrilla, dieron una vuelta al ruedo tras los primeros tercios –cómo serían- mientras su matador, Javier Castaño, contemplaba anonadado la escena.
Un hecho irrepetible que, con toda seguridad, no se volverá a repetir, de ahí los tintes de épica que revestimos al mismo. Y, como digo, ahí estaba David Adalid como partícipe de dicho festín que enardeció al público de Madrid, unos aficionados que no se definen precisamente por ser generosos con los toreros; son justos, es cierto, pero cómo sería aquello, lo digo para los que no lo hayan visto y no lo recuerden, sin duda, la locura al más alto nivel.
El arte de David Adalid con los palos, ha subyugado a miles de aficionados y, entre tantos, ahí está el maestro José Félix García que, en su honor escribió un bello pasodoble taurino que, como pudimos saber por haber escuchado, se trata de una pieza magnífica en su género que, como no podía ser de otro modo, Adalid inspiró al maestro hasta el punto de la composición en su honor. Como sabemos, muchos son los toreros que ostentan el honor de ser agraciados con tener un pasodoble que perpetúe su nombre más allá del propio toreo, pero que un “sencillo” banderillero tenga dicho galardón es algo de inmensa relevancia.
No son lisonjas a modo para satisfacer el ego de un banderillero que, como me consta, dedica su tiempo a enseñar a los chicos que quieren aprender su arte y tomar nota de su talento. Fijémonos de quién estamos hablando que, ni siquiera un toro de Saltillo con sus peores intenciones, banderilleado con todo honor por Adalid, ni ese toro fue capaz de provocar el ego en dicho personaje que, ataviado con el hatillo de su humildad, así ha funcionado siempre por los ruedos del mundo.
Quiero seguir creyendo que, en breve, cuando fuere y el destino lo depare, salga un torero de relumbrón que quiera presumir de llevar en su cuadrilla a uno de los grandes, ahí estará Adalid para dar el paso adelante. Y digo esto porque los toreros actuales, prisioneros del miedo y carentes de la más mínima humildad, son incapaces de llevar en sus filas a uno de los grandes, a los que dan caché a los diestros que, en la actualidad, como se demuestra, parece que todos buscan criados y recaderos antes que profesionales de auténtico lujo. Todos los que como yo recuerden aquella histórica tarde de Madrid antes comentaba, sin distinción, me darán la razón. Que una cuadrilla de banderilleros elevaran el toreo a la más alta potencia que no es otra que la admiración de Madrid, con eso está dicho todo.
Recordémosle a los toreros actuales que, allá por los años setenta, un torero admirable, figura entre los suyos, contrató para engrandecer su obra al más grande banderillero que existía en aquellos años que, como el mundo sabe, los toreros se preciaban de llevar en su cuadrilla a los más grandes, podrían responder Rafael Corbelle, Pepe Ibáñez, Manolo Montoliu si viviera, Martín Recio y otros de enorme calado que, sin duda alguna, eran contratados por los más grandes espadas, caso de Andrés Vázquez al que antes mencionaba que, para su dicha contrató al lusitano Mario Cohelo que era la admiración entre la torería del mundo. Igual que ahora que, como en el caso de Adalid, los más grandes toreros de plata se pudren en sus casas mientras que, los recaderos son contratados a destajo.
En la imagen, David Adalid, asomándose al balcón en la plaza de Madrid.
Por Pla Ventura