Hoy es un torero de leyenda, uno de los escasos personajes del mundo del arte que ya es un mito, aun estando vivo. Su poder está más allá del que tuvieron Belmonte, Manolete o Gallito; con sólo un chasquido de dedos, al estilo de los anuncios de «Martini», tiene al empresariado a sus pies. Luego, él pondrá cifras, hará los carteles, y «tomasistas» de medio mundo abandonarán sus hogares para hacer miles de kilómetros con el fin de extasiarse una vez más ante el genio. Pero, ¿quién se acuerda de cuando este hombre decidió ser torero? ¿Recibió los parabienes de los aficionados? ¿Y de los propios taurinos?

Al parecer, no tuvo tantos beneplácitos y fue ninguneado por taurinos, que censuraban no sólo su precaria técnica, su torpeza, también su físico. Nadie daba un duro por el joven  aprendiz de torero. Así, que visto lo visto, emprendió el camino aéreo hacia México, y de esa manera se libraba de pagar por torear en España, algo que le repudiaba.  En México, un banderillero retirado se fijó en él y le propuso irse a su pequeña finca extremeña, para al menos intentar la aventura de convertirlo en torero.

Evidentemente nos referimos al gran Antonio Corbacho, un hombre que jamás recibió el refrendo y homenaje que  mereció. Antonio, que había sido novillero y acabó como subalterno en la cuadrilla de Roberto Domínguez, cruzó la otra línea y se convirtió en apoderado «sui géneris»; el admirador del cine de Kurosawa y de las artes marciales japonesas quiso imprimir a sus toreros un sello indeleble, un toque de «héroe intemporal» y así expresaba el concepto:

«El toreo tiene que ver mucho con aquel mundo de honor del samurái, de compromiso vital, de aceptación de la propia muerte». Una parte importante de esas teorías se vieron en los toreros que forjó y en su capacidad para el sacrificio en la plaza: «algo incomprensible hoy en día, en una sociedad en la que la gente se cree con todos los derechos y ninguna obligación».

Una vez puesto en órbita, el torero de Galapagar se fue con Santiago López, abandonando al gran artífice de su filosofía taurina. Algo parecido sucedió cuando Corbacho tuvo como pupilo a Talavante. Apenas vislumbró la luz del éxito, Corbacho quedó de nuevo aparcado. La última vez que se le vio ayudando a un torero, fue en Las Ventas junto al colombiano Sebastián Ritter no sin antes haberse partido el alma junto al bravo Arturo Macías.

Al poco tiempo moría, debido a unas complicaciones pulmonares que arrastraba. Se iba en silencio, como un actor secundario en la trastienda del toreo, habiendo dejado una herencia de valores incalculables: José Tomás y Alejandro Talavante y, como dije, desde México, a Arturo Macías. El mundo taurino perdía así, a un bohemio y puede que al último romántico del toreo.

En la actualidad, José Tomás, vive como un retirado más, y cada temporada, al igual que hacen otros, torea algún que otro festival. A su retorno a los ruedos, los aficionados cuestionaban una excesiva comodidad al acartelarse con unos compañeros que no le supondrían una competencia real. Pero, en su última época decidió que todo fuera más sencillo, y su propuesta era poner a un vistoso rejoneador por delante, para maquillar un espectáculo donde él lidiaría cuatro toros, tal y como hizo en Granada, y continuado en los futuribles carteles de Francia.

La diferencia entre un festival ordinario y los de José Tomás, es que éste se lleva un dineral que garantizaría el futuro de cualquiera. Es evidente que el portentoso José Tomás que protagonizara  las épicas faenas de sus últimas tardes en Madrid, ya es una rémora; quedarán en nuestra memoria como verdaderos socavones de contundencia torera, de una reciedumbre inusual en las tauromaquias actuales.

Hoy, quien fuera un rebelde con o sin causa, en su etapa junto a Martín Arranz, sería el mayor revulsivo para la actual fiesta, si él quisiera, claro. Y siempre que sus festejos  tuvieran mayor seriedad y contundencia,  pero, ¿cómo se le puede pedir compromiso con el presente y futuro de la Tauromaquia, a quien lo ha ganado todo y además, ya es un mito viviente?

En la imagen vemos a José Tomás según versión pictórica del autor del ensayo, Giovanni Tortosa.