España ha muerto pero lo triste de la cuestión es que los españoles seguimos vivos, seguramente, para que comprendamos de una vez lo que puede representar la maldición del destino y las consecuencias del mismo. Desde nuestra tribuna como aficionados a los toros, como se sabe, el primero que se nos adelantó para explicarnos las consecuencias que la pandemia, tanto para el mundo de los toros como para toda la economía a nivel general nos traería, no fue otro que nuestro director Juan Jesús Herrero. Y, nuestro amigo, para su desdicha acertó en todo. Lo juro que, cuando nuestro amigo publicó su ensayo al respecto de las consecuencias del coronavirus me quedé estupefacto, no lo podía creer y, nuestro hombre llevaba toda la razón del mundo.

Mientras todo eso ocurría, nuestros apestosos políticos que nos gobiernan, en un ejercicio de la más absoluta frivolidad e irresponsabilidad al más alto nivel, como suelen hacer los partidos de izquierdas que no entienden ni de política ni de seres humanos, el pasado ocho del mes en curso, eso sí, sacaron a “pueblo” a la calle porque era más importante el maldito feminismo antes que la responsabilidad de todo lo que estaba ocurriendo. ¿No fue aquello el mayor motivo para el contagio general del coronavirus? Sin duda alguna, pero ante tiparracos/as tan apestosos como nuestros gobernantes, era “necesaria” la reivindicación hacia la mujer, precisamente en una fecha inadecuada y maldita. Las consecuencias vinieron más tarde.

Como siempre, las consecuencias de la pandemia serán, además de irreversibles, incuantificables. Quiere esto decir que, de haber tomado el gobierno las medidas que ha tomado a su debido tiempo, posiblemente, yo diría que sin duda alguna, todo se hubiera atenuado. Pero no, a nuestro gobierno les cogió el toro de la irresponsabilidad puesto que, mientras la oposición les iba advirtiendo de las consecuencias que todo ello podría traer, los cínicos de turno hacían oídos sordos porque, claro, el consejo venía de la oposición y, para ellos, ni caso. Ahí están ahora los resultados que, hasta los bobos que les votaron sufrirán ahora las consecuencias puesto que, a Pablo Iglesias, por mal que vayan las cosas no lo desahuciará nadie, pero muchos de los miles de sus fanáticos que le votaron, por culpa de la crisis que estamos padeciendo, esos perderán sus casas porque no podrán atender sus hipotecas.

Nadie sabe las consecuencias que esta pandemia puede alcanzar a todos los niveles, pero sí sabemos todos que de esta nos costará salir muchos años; la crisis del 2008 con el apestoso de Zapatero será una broma cuando la comparemos con lo que estamos viviendo en la actualidad. Si, porque aquello fue una mala gestión a todos los niveles puesto que, desde el mismo gobierno se instaba a las gentes para que se endeudaran para alcanzar un mejor bienestar y todo era mentira.

Lo que estamos viviendo es más triste puesto que, por mal que nos pese, aunque el gobierno ha actuado con total irresponsabilidad, la parte amarga de la cuestión es que nos ha vencido una pandemia que nadie esperábamos o, en el peor de los casos, cuando por enero se detectó en China, nadie creíamos que podría llegar hasta nosotros y, lo que es peor, tan rápido. La gran verdad es la que estamos viviendo y, nuestra única esperanza es rezar todos juntos para que la enfermedad deje de contagiarnos y que pase muy pronto; pasando rápido, pese a todo, la catarsis la tenemos servida puesto que, millones de personas de España, en breve vivirán en el averno.

Vivimos situaciones tan anómalas como la vida misma. Ayer, sin ir más lejos, el gran Pepe Reina, el portero español, indignado, les llamó hijos de puta a Clara Ponsatí y Puigdemont, los fugados de la justicia de España, que siguen cobrando cifras astronómicas de nuestros impuestos y, como dijo Reina, lo muy hijos de puta se alegran de los muertos que ha habido en Madrid por culpa de dicha enfermedad. Estos tipos son los que deberían de sufrir las perores consecuencias de una enfermedad, pero no de forma terminal, poquito a poco ya que si las leyes y la justicia no han sabido hacer nada para darles su merecido, confiemos que sea la justicia divina la que nos redima de dichos personajes.