Los toros son el fiel reflejo de la sociedad en que vivimos puesto que, dentro de dicho mundillo anidan las mismas miserias y grandezas que en la sociedad en su conjunto, pero en todos los órdenes sin excepción que confirme la regla.

La hecatombe en que se nos ha sumido la pandemia que estamos sufriendo, como no podía ser de otro modo ha atacado al mundo de los toros y, al igual que en cualquier segmento de la sociedad, son los pobres los que están sufriendo las desdichas de dicha pandemia. ¿Quién paga los platos rotos de cualquier hecatombe? ¡Los pobres! Y es el caso del mundo de los toros en que, como se sabe, tantísimos hombres estaban ilusionados ante el comienzo de la temporada porque albergaban esperanzas para un futuro mejor.

El coronavirus dejará muchos muertos pero, lo más grave de todo es que dejará a millones de muertos vivos, que todavía será peor. Es el caso del propio toreo que, los señoritos, ante la eventualidad que estamos viviendo, para ellos, lo sucedido podría calificarse como un año sabático. No entrarán activos en caja pero, no pasa nada porque la misma está llena.

Pero, ¿qué será de tantísimos hombres toreros que tenían puestas todas sus esperanzas en esta temporada que para muchos era tremendamente ilusionante? Es un caso como el de los mismos obreros que, por culpa de la enfermedad han perdido su empleo. A Florentino Pérez, por citar un empresario importantísimo  y de máxima relevancia, la crisis producida por la pandemia le afectará muchos menos que al autónomo de la esquina que tenía un barecito con el que se ganaba la vida.

Me pongo en el lugar de los chavales que deberían de haber inaugurado la temporada en Madrid, o en el de Tomás Rufo que el chico tenía planteado tomar la alternativa, o con Sergio Serrano que debutaba en la feria de Arlés por vez primera en su vida y, para todos, todo se ha venido abajo. Cientos de casos de la misma analogía que, todos han quedado compuestos  y sin novia.

Lo triste de la cuestión en que, el noventa por ciento de los toreros, como ocurre en cualquier profesión que podamos enumerar, todos son autónomos y, si no trabajan no comen. Dicho sea de paso, ya empezamos a sentir el grito desgarrador de los más de tres millones de autónomos que tenemos en España que, por culpa de la crisis lo perderán todo, maldición a la que no escapa el toreo y sus protagonistas más humildes que son la inmensa mayoría.

Los toreros, ellos, en su extraordinaria mayoría son autónomos en sus profesiones puesto que, nos les alcanza para tener una sociedad en la que administrar sus finanzas y poder eludir los impuestos que la ley permita mediante bagatelas de dudosa moralidad. El autónomo es una persona que, por ley, si no trabaja no come, bien sea torero, albañil, fontanero, pastelero, camarero…. Y tres mil profesiones más en las que todos, irremediablemente, tienen que trabajar sí o sí. Pero amigo, llegó la epidemia a modo de castigo divino para que cientos de miles, millones diría yo, se queden sin trabajo. Los toreros, si se me apura, numéricamente son muy escasos, pero no dejan de ser autónomos de su grandeza y, como ahora de sus miserias.

Cualquier persona con sentido común siente que se desgarra su alma cuando comprueba que se pierden miles de puestos de trabajo de toda índole que, en la ocasión actual, para lamento de todos, no tenemos un culpable para ajusticiarle; se trata de una maldición del destino para que comprendamos que algo hemos hecho mal; yo diría que muy mal, razón del pago que la vida nos está dando.

Lo lamento por todos, pero de forma muy especial por los toreros que, sabedores que su única arma para vivir no es otra que jugarse la vida, ganarse los contratos a sangre y fuego, luchar de forma denodada para poder ganarse el siguiente contrato y, que de la noche a la mañana todo haya quedado en un montón de cenizas en las que no queda la más mínima ascua que las creó, la situación no puede ser más horrible.

Pongámonos la mano en el pecho, analicemos, recapacitemos y pensemos. ¿Qué nos estará queriendo decir el destino con todo lo que nos ha enviado? Lo digo porque, por ejemplo, en el 2007, la crisis la crearon los políticos y los bancos con una gestión nefasta que, a las claras, les beneficiaba a ellos. La de ahora mismo es mucho más grave porque, además de la crisis que esto conlleva, lo más duro es que dicha crisis la tenemos revestida por la pérdida de la salud, por la muerte, la desesperación y la incertidumbre por la que nunca sabremos el motivo.