Hemos quedado huérfanos del espectáculo que tanto amamos, caso de los toros y, lo que es peor, recluidos en nuestras casas para meditar puesto que, como el mundo sabe, España se ha clausurado desde todos los frentes; ni un triste café podemos tomarnos puesto que todos los establecimientos han quedado cerrados al público. Si pretendíamos contemplar un solar desmantelado, esto es España en este momento. Y, como barrunto lo peor está por llegar que no es otra cosa que el Averno.

La pandemia que estamos sufriendo nos ha venido a demostrar lo vulnerables que somos puesto que, de alguna manera, dicha pandemia se ha alineado con la muerte llevándose consigo a un montón de inocentes y, ante ella todos somos iguales, ricos y pobres. Lo que pretendía el gobierno, que todos fuéramos iguales lo ha logrado una enfermedad maldita. Nada que objetar cuando es el destino el que toma las riendas de un pueblo, en este caso de una nación como la nuestra, rendida ante las desdichas que nos ha mandado el destino.

La epidemia, ya convertida en pandemia, no es que haya destrozado al mundo de los toros que lo ha logrado por completo; lo sangrante y dantesco es que España está sumida en la más vil de las miserias; un golpe que tardaremos muchos años para remontar y, mientras todo esto ocurría, el Gobierno, el pasado domingo sin ir más lejos, alentando la maldita manifestación del aberrante feminismo. Un hecho más que viene a demostrar la maldad de las gentes que, sabedores de todo lo que estaba sucediendo al respecto del contagio, tuvieron cojones para sacar el pueblo a la calle.

Es cierto que, los errores de unos los pagamos todos, eso sí, con unas consecuencias que nadie podrá evaluar porque serán cuantiosas hasta el nivel de la desesperación. España ha muerto, ¡viva España! Dirán ahora los ególatras más absurdos. Claro que, los errores deberían de pagarlos los que los cometen, nunca el pueblo inocente incapaz de producir daño alguno a sus semejantes.

Dentro de la hecatombe generalizada nos quedaba el consuelo de poder trabajar para seguir adelante y, craso error, por miedo al contagio miles de empresas de toda España han cerrado sus puertas, lo que viene a certificar el caos al más alto nivel. Es la maldición de Tutankamón, pero corregida y aumentada. ¿Será que hemos profanado alguna tumba importante de forma reciente? Todas las preguntas caben al respecto, lo que no hallamos nadie son las respuestas que nos puedan tranquilizar.

Rezar, meditar, llorar si ello nos viene bien, son las únicas armas que nos quedan en este espacio de desolación y maldición. Confiamos, ¿cómo no confiar? En que en un tiempo no muy lejano cambiará este panorama para que volvamos a la normalidad. Seguro que así será. Pero mientras todo eso ocurre, al margen de la hecatombe de la Bolsa, cientos de miles de empresas, sin trabajo, no podrán atender sus compromisos de pago, no podrán dar trabajo a sus empleados porque todo se ha clausurado; no se podrá pagar la Seguridad Social ni los demás impuestos. Eso sí, los políticos y sus adláteres, los que estaban el pasado domingo manifestándose por una aberrante causa, esos vivirán como reyes y no tendrán problema alguno.

Ante las desdichas, es el pueblo llano y raso el que sufre las consecuencias más nefastas. Acataremos todas las medidas que se nos impongan pero, no olvidemos jamás dónde nos hemos sumido a nivel económico; han muerto muchas personas, y las que morirán todavía, pero el daño incuantificable para la economía española eso no se podrá evaluar jamás. Sabíamos que un gobierno de izquierdas nos llevaría a la ruina más grande del universo, pero lo que no sospechábamos era que ese gobierno tenía un cómplice llamado coronavirus que les evitaría el mal trago que con sus medidas tenían previsto.

Seamos sensatos en todas nuestras acciones pero, ante todo, aferrémonos a la providencia Divina porque no nos queda otra opción. Una hecatombe como la que estamos viviendo no la solucionan los políticos que, por muchas medidas que implanten, si se me apura, éstas de poco servirán. A los que todavía nos alberga la fe, recemos por nosotros y por todos para que, en breve espacio de tiempo lo que la ciencia apenas puede luchar, que pase pronto esta tormenta que nos ha dejado sumidos en la más grande desolación. Esto, apenas no ha hecho otra cosa que empezar y ya hemos visto a millones de personas llorar amargamente, especialmente todos los que se han quedado sin trabajo.