Analiza uno los hechos taurinos de la actualidad y, los comparas con lo que ocurría hace apenas cincuenta años y se queda uno de piedra. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Pero para mal, claro está. Todo se ha devaluado de una forma estrepitosa y, para desgracia de muchos toreros, los triunfos no sirven para nada; y no digo un triunfo en Navalmoral de la Mata, me refiero a un legítimo triunfo en Madrid que, desde hace unos años, dichos éxitos han quedado relegados a un pasado que ya no volverá.

Se presupone, de antemano, que un triunfo en Madrid es el refrendo de la valía de cada torero y, craso error, es mentira lo que digo. Los triunfos de Madrid sirven para aquellos que el sistema decide porque, entre otros muchos, ahí tenemos a David Mora que, tras haberse recuperado de aquella cruel lesión que le mantuvo varios meses alejado de los ruedos, por fin, reapareció en Madrid, salió por la puerta grande y el pasado año apenas toreó nada. La pregunta es inevitable, si salió en hombros de Las Ventas en una tarde de apoteosis en el año 2016, al margen de la anterior que tenía en el 2012, si no recuerdo mal, la misma debería de certificar que estábamos ante un gran torero ¿verdad? Pues no, los hechos nos vienen a demostrar que, para el sistema, David Mora era un gracioso sin argumentos.

Muchas han sido las salidas en hombros de la primera plaza del mundo en que han sido ninguneadas, o lo que es lo mismo, no se le ha dado el más mínimo valor. Ahí tenemos el caso de Juan Mora que, hace ahora diez años tuvo la tarde más apoteósica de su vida puesto que, cortó tres orejas, salió en hombros de forma multitudinaria dejando, tras aquel festejo, una estela de torero irrepetible y, ¿para qué le sirvió? ¡Absolutamente para nada! Vuelvo hace donde solía, es decir, para signar una vez más aquel refrán nuestro que nos dice que, suerte que tengas que el saber poco te vale. Poco, muy poco le valió el gran Juan Mora que, en la citada tarde, como hiciera en cientos de ocasiones a lo largo de su inmaculada carrera, el triunfo más legítimo de su carrera solo sirvió para dejarle sentado en su casa.

Lo que cuento no es de ahora porque la historia viene de lejos puesto que, en los años ochenta, toreros de la talla artística de Sánchez Puerto y Frascuelo, por citar dos emblemas en el toreo, apenas les sirvió de nada; mejor dicho, de nada de nada. Y les aseguro que triunfaron en Madrid por su arte, por su torería, sin duda, por las condiciones más que admirables que mostraron en dicho ruedo, lo que nos venía a confirmar que estábamos ante dos maestros de gran altura. ¿Qué premio tuvieron? Ser arrinconados como si fueran dos apestosos que molestaban al elenco de figuras del momento.

Y, lo triste de la cuestión es que nada ha cambiado en el toreo puesto que, si enumero a los toreros triunfadores de Madrid con el premio de la puerta grande en lo que llevamos de siglo, es para ponernos a llorar. Me vienen a la mente, Eugenio de Mora, Morenito de Aranda, Juan del Álamo, Matías Tejela, Luís Miguel Encabo, Fernando Robleño, Uceda Leal, Juan Diego, Román y Curro Díaz, entre otros. Como antes decía, sus méritos tendrían los matadores citados para obtener el refrendo de la plaza de Madrid que, como sabemos, no suele aprobar al primero que pasa por la calle, en este caso, al que cruza la arena de dicha plaza.

Yo diría que, el caso más sangrante de todos los que he enumerado no es otro que Curro Díaz que, por falta de una, ha salido dos veces por la puerta grande de Madrid y, ¿saben de qué le ha valido? A lo sumo para que, cada año, poder entrar en la feria madrileña con el ganado que la empresa quiere que, conforme está montado el toreo no crean que no es un triunfo puesto que, compañeros suyos, en idénticas condiciones, no pueden decir lo mismo, ahí lo ratifiqué antes con el caso de David Mora que, hasta lo han dejado tirado como si fuera una colilla.

Me pongo dentro de la piel de estos toreros y, de ser yo el protagonista ninguneado tras un triunfo de clamor en Madrid, como quiera que soy muy débil de ánimo, con toda seguridad que hubiera abandonado pero, repito, es mi sentir, razón por la que me hace admirar todavía mucho más a estos hombres admirables que, fustigados por el látigo de la indiferencia, todavía son capaces de seguir enfrentándose a la vida, al destino y a sus circunstancias.

En la imagen, David Mora saliendo a hombros de Madrid en olor de multitud.