El tiempo ha volado desde que en Gallegos de Argañán, un pequeño pueblo situado a mitad de camino de Ciudad Rodrigo y Fuentes de Oñoro, en medio de los inmensos encinares de los campos de Argañán y Azaba, tan demandados para las montaneras, se pusiera en el mapa taurino a raíz de unos lujosos festivales taurinos celebrados con motivo de la romería del Santo Cristo de la Exaltación.
Corría el año 1988 y era alcalde de esa localidad Manolo Patino, empleado de la desaparecida Caja Duero, buen tipo y reconocido aficionado taurino. Manolo en su afán de hacer algo sonado para que Gallegos fuera noticia más allá del ámbito provincial puso en marcha el festival junto al empresario Marcial Villasante, causa a la que pronto se sumó Alfonso Navalón, entonces dedicado a la ganadería y alejado de la prensa taurina -a la que regresaba cada septiembre para hacer las crónicas en El Adelanto, de Salamanca- quien le vendió dos novilladas y colaboró llamando a toreros amigos –Robles, Domínguez, Curro Vázquez, Manili, Morenito…- todos ellos habituales en las ferias de esos días, mientras que Antoñete, la debilidad de Navalón en principio iba a torear y al final no pudo hacerlo al tener comprometida la fecha. Junto a los espadas abría la tarde el perfecto complemento de rejoneadores, entre ellos la leyenda de Manuel Vidrié y también toreaba al lado de su paisanos un torero a acaballo, Juan Luis Montero ‘Perita’, que tantas ilusiones despertó en esos inicios y era seguido por numerosos mirobrigenses. A ellos se sumaban unos novilleros entre los que destacaba el mirobrigense José Ramón Martín, que tenía entusiasmada a la afición y era protegido por Julio Robles. También José Rubén, que todas las tardes cortaba las orejas y llegaba aupado por sus paisanos de Aldeadávila de la Ribera, entre los que sobresalía su alcalde Jesús Carretero, pintoresco personaje que había sido seminarista y antes de cantar misa colgó la sotana para irse a la Guardia Civil y al poco tiempo tiró el tricornio al basurero de los recuerdos para convertirse en contrabandista y conseguir el sueño de ser rico para ir de feria en feria.
Desde las semanas previas a la celebración comenzó a moverse el acontecimiento en los medios provinciales y quince días antes, bajo los cielos de una tarde entoldada, se celebró un tentadero en El Berrocal, la finca de Alfonso Navalón, al que fue invitada la corporación municipal de Gallegos de Argañán, junto a numerosos vecinos, amigos del anfitrión llegados de Ciudad Rodrigo, Madrid, La Rioja (con sus coches abarrotados de cajas de vino), Bilbao, de Portugal donde no faltó el exquisito torero Amadeo dos Anjos, ni tampoco el rejoneador Jorge Manuel Manecas.
El invitado a la tienta, como no podía ser menos, era Julio Robles, consolidado en la élite, quien llegó a bordo de un Nissan Patrol de chasis largo recién estrenado y acompañado del maestro Manolo Escudero, con su porte de gran torero y señor, quien traía a un chaval de Alcalá de Henares que atesoraba brillantes condiciones y se llamaba Jesús Romero. En el tentadero, donde no se picaron las becerras al no llegar el peto para el caballo que le iba a prestar un amigo, Robles anduvo desconfiadillo y temeroso de que las vacas estuvieran toreadas y no quiso ni verlas, mientras que Jesús Romero se hartó a torear. Además, los presentes disfrutaron de un momento para enmarcar en el instante que Manolo Escudero, con sus andares tan toreros y la solemnidad que envolvía a aquel genio de la verónica tomó el capote para hacer un quite y con solamente dos lances y el remate de una media de primor provocó unos olés que se escucharon en todo el campo del Argañán y más allá de La Raya en la ribera del Çoa.
Después, ya en la merienda celebrada en el palco con un exquisito pollo a la pipitoria que llevaron amigos de Ciudad Rodrigo, el centro de atención lo protagonizó Alfonso Navalón lanzando frases irónicas a Julio Robles y éste respondiendo en un particular pulso que se llevó el torero, por el repaso que le había dado Jesús Romero, el chaval, quien miraba a Robles con toda la admiración del mundo.
Llegada la fecha del acontecimiento y con la plaza portátil de Marcial Villasante, Gallegos de Argañán se llenó hasta la bandera y los restaurantes de la carretera no daban abasto para servir tanta demanda de comidas, teniendo que aumentar el personal para atender la avalancha de gente. Lo mismo ocurría en los bares del pueblo e incluso las peñas, una de ellas con sede en un viejo autobús que remolcaban al centro y allí sus socios abrían sus puertas a los forasteros. Los toreros esperaban la hora en el hostal Los Chopos, donde había comido, mientras parte de las cuadrillas mataba los miedos echando una partida y Julio Robles llegaba un rato antes, con el tiempo justo para vestirse, mientras que las horas antes había estado llamando a Alfonso para putearlo, con sus habituales bromas, desde El Cruce de La Fuente de San Esteban, donde había dormido esa noche.
– Bicho, que no voy a torear. Que así reapareces tú.
– No jodas, Julio. No me hagas estos. Vente por favor. ¡No seas cabrón!
– Que no, que los toreas tú.
El primero de ellos se celebró el sábado, 29 de abril, con los rejoneadores Curro Bedoya y Perita, mientras que a pie lo hicieron Robles, Domínguez, Morenito, además de los novilleros José Rubén y José Ramón Martín. Al día siguiente se anunciaba Manuel Vidrié y los espadas Curro Vázquez, Manili, Roberto Domínguez (que sustituía a El Soro), Laudi Campos (acaudalado aficionado de León que soñaba con ser torero a sus más de 45 años) y el novillero Juan Luis Fraile, hijo de Nicolás Fraile ganadero de Valdefresno y que poco tiempo después se mataría en un accidente de tráfico.
Sin dudas fue acontecimiento redondo, que discurrió con amabilidad y muchas notas simpáticas, además de acudir al doble acontecimiento un montón de toreros, Jumillano, Paco Camino, Andrés Vázquez, Amadeo do Anjos, Dámaso Gómez, Paco Pallarés… Una de las anécdotas la protagonizó el gran Félix Rodríguez, excelente aficionado que entonces regentaba la discoteca Amayuelas de Ciudad Rodrigo y era íntimo de Julio Robles, además de seguirlo por muchas plazas y conocer mejor que nadie su carrera. Félix, en ambos festivales, fue el asesor presidencial y en el momento de rodar cada novillo, el espectáculo más simpático estaba en el palco, donde se dirigían todas las miradas, porque él no iba a consentir que nadie cortase más orejas que su admirado Julio Robles. ¡Faltaría más!
Roberto Domínguez, que disfrutaba de las mieles de una reaparición soñada de la mano de Manolo Lozano estuvo presente los dos días, en el segundo para sustituir al Soro y si se deja hasta le dedican una calle en Gallegos de Argañán, donde tanto lo aplaudieron, al igual que Morenito, que volvió loca a la gente con sus pares al quiebro. Luego, en las retinas de los aficionados permanece inmarchitable la torería de Robles, el pellizco de Curro Vázquez, el valor de Manili, la pólvora banderillera de José Rubén, la esperanzadora ilusión de José Ramón Martín…
De aquel fin de semana tan torero y que fue todo un acontecimiento se habló largo y tendido, al convertir al pequeño pueblo de Gallegos de Argañán en la diana taurina. Durante años los aficionados recordaban esas jornadas que quedaron enmarcadas entre los mejores recuerdos. Lo peor es que, a partir de entonces, la amistad que mantenían Manolo Patino, el alcalde de Gallegos y Navalón se quebró y desde ese día fue otra víctima del crítico, a quien atacó en sucesivas ocasiones.
Son recuerdos de una época y aunque el tiempo haya volado, en esta mañana de lunes, al calor de la lumbre y mientras se asaba un calbochero de castañas serranas que traje el otro día de La Alberca he desempolvado al calor de la chimenea, con el espíritu alegrado por un vaso de vino.
Paco Cañamero