Ser torero es la profesión más difícil del mundo, sin duda alguna, de ahí el respeto para todos los que lo intentan que, como en el caso del personaje que hoy he elegido como protagonista, merecen respeto, plácemes y, como es su caso, ovaciones por doquier. Sí, amigos, porque un desconocido nos hizo vibrar como hacía tiempo que soñábamos hacerlo.

Además de complicado por aquello de jugarte la vida, ser torero es casi imposible porque, además de los toros, tienes que batallar contra el taurinismo que, muchas veces tiene más peligro que los propios toros y, cuando veamos el caso de Ernesto Javier Tapia “Calita”, lo comprenderemos en el acto.

Como decía, todos mis respetos hacia esos hombres admirables que deciden como profesión ser toreros que, como dijo Belmonte, es más difícil ser figura del toreo que llegar a Papa de Roma. Otra cosa muy distinta es el calado que cada torero sea capaz de concitar ante los aficionados. Por ejemplo, Morante cautiva con su embrujo ante el toro adormilado, Ponce con su técnica depurada a los toros inválidos, Curro Díaz con su magia torera ante todo tipo de toros, Diego Urdiales con su pureza infinita frente al toro encastado; cada cual con aquellas armas con las que Dios le haya dotado. Bueno, digámoslo como en verdad es puesto que no solo interviene Dios, lo hace Juan Pedro con sus animalitos inválidos, los grandes empresarios con sus apetencias de todo tipo y mil cuestiones más, justamente, las que hay que solventar cuando se quiere ser torero, de ahí la casi imposibilidad de conseguirlo.

Dicho lo expuesto, una vez entrados en materia habrá que analizar la figura y obra de Ernesto Javier Tapia “Calita” que, hace veinte años se curtió como torero en España siendo, por aquel entonces, uno de los novilleros de mayor predicamento entre los de su escalafón. Se marchó para doctorarse a México y no volvimos a saber de él; sí sabemos que, tras su alternativa, en apenas diez años le contrataron, es decir, le sometieron al peor de los calvarios a los que puede enfrentarse un torero, la desolación por aquello de la falta de contratos. Actuó en La México en la temporada del 2019 junto a Morante y, le estrellaron por completo ante una bueyada de Bernardo de Quirós, los toros propicios para Morante y demás secuaces, pero nunca para un torero como Calita que, el pobre quería reivindicarse como lo que en verdad es, un gran torero. Y lo digo yo que no le había visto jamás.

Al parecer, el pasado año le vino Dios a ver y, un gran triunfo en La México le situó como líder del escalafón en su país, consiguiendo triunfos importantes junto a los diestros más relevantes de México. Liderar el escalafón de los diestros aztecas, no era causa baladí para un torero que, como digo, llevaba casi diez años sin verle un pitón de un toro; a lo sumo, un par de festejos organizados por su padre con aquellos toros que tenían que llevar al matadero; es decir, comprados a precio de saldo porque lo que se dice bravura no tenían alguna. De tal manera se forjó Calita en estos años de ostracismo.

Calita tenía decidido venir a España en la presente temporada y, pese a la pandemia y tres mil dificultades más, no lo dudó un solo instante y se personó entre nosotros. Claro que, debido a la situación, el chico ha toreado poco pero, en realidad, mucho más que algunos de nuestros compatriotas, entre otras corridas, días pasados lo vimos ante una corrida de Miura en la que, pese a la dificultad de sus enemigos, Calita resolvió con torería aquel durísimo compromiso que, sin duda, podría retirar a medio escalafón de su actividad. Por supuesto que, algo grande habrá visto en el diestro el empresario José Montes que, como sabemos es su apoderado.

Cierto es que, el pasado domingo, en un pueblito de Ciudad Real, gracias a su persona pudimos saborear el toreo grande al más alto nivel frente a un animal de Santa Ana. Por cierto, toros de dicha ganadería con más cuajo, pitones y casta que los que lidia Ponce y sus huestes todos los días. Si en su primer enemigo ya estuvo muy bien, yo diría que muy torero mostrando un empaque nada habitual entre los “coletudos”, fue en su segundo cuando cuajó, como dirían los revisteros de antaño, la faena de su vida. Y es cierto. Calita emocionó y lo que es mejor, conmocionó, cosa muy rara de que suceda por las miles de razones que todos conocemos.

Ernesto Javier mostró una calidad fuera de lo común, tanto en sus derechazos como al natural en que, por ambos pitones, afloró esa naturalidad tal difícil de encontrar en un torero que, sin duda, se refleja como arte al más bello nivel. ¿Importó que esa obra tuviera lugar en Castellar de Santiago? Para nada. El arte le afloró en dicha plaza que, de haber sido en Madrid, a estas horas todo el mundo estaría hablando de Calita como en los tiempos en que vino a España Carlos Arruza. Gracias a la televisión, no lo digo yo, lo vieron cientos de miles de espectadores por todo el mundo que, sin duda alguna, quedaron anonadados porque, repito, ese arte no es tarea común entre los toreros. Entre la televisión y la magia de Internet, muchos mexicanos seguro que saben de lo que hablo porque le verían por alguno de estos medios citados. ¡Enhorabuena, torero, nunca mejor aplicada la frase!