Hemos cumplido en estos días la efemérides por la partida de David Silveti junto al Creador por una decisión personal del diestro que, sin duda, siempre respetamos. Son diecisiete años sin su presencia física pero, el caudal de su creatividad frente al toro sigue vigente y de plena actualidad, y los que somos aficionados a la mejor fiesta del mundo, por supuesto, la más bella en la que, Silveti, era uno de los grandes protagonistas desde tierras aztecas, como decía, los aficionados, seguimos admirando la esencia del diestro de Guanajuato.

De sus ancestros toreros sabemos todo; de su raigambre por aquello de formar parte de una saga admirable, es un hecho constatado pero, tantos años después de su partida, invitamos a cualquiera que pretenda emocionarse viendo a un torero, que vea los videos de las últimas actuaciones de Silveti en La México, a principios de aquel 2003 en que, como si de un trágico presagio se tratare, David Silveti se quiso despedir de los suyos a lo grande, las pruebas de sus actuaciones son más que evidentes.

Silveti, como tantos artistas del toreo, no morirá jamás. Y no lo hará porque se marchó su cuerpo, pero dejó su obra, su legado que, a estas alturas ya es inmortal. El diestro de Guanajuato tuvo la fortuna de que, en su época, para su dicha, sus actuaciones quedaron grabadas en lo que llamamos videos en la eternidad, sencillamente, lo que fueron sus obras artísticas que, la mayoría no rematadas con el estoque, pese a todo, han tenido el rango de la inmortalidad. Pasen y vean, dirían los mexicanos.

Su arte lo pagó carísimo porque la vida le sometió a pruebas que, en realidad, pocos mortales hubieran culminado, entre ellas, la superación de percances óseos que, a priori, se consideraban insalvables pero, en el corazón de David Silveti, la palabra fracaso no cabía en su diccionario, de ahí la victoria que tuvo al enfrentarse con lesiones dificilísimas que le hicieron pasar por el quirófano en innumerables ocasiones pero que él, aferrado a sus convicciones le demostró al mundo que, queriendo, se puede.

Ahí tenemos, en los videos de YouTube, las faenas magistrales de David Silveti en sus dos últimas actuaciones en La México en las que, en ambas, afloró el misterio de su arte. Si no recuerdo mal, Mar de Nubes, el último toro que estoqueó en dicha plaza, su faena ha quedado para el recuerdo en el Embudo de Insurgentes, una labor que, desdichadamente, no fue rubricada con la espada pero que, la creatividad de Silveti junto al que fuera su antagonista de Fernando de La Mora, allí quedó esculpido y cincelado el irrepetible arte del diestro guanajuatense.

Justamente ahora, cuando cumplimos cuarenta y tres años de su alternativa, la que tomara en la ciudad de Irapuato, Salamanca, de manos de Curro Rivera y como testigo a Manolo Arruza, desde aquel preciso momento, la crítica le bautizó como El Rey David y, les asistía toda la razón al darle dicho tratamiento porque solo un grande podía ser rey de su propio arte; era David Silveti.

Como quiera que la saga más hermosa de México tenía que continuar, pese a la ausencia de David Silveti, es su hijo Diego el que ostenta el noble título de ser el último eslabón de la dinastía más notable en cuanto a toreros que ha existido en México.

He tenido la suerte de ver en videos, decenas de las faenas de David Silveti en México pero, si se me apura, como referencia mágica de dicho personaje, me quedo con la narración que me hizo de tal diestro el inolvidable Rodolfo Rodríguez El Pana, el carismático Brujo de Apizaco que, como quiera que sus palabras son pura ley para todo el que quiera entender, Rodolfo me contó siempre la admiración que sintió por El Rey David, sencillamente, como diría El Pana, porque era irrepetible. Y lo era, porque ante todo era inimitable. En su época había toreros muy grandes en México y, para colmo, David Silveti no fue de los que más toreó debido a los años que pasó entre hospitales y recuperaciones de las lesiones, pero le sobró y le bastó para matar más de mil toros y llevar a cabo las faenas que otros soñaban.